27 de octubre de 2011

Intelectuales filotiránicos cubanos

Opinión

Intelectuales filotiránicos cubanos
José Prats Sariol
Miami 27-10-2011 - 10:30 am.

Una breve caracterización del intelectual a la sombra de la tiranía, en
Cuba y el exilio.

Formulado con sencillez polémica: todos tenemos un poco de tendencia
hacia el filotiranismo, algo de arrogancia y haraganería. También de
oportunismo, más alguna herencia de siervos de la gleba.

La diferencia —como la vio Albert Camus y la caracteriza, entre otros,
Mark Lilla— es de proporción. Fundamentalmente, de actuación frente a
los poderes y los clichés de cualquier tipo, sean sistemas, leyes o
cánones, prejuicios, costumbres o dictadores.

El virus filotiránico sólo crece en terrenos fértiles: países donde el
estado de derecho, la sociedad civil y el respeto a los derechos
humanos, son por lo menos volubles, frágiles, que han estallado a causa
de ideologías cerradas (el comunismo en Rusia o China, el fascismo en
Italia), guerras civiles (la España de Franco), crisis económicas (la
Alemania nazi tras la república de Weimar), dictaduras (la Cuba de
Batista), caciques sentados sobre la corrupción y la venalidad
republicanas (Venezuela hoy), fundamentalismos religiosos (Irán). Con un
dato curioso: no depende de la cultura del individuo, pertenece más al
mundo sensorial, de afectos y pasiones.

En países como los Estados Unidos y España —donde se encuentra la
mayoría de los exiliados cubanos— los escasos intelectuales
filotiránicos tienen poco que hacer, salvo el ridículo. Aunque todavía
entorpecen las ansias de una transición pacífica en nuestro desolado
país, porque la confrontación fanática es precisamente lo que los Castro
promueven, hasta sembrando agentes.

La filotiranía implica ser acrítico, para simplificar con una frontera
diáfana. Lo que explica el axioma —por lo menos desde Aristóteles— de
que la psique suele cruzar ese borde con frecuencia. Pero una definición
más restringida, política, agrupa a aquellas personas fanáticas de un
caudillo o de una ideología sectaria, agresiva contra los disidentes y
diferentes.

Porque si algo pone a temblar —de miedo o rabia, da igual— al
filotiránico extremo, es la posibilidad de discusión. La duda le es tan
ajena —aunque no se dé cuenta— como la noción dialéctica de "fenómeno",
de asedios a la verdad desde distintos ángulos.

¿Cómo caracterizarlos, con los matices imprescindibles? ¿Cuáles
sobrevivirán al inexorable fin del Poder absolutista y represivo en
Cuba? ¿Qué y quiénes los apoyan?

Por supuesto que lo más fácil es deslindar a los filotiránicos que han
tenido el "privilegio" (sic) de Fidel Castro y su caudillismo leninista.
Aunque resulta muy arduo distinguir entre ellos hasta dónde llega o
dónde termina el oportunismo. En otras palabras: separar la fanática
adhesión a un líder o credo, del goce cotidiano —tan rutinario que casi
se les hace imperceptible— de los privilegios en un Estado
totalitarista. Dueño de vidas: alimentos para el ego, como salir en los
medios (TV, radio, prensa escrita…); recibir medallas, diplomas,
homenajes, reediciones, festivales con su nombre… Y sobre todo de
haciendas: estipendios mensuales en CUC, acceso a hospitales para la
élite, derechos de autor, premios en metálico, viajes, vacaciones de
pagos simbólicos y un etcétera anchísimo y para nada ajeno, que linda
con la condición de mercenarios.

La filosofía —mucho antes del raciovitalismo, inclusive antes de
Sócrates-Platón— ha convertido en tópico la evidencia: es más fácil
tener creencias que sustentar ideas. Ir de la fe religiosa a la fe
seglar. De ahí que abunden más los intelectuales filotiránicos que
mantienen o han tenido alguna fe religiosa, católica entre los cubanos.
Añádase algo de masoquismo —a veces sádico—, de placer en cumplir
órdenes. Ser soldado, nunca oficial. Gustarle los "aguijones" y no hacer
intentos por extraerlos —como analizara magistralmente Elías Canetti en
Masa y poder, lectura a propiciar en los estudios humanísticos de las
universidades cubanas.

La mayoría de ellos están saturados de arrogancia y haraganería… Quizás
muchos padezcan de baja autoestima. Los peores, por supuesto, ni cuentan
se dan de la enfermedad que sufren, que los vuelve inermes ante
caudillos taimados o ideologías "dueñas" de la "verdad".

Para la arrogancia sugiero leer las Memorias de Albert Speer, el
arquitecto de Hitler. La astucia de los dictadores para conquistar a los
intelectuales mediante alabanzas, queda allí muy bien retratada. Sobre
todo las debilidades del ser humano, siempre propenso a necesitar
afirmaciones, reconocimientos, que luego convierten en ejercicio de su
"podercito", en "capital simbólico": vanidades. Aunque algunos más que
otros, precisamente los que suelen caer en las redes de los obsequiosos,
como Speer.

La haraganería es más burda: muchos artistas, escritores y profesionales
prefieren dejar que otros decidan por ellos en cuestiones políticas.
También para no cargar con la culpa, en caso de equivocación. Prefieren
aferrarse a catecismos ideológicos o a un líder carismático porque les
ahorra tiempo, energía, dolores de cabeza, cargos de conciencia.

Y optan con carácter definitivo, por miedo al cambio. Si en los primeros
años de la revolución la mayoría de los intelectuales cubanos apoyaron
al líder y los cambios, bajo un mesianismo fatalmente ingenuo, muy
pronto se vacunaron contra el virus filotiránico que padecían. Lo
deplorable es ver que en el 2011 aún quedan enfermos, algunos que hasta
creen gozar de buena salud mental.

En sus Meditaciones del Quijote José Ortega y Gasset advierte: "Yo
desconfío del amor de un hombre a su amigo o a su bandera cuando no le
veo esforzarse en comprender al enemigo o a la bandera hostil (...) Toda
ética que ordene la reclusión perpetua de nuestro albedrío dentro de un
sistema cerrado de valoraciones es ipso facto perversa". La perversidad
de los intelectuales filotiránicos cubanos que todavía apoyan a los
Castro, por lo menos merece nuestra repulsión. Los del exilio —en el
otro extremo— nuestra desconfianza ante una visión sin matices, por
cierto paradójica.

El tema, sin embargo, va más allá de la polarización política para
pensar en la Cuba poscastrista, cuando los filotiránicos muden o muten,
cuando sean menos dañinos tras la feliz desaparición del exilio.
Entonces las experiencias de hoy quizás ayuden a meterlos en otra Feria
de las vanidades tan victoriana y mordaz como la novela de William
Makepeace Thackeray. Se prestarán, indudablemente, para la burla.

http://www.ddcuba.com/cuba/7768-intelectuales-filotiranicos-cubanos

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