Moral en fuga (I)
Esta es la primera de un artículo en dos partes
Manuel Cuesta Morúa, La Habana | 03/10/2011
La esquizofrenia política en la que estamos viviendo los cubanos es de
manual. Mientras en el hemisferio derecho del país se prepara
aceleradamente lo que denomino el pacto criollo entre el poder, las
jerarquías religiosas y ciertos intereses económicos cubanos en el
exterior, en su hemisferio izquierdo permanece intacto el lenguaje y los
conceptos de emancipación que dieron cuerpo y sentido a las pretensiones
malogradas del discurso revolucionario.
Un mismo cerebro sosteniendo una práctica y un lenguaje contradictorios
entre sí provoca, a nivel de las bases estructurales de la nación, una
implosión de las energías sociales e intelectuales que explica y
explicará por qué el país no podrá remontar sus crisis en ningún ámbito,
a menos que se verifiquen cambios estructurales. La ilusión de las
reformas revolucionarias que alimenta el hemisferio izquierdo no se
corresponde con lo que en la práctica está haciendo el hemisferio
derecho. Es bastante difícil saber cómo el discurso de los obreros se
puede compatibilizar con la práctica del golf.
Lo que permite entender la proliferación aquí del lenguaje de
ultraizquierda. La necesidad en ciertos niveles del poder y del
imaginario ideológico de acentuar el perfil de sus orígenes
revolucionarios frente a la recuperación de su pasado criollo, lleva a
la estimulación de ciertas narrativas reivindicadoras que cumplen muy
bien su función: enmascarar, consciente o inconscientemente, la rápida
conversión del poder en su contrario social. La recepción de todas estas
cabriolas sociales e ideológicas por las jerarquías de casi todas las
religiones es no solo un síntoma, sino el punto de llegada natural de lo
que se está definiendo ahora mismo en Cuba: el pensamiento y las
estructuras conservadoras que, en el siglo XIX, dieron vida y sustancia
a un José Antonio Saco.
No estaríamos frente a un problema mayor, considerando todo esto como
parte de un vivo debate social. Porque, en todo caso, la ecología
política del futuro pasa por el retorno a toda nuestra pluralidad
originaria. Sin embargo, lo que degenera el asunto en esquizofrenia es
la confluencia de todas estas contradicciones en una misma voz y un
mismo enfoque de poder. Los intelectuales, los militares, los
comunistas, los empresarios, las jerarquías religiosas, los grupos
fraternales, los medios de comunicación, el capital y un largo etcétera
transmiten en una misma frecuencia sus intereses real o aparentemente
contradictorios. Un desquiciamiento social que probablemente tiene pocos
equivalentes en el mundo.
Si el asunto es preocupante desde el punto de vista de un proyecto
posible de nación, me interesa resaltar la consecuencia mayor de la
esquizofrenia cubana: la fuga de la moral.
Podríamos estar rozando exclusivamente con lo que el filósofo polaco
Leszek Kolakowski había ironizado y descrito muy bien como la Ley de la
Cornucopia Infinita, según la cual nunca escasean los argumentos para
respaldar cualquier doctrina en la que se desee creer por las razones
que sean. Entonces las dificultades del proceso serían solo de orden
cultural.
Pero nos encontramos frente a lo que el pensador alemán Peter Sloterdijk
definía con alarma en su Crítica de la razón cínica: no el
desdoblamiento, sino la implosión moral de las élites.
Debo ser más o menos exacto. La implosión moral toca a la mayor parte de
la sociedad cubana, pero lo que Sloterdijk resalta con sutileza sigue
este razonamiento: esa implosión moral es solo posible cuando ya ha
ocurrido en las élites.
Las sociedades, y también los individuos, tienen un problema moral
cuando la tensión entre las actitudes y los valores que dicen profesar
se inclinan peligrosamente a favor de las primeras, en detrimento de los
segundos. Estamos en presencia de una implosión moral, empero, cuando
esta tensión se rompe y los valores adquiridos se sacrifican en el altar
de las actitudes. Si en presencia de una tensión la sociedad todavía se
confiesa frente al cura, al pastor o al psicoanalista, en presencia de
una ruptura se silencian o suspenden los valores, siempre en espera de
"mejores épocas morales". Casi todos: curas, pastores, psicoanalistas y
sociedad cubren el diván o cierran el confesionario para hacerse realistas.
El resultado es el cinismo: el equivalente moral de la esquizofrenia
política. Recordemos un punto: el cínico reconoce pública y
psicológicamente la misma realidad que niega con las actitudes. Ahora
bien, si las élites cubanas podían evitar o no la caída en el cinismo es
una pregunta que no puedo responder. Lo cierto es que evitarla resultaba
imprescindible para equilibrar aquella tensión y ofrecer lo más
importante a la hora de redefinir el rumbo de Cuba: claridad y liderazgo
morales.
Y frente al cinismo de élite, la recuperación ostentosa de las conductas
cínicas de la sociedad: la burla, el choteo, la sátira, la indiferencia,
actitudes de vieja planta en la cultura cubana, expresando todas la
pérdida de credibilidad moral de esa élite frente a las mayorías —que
recuperan su pragmatismo sin hacer muchas preguntas morales—, y que
traducen al mismo tiempo la impotencia de estas de cara al poder que esa
élite atesora y redefine justo en 2011. El nuevo pacto que la élite
intenta alcanzar es casi único en la historia de las reconversiones
políticas: que se legitime su rito de paso hacia la burguesía plena, que
se mantenga intacto su discurso ideológico y que la sociedad se quede
callada. Y sobre ese tridente yace escandalosamente su inmoralidad.
Esa implosión moral se manifiesta en tres niveles distintos.
Primer nivel: la mentira de imagen y la mentira de supervivencia, ambas
compartidas por el Estado y los ciudadanos indistintamente, que
divorcian el discurso social de su propia realidad e instauran la
mentira estructural que sirve de base a la corrupción sistémica. La
deshonestidad de todos se ha instalado así como conducta social.
Segundo nivel: la desconexión entre los valores elegidos y la conducta
propia, que desmoraliza al destruir los criterios de juicio que rigen la
convivencia en sociedad.
Tercer y último nivel: la desintegración de la unidad necesaria entre
responsabilidades personales y sociales, y sus consecuencias.
La desmoralización concluye así como la imposibilidad de exigencia mutua
y coherente entre individuos, y entre individuos y Estado. Lo que
permite entender dos cosas conectadas: los altos niveles de
insensibilidad humana que inundan el país y el uso discrecional de la
ley por parte del Estado. En estos momentos, pongo un ejemplo muy
concreto, el Gobierno intenta corregir la ilegalidad consentida durante
más de 20 años a miles y miles de ciudadanos que, sobre todo en repartos
populosos como Alamar, incrementaron, corriendo los muros, su espacio
existencial. Esta es una de esas derivas cínicas que ha liquidado para
siempre la autoridad moral de la élite, y que anima circularmente la
relación cínica sociedad-sociedad y Estado-sociedad.
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/moral-en-fuga-i-268841
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