El malestar de "lo político" sobre la realidad cubana (II)
Cuando se les pregunta a los intelectuales que residen en la Isla si 
conocen a las Damas de Blanco, responden "bueno, existen pero yo no las 
conozco"
Marlene Azor Hernández, México DF | 07/03/2012 11:32 am
En una ocasión, en la Universidad Lomonosov de Moscú (1980) escuché por 
Radio Europa Libre que en el mismo edificio en que me encontraba, se 
había efectuado horas antes un acto homenaje a los Beatles, y el evento 
había sido interrumpido por la policía, lo que resultó en el arresto de 
varios jóvenes universitarios. Yo, en el mismo edificio, ni me enteré. 
Al día siguiente pregunté a otros estudiantes y en efecto el evento 
había ocurrido y terminado de la manera en que había escuchado la noticia.
Algo similar ocurre en Cuba con relación a los que discrepan de las 
estructuras de poder establecidas y a los que proponen otros programas 
de cambio: se convierten en seres invisibles (incluso para colegas 
cercanos) o devienen "demonios" conectados con el "Imperio". Así se les 
trata, humilla y denigra en el discurso oficial y se les destierra del 
mundo de los afectos humanos. Cuando pienso en eso, no sé por qué se 
asombran los que sienten el ambiente "crispado" en el debate político si 
constatamos que la injuria y el vituperio ha sido un lenguaje aprendido 
—desde niños— en los discursos oficiales amplificados por la televisión 
nacional.
La propuesta que hago a aquellos que rechazan la sobresaturación 
política interna es que pidan un cambio radical en la política 
informativa del país. Pero también sé que cuando esta demanda es hecha 
por muchos intelectuales —como está sucediendo en el creciente y variado 
debate interno— lo que más se logra conseguir es que la primera 
Conferencia Nacional del PCC dedique mucho tiempo a discutir la 
semántica del término "diálogo", todo un torneo medieval de oratoria 
para una palabra desconocida en el ejercicio de la política interna.
La desinformación dentro del país por no contar con el acceso a Internet 
y carecer de medios alternativos de información no estatales
Como dice el profesor e investigador estadounidense Ted Henken —en sus 
análisis de la blogosfera cubana— la conexión a Internet es "lenta, 
restringida y cara" lo cual implica que Internet no es aún una conquista 
ciudadana en Cuba.
Hay que agradecer el esfuerzo que hacen todos los grupos de activistas 
culturales, sociales y políticos de la Isla por mantenernos informados 
de lo que ocurre adentro —desde la última película que se estrena, los 
precios siempre en ascenso de la canasta básica, las tribulaciones de la 
vida cotidiana y las golpizas o represiones invisibles para la inmensa 
mayoría de la población—, desinformación que incluye a los intelectuales 
que se pronuncian sobre los problemas del país.
Si solo existieran radioemisoras locales o periódicos locales 
alternativos, la ciudadanía se podría enterar de esos discrepantes del 
orden actual, que ahora aparecen demonizados. Recientemente en dos 
entregas de Estado de SATS fueron invitados activistas culturales que 
utilizan sus proyectos para impactar de manera inmediata su entorno, 
ofrecer otra mirada sobre la realidad y generar una consciencia 
ciudadana. Junto a estos jóvenes creadores que hacen un arte en función 
del cambio. (Orlando Luis Pardo, Lía Villares, El Sexto y Gorki Águila) 
también el espacio de reflexión ciudadana invitó a la Dama de Blanco 
Berta Soler y al coordinador de la Unión Patriótica Cubana, José Daniel 
Ferrer. El testimonio de ambos —cubanos sencillos, humildes y de una 
valentía admirable— derrumbaría toda la violencia diaria que se ejerce 
contra ellos si solo apareciera en el pie de página de alguna 
publicación masiva del país. Pero, ¿cuál órgano de prensa se atreve?
Existen excepciones, como el intelectual Aurelio Alonso, que ha 
expresado la necesidad de incluir y respetar a los disidentes como parte 
de la sociedad civil cubana en el mismo espíritu que Cintio Vitier. O el 
escritor Eduardo del Llano quien —en la entrevista citada en la primera 
parte de este texto— defiende la idea del derecho que tienen estos 
disidentes a exponer sus intereses y programas y someterlos al criterio 
de la ciudadanía, aun cuando él reconoce que no los conoce.
Cuando se les pregunta a los intelectuales que residen en la Isla si 
conocen a las Damas de Blanco, responden "bueno, existen pero yo no las 
conozco". En una situación peor están los restantes grupos de derechos 
humanos, activismo político y cultural: son "invisibles". Esta falta de 
solidaridad ciudadana fruto de la desinformación y de la criminalización 
oficial, deja en una zona de confort a los desinteresados en el tema 
—que evitan saber para no comprometerse— con el riesgo de perder una 
parte importante de su propia humanidad.
De manera indudable la censura y la represión sistemática a los 
opositores de todas las tendencias ideológicas y a los activistas 
culturales, produce lo mismo que Ignacio Ramonet señala como efecto de 
la concentración en pocas manos de los medios masivos en las sociedades 
occidentales: "El que no aparece en la televisión, no existe". Análisis 
este, por cierto, que no le escuché en el intercambio de 9 horas con 
Fidel Castro —en la cual el periodista ofreció a los cubanos lecciones 
tan elementales como si fuésemos una población analfabeta— sino en la 
excelente novela de Milan Kundera La Inmortalidad. Pero Ramonet, pasó 
por la televisión cubana, luego existe.
La ausencia de instancias eficaces para canalizar la agregación de 
demandas ciudadanas
La cuestión de la construcción democrática no es un slogan, o un deseo: 
es sencillamente un asunto de división social del trabajo. Solo los 
políticos profesionales ocupan su tiempo en la política, y así debe ser 
para que los ciudadanos nos podamos ocupar de nuestras 
responsabilidades. Cuando la división del trabajo no funciona, los 
ciudadanos nos tenemos que ocupar de la política porque ella delimita, 
obstruye y define no solo nuestros derechos, sino también las 
posibilidades de construirnos o no una vida digna. Por ello, si les 
dejamos la política a los políticos profesionales, ellos deciden nuestra 
suerte.
Con una dirección política militarizada que comanda a unos políticos 
obedientes, seleccionados en función de su lealtad a las máximas 
instancias de dirección, (no por sus capacidades directivas y de 
conocimiento "experto") las demandas ciudadanas no tienen la menor 
posibilidad de ser tenidas en cuenta, no definen la permanencia del 
político en cuestión y —peor aún— los méritos del político parecen ser 
proporcionales a la manera en que disuelve y acalla las demandas de la 
población.
En un contexto de represión sistemática a los discursos discrepantes, no 
solo opera la absoluta ineficacia de los canales establecidos para la 
agregación de demandas, sino que los discursos críticos de algunos 
intelectuales, valiosos por su obra, terminan aportando una mera 
satisfacción personal por haber dicho algo en medio de la visión 
maniquea dominante. Pero al respetar los límites de la censura, centran 
su atención en los supuestos intereses espurios de grupos de individuos 
que no definen la agenda del poder —primero los burócratas inasibles, 
ahora los periodistas— y los "chivos expiatorios" les permiten alejarse 
cada vez más del análisis de las causas estructurales, de los verdaderos 
responsables de sus malestares y de las posibilidades de resolverlos.
Fuera de esta zona de confort y ejerciendo una postura ciudadana 
consecuente con sus diversas visiones, publicaciones como Espacio 
Laical, Compendio del Observatorio Crítico y Estado de SATS, —este 
último el más dinámico y amplio por su diversidad, son un buen ejemplo 
del ejercicio ciudadano responsable.
La falta de solidaridad entre los intelectuales, periodistas y artistas 
que residen dentro del país ha sido una victoria absoluta del Partido y 
el Estado cubano con sus mecanismos de represión y control: el gremio se 
entretiene en discrepar entre ellos o en desconocer a los que no están 
en el círculo de sus allegados. Así, pareciera que intentan seguir 
existiendo en una precaria y cada vez menos creíble Torre de Babel.
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