En cuanto a Cuba, Obama parece ciego y sordo a la realidad
Da la impresión de que el mundo real se está moviendo en una dirección y
la política norteamericana en la dirección opuesta
Domingo Amuchástegui Álvarez, Miami | 27/10/2011
El presidente Barack Obama está reiterando de nuevo que las relaciones
entre Estados Unidos y Cuba no pueden mejorar hasta que haya una reforma
política en La Habana.
"En cualquier otra parte del mundo, se ve el avance del movimiento de
democratización", dijo recientemente. "Ha llegado la hora de que lo
mismo suceda en Cuba".
¿Es éste su llamado a las armas, o el principio de una campaña dirigida
a alentar al puñado de disidentes en Cuba a lanzarse a la calle,
buscando algún tipo de confrontación violenta con el Gobierno cubano?
Sea lo que sea, esta nueva actitud recuerda notablemente el "cambio de
régimen" por el que abogaba el gobierno de George W. Bush.
¿Qué clase de consejos está recibiendo el presidente Obama de los
expertos? ¿Que Cuba y Egipto, Siria, Libia y otros estados árabes son lo
mismo o muy similares? ¿Que una nueva "teoría del dominó" en todo el
mundo debe causar el derrumbe del Gobierno cubano en el futuro cercano?
Porque con muy pocas excepciones —casi todas procedentes de Miami— la
mayoría de los observadores extranjeros tienen una opinión muy distinta
de los sucesos en Cuba.
Reconocen que ya se están produciendo cambios importantes en la Isla.
Desafortunadamente para Obama y sus principales asesores, no hay nada
"genuino" ni significativo sobre esos cambios.
Incluso en el tema de la liberación de los presos políticos, Obama
ignora el hecho de que los 75 arrestados en la redada contra los
disidentes del año 2003 —aparte de unos 50 más, entre ellos Oscar Elías
Biscet— quedaron en libertad gracias a las negociaciones entre los
Gobiernos de Cuba y España, y la Iglesia católica, por iniciativa del
liderazgo cubano.
Da la impresión de que el mundo real se está moviendo en una dirección y
la política norteamericana en la dirección opuesta.
Y, por supuesto, las herramientas norteamericanas de política exterior
como los programas de "cambio de régimen" de la Agencia de los Estados
Unidos para el Desarrollo Internacional, la clasificación de Cuba como
un "estado terrorista" y el interminable embargo se mantendrán a menos
que el Gobierno de Castro ceda a las demandas norteamericanas.
En efecto, la arrogancia de Estados Unidos, como la describió el difunto
senador William Fulbright, lleva a Washington a ignorar ciegamente, una
vez más, el voto casi unánime en las Naciones Unidas exigiendo poner fin
al embargo.
En semanas recientes, la Oficina de Control de Activos Extranjeros del
Departamento del Tesoro de Estados Unidos ha tomado varias medidas
contra empresas y bancos europeos, destacando de nuevo las consecuencias
nocivas de esas políticas.
Además, un grupo bipartidista de 34 legisladores —siguiendo la
iniciativa de la representante Ileana Ros-Lehtinen, republicana por la
Florida— ha firmado una carta en la que advierte al gigante petrolero
español Repsol YPF SA que no comience operaciones de perforación en alta
mar en aguas cubanas.
Entre otras cosas, la carta declara que "Repsol podría estar en peligro
de someterse y someter a sus afiliadas a un caso de responsabilidad
penal y civil en los tribunales norteamericanos". Muestra una
interpretación estadounidense de derechos soberanos en el derecho
internacional, aunque en este caso no es por casualidad.
Sus firmantes están jugando sus cartas, esperando que una victoria del
Partido Popular de España y de su líder, Mariano Rajoy, logre que el
Gobierno presione a Repsol para que renuncie a sus inversiones en Cuba,
aun cuando Repsol insiste en una reciente declaración que la compañía
"cumple estrictamente con la ley norteamericana que rige el embargo
comercial, impuesto hace décadas".
La candidata presidencial republicana Michele Bachmann ha presentado
otra táctica de intimidación.
Hace poco advirtió contra la normalización del comercio con Cuba, porque
la Isla supuestamente está creando una alianza con Hezbolá, encaminada a
"disponer bases o sitios donde Hezbolá podría tener campos de
entrenamiento, o quizá sitios de misiles o armamentos en Cuba".
El adjetivo absurdo apenas describiría una declaración tan irresponsable
que, hasta ahora, carece de ninguna prueba sólida que la respalde, ni
siquiera del apoyo oficial del Gobierno de Estados Unidos.
Entretanto, alentados por esta nueva postura presidencial "dura", la
línea dura de Miami —particularmente Orlando Gutiérrez, que preside el
Directorio Democrático— han estado alentando a los disidentes cubanos a
tomar las calles y retar al Gobierno, a pesar de que carecen del
respaldo social o político de cualquier segmento importante de la
población cubana.
De modo similar, el Movimiento Democracia, dirigido por Ramón Saúl
Sánchez, también está exhibiendo sus músculos. Este grupo ha anunciado
que enviará una flotilla a aguas territoriales de Cuba, desde donde
incitará al pueblo cubano a entrar en acción.
Se pueden oír alusiones similares emanando de otros grupos del exilio,
repitiendo los mensajes apoyados por aquellos que les proporcionan
fuentes habituales de fondos.
Comentando estos sucesos, el Consejo de Asuntos Hemisféricos dice que "a
pesar de su porfiada negativa a comerciar abiertamente con Cuba, Estados
Unidos no tienen escrúpulos para intervenir clandestinamente en la
política cubana".
Otro análisis sugirió que "estas declaraciones nunca se hicieron como un
mensaje a La Habana. Son para la Pequeña Habana".
De nuevo, el proceso electoral en Estados Unidos, el creciente número de
legisladores cubanoamericanos y su poder de cabildeo —más la suposición
de que cada voto cuenta— puede ser la razón detrás de todo esto.
Es cierto: un debilitado Obama, paradójicamente, podría afrontar una
situación similar a la de George W. Bush en 2000. La Florida y sus 27
votos electorales son demasiado preciosos para arriesgarlos.
Pero esta vez, la decodificación de sucesos internacionales podría
causar una postura más agresiva y confrontacional frente al Gobierno
cubano. Tal vez esa sea precisamente la razón por la que The Christian
Science Monitor caracterizó los últimos comentarios de la Casa Blanca
como "La Guerra Fría de Obama con Cuba: el combustible que Fidel
necesitaba".
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