Vicente Escobal
MIAMI, Florida, julio, www.cubanet.org -Para muchas personas  es un 
enigma  cómo  el régimen implantado por Fidel Castro  ha logrado 
mantenerse  por más de medio siglo.    Las causas  que han promovido 
estallidos sociales en otros países,  constituyen en Cuba hechos 
cotidianos que cuentan – según la versión oficial –  "con el abrumador 
respaldo de la población".
¿Qué ha hecho diferentes a los cubanos? ¿Cuáles son los fenómenos que 
han operado  al interior de la sociedad cubana  y que han contribuido a 
esa paradójica forma de "consenso"?
A los pocos meses del triunfo de la revolución  el  1 de enero de 1959, 
  sus principales líderes prometieron pan, justicia y libertad.  Parecía 
que finalmente se iban a cumplir los inconclusos objetivos de los 
fundadores de la nación cubana.   Pero con el transcurso  del tiempo 
comenzaron a producirse fenómenos nunca antes registrados en la historia 
de Cuba.
  El impacto inicial lo sufrió la familia: la nacionalización de la 
enseñanza privó a los padres del derecho a decidir  soberanamente el 
tipo de educación que deseaban para sus hijos.  Miles de niños salieron 
de Cuba bajo los auspicios de la conocida "Operación Peter Pan", el 
primer gran éxodo  y el comienzo del desmembramiento familiar.
La confiscación masiva de propiedades fue el segundo golpe, esta vez 
perpetrado contra la economía. Pequeñas, medianas  y grandes empresas 
fueron arbitrariamente arrebatadas a sus legítimos  propietarios.  El 
sólido sistema empresarial y financiero cubano pasó abruptamente a manos 
del Estado y simultáneamente el control de los sindicatos y las 
asociaciones profesionales, muchas de las cuales desaparecieron o 
adoptaron formas de "organizaciones de masas", bajo un enfoque de 
naturaleza autoritaria y antidemocrática.
Al dejar a un lado su tradicional función  de moderador social y garante 
del bien común, el Estado cubano abolió  la independencia de sus poderes 
y diseñó  una enrevesada maquinaria propagandístico-represiva bajo cuyo 
peso sucumbieron incontables conquistas alcanzadas durante décadas.
La gestión social transcurría bajo el imperio de las "orientaciones". 
Por cerca de veinte años Cuba se mantuvo sin un ordenamiento 
constitucional que preservara los derechos fundamentales de sus 
ciudadanos y regulara las relaciones entre la sociedad y el Estado, con 
lo cual se consolidó la condición totalitaria de éste último.
La actividad política, económica, social y cultural de la nación quedó 
supeditada a directivas estatales. Las mejores  tradiciones  de la 
sociedad cubana se relegaron a las sombras.  El pasado histórico se 
convirtió en algo turbio y delictuoso. Las voces que tempranamente 
denunciaron y protestaron fueron apagadas por las descargas de los 
fusiles  o la sordidez  de las mazmorras.
Por primera vez  en la historia de Cuba la idea  de Patria, 
Independencia,  Libertad y Soberanía se asociaron a un hombre. 
Enfrentarse a las  retorcidas ideas de Fidel Castro implicaba una 
traición a la Patria.  Su condición de Máximo Líder lo convertiría  en 
el juez de la historia y el policía del pensamiento social.  Siguiendo 
los dictados de su insaciable apetito de poder, Castro destruyó los 
cimientos económicos, morales y éticos en los cuales se sustentaba la 
República e implantó un sistema político inspirado en el marxismo-leninismo.
El ingreso de Cuba al campo socialista constituyó uno de los capítulos 
más sombríos de nuestra historia. Las causas por las cuales se gestó la 
revolución cubana volvían  a reeditarse, pero esta vez sin el más mínimo 
espacio para la rebeldía.
Para lograr sus delirantes propósitos, Castro creó  tempranamente un 
sistema de vigilancia a nivel de comunidad  bajo   el pretexto de 
abortar  intenciones contrarrevolucionarias.   "Vamos a crear un sistema 
de vigilancia colectiva y revolucionaria…"  -- sentenció --  "y vamos a 
ver cómo se pueden mover aquí los enemigos del pueblo".
¿Quiénes  eran los "enemigos del pueblo"  y cuales sus "intenciones 
contrarrevolucionarias"?
Bajo el apelativo de contrarrevolucionarios fueron calificados, entre 
otros, quienes se oponían al poder autoritario de Castro. Cuba no 
necesitaba  un caudillo ni  un nuevo dueño.  Resultaba inaplazable en 
aquella coyuntura histórica impedir el surgimiento de otra dictadura, 
escudada en cuestionables principios de soberanía e independencia.
En "enemigos" y "contrarrevolucionarios"  convirtió Castro a muchos de 
  sus antiguos seguidores,  los mismos que lo secundaron en el asalto al 
Cuartel Moncada y otros que estuvieron junto a él en el desembarco del 
yate Granma, en las filas del Ejército Rebelde o como combatientes 
clandestinos agrupados en las filas del Movimiento 26 de Julio. 
Personas que se sintieron traicionadas cuando arteramente Castro 
proclamó el carácter marxista-leninista de la revolución.  No fue  su 
incipiente diferendo con Estados Unidos el  promotor de aquella 
unilateral proclamación ni tampoco sus contradicciones internas con 
quienes se le oponían por haber sido despojados de sus propiedades.  La 
única vía a disposición de  Castro  para perpetuarse en el poder era el 
comunismo, a pesar de haber asegurado en una ocasión que  "si los 
comunistas sacan las uñas en Cuba, yo se las corto".
Para  garantizar la continuidad de sus ambiciones, C astro fragmentó las 
fuerzas que un día lo respaldaron y creó  un engendro político al cual 
denominó Organizaciones Revolucionarias Integradas, que luego el mismo 
desintegró para fundar el Partido Unido de la Revolución Socialista de 
Cuba, bautizado años más tarde como Partido Comunista. De manera que la 
tesis castrista sobre el partido único creado por José Martí es 
absolutamente falsa y tendenciosa. En un periodo de tiempo relativamente 
breve, Castro concibió tres organizaciones partidistas muy diferentes al 
Partido Revolucionario Cubano fundado por Martí, quien jamás se declaró 
simpatizante de las  doctrinas totalitarias o  hegemónicas y cuyo único 
objetivo  era unir propósitos y empeños  en aras  de la independencia de 
Cuba.
Pero no sólo se crearon métodos antidemocráticos en la conducción de la 
sociedad,  la economía y el Estado. No sólo  se suplantaron valores y se 
tergiversó  deliberadamente la historia.  Se diseñaron, además, 
instrumentos de represión, chantaje y coacción.
¿Cómo es posible, entonces, que un movimiento social traicionado y  un 
pueblo privado de sus más elementales derechos no  se hayan rebelado? 
¿Dónde encontrar  las bases del consenso y el compromiso?
En Cuba no existen vías ni medios  para encaminar  el disentimiento 
político.  El Estado está supeditado al Partido Comunista, identificado 
constitucionalmente como "fuerza superior rectora del Estado y de la 
Sociedad".  El debate público se reduce a fórmulas diseñadas en la 
esfera ideológica  de ese partido, dentro del cual funcionan múltiples 
departamentos especializados en el control de asuntos tan variados como 
la distribución de alimentos, la producción agropecuaria, la opinión 
pública, los planes de enseñanza, el transporte,  la edición de 
periódicos y revistas, las iglesias, la cultura, el cine, el movimiento 
obrero, las organizaciones infantiles, juveniles, femeninas y 
profesionales, la designación de funcionarios públicos y otros muchos 
temas que convierten  al  Partido Comunista de Cuba en una entidad 
dominante y fiscalizadora, envuelta en un hermetismo sectario.
Pero el Partido es la parte visible del poder.  Existe otra institución 
superior a  él, con diferente nomenclatura, otros líderes, otras normas 
y otros estilos de trabajo:   la Dirección General de Inteligencia 
(DGI), institucional y públicamente adscripta al Ministerio del 
Interior, dirigida personalmente por Fidel Castro.
Para el ciudadano común es imposible tener una clara noción de las metas 
de la DGI.  Se la menciona en excepcionales circunstancias,  la sociedad 
no conoce donde están localizadas sus instalaciones, quienes son y cómo 
se designan sus funcionarios, cuáles son sus prerrogativas, cual es su 
presupuesto. Es un fantasma que se mueve sobre la geografía cubana con 
la devastadora fuerza de un huracán.
Un funcionario de nivel medio  del Partido, quien abandono sus filas 
por rivalidad con el  liderazgo, llegó a admitir en  una conversación 
privada que sentía escalofríos cuando un oficial de la DGI entraba a su 
oficina. Esta confesión coincide con la de un viejo cuadro del Partido 
Comunista de la Unión Soviética respecto al KGB.
La plantilla de la DGI está integrada por sicólogos, siquiatras, 
periodistas, sociólogos, médicos, abogados, locutores, directores de 
medios, ingenieros, embajadores y otros profesionales.
Todos los organismos de la administración central del Estado y sus 
dependencias, así como las empresas, establecimientos, institutos de 
investigaciones científicas, medios de difusión y organizaciones 
sociales  son supervisados sistemáticamente por oficiales de la DGI.  En 
cada cuadra hay uno o más individuos clasificados por la DGI como 
"personal de confianza" (PC).  Estos sujetos generalmente mantienen una 
actitud de crítica al régimen,   poca militancia política o total 
indiferencia hacia el sistema.  Su misión es informar a la DGI de todo 
cuanto ocurre en su entorno. Su tarea es  independiente de las que 
realizan los miembros de los llamados Comités de Defensa de la 
Revolución (CDR), cuya estructura organizativa contempla un Responsable 
de Vigilancia quien también colabora eventualmente con la DGI, pero sin 
la capacitación profesional ni la confianza depositada en el  PC.
Los CDR también tienen a su cargo la confección y actualización de un 
"Registro de Direcciones" en el cual aparecen anotados todos los vecinos 
de su radio de acción con datos relativos a ocupación laboral, tiempo de 
residencia, movimientos migratorios, centro de trabajo, integración 
política, etc. Este Registro de Direcciones constituye de hecho uno de 
los eslabones primarios del sistema represivo cubano.
La DGI organiza, asesora, capacita y moviliza a las  Brigadas de 
Respuesta Rápida (BRR), encargadas de reprimir violentamente las 
actividades de los movimientos de oposición política y en defensa de los 
derechos humanos.  Las BRR  son  reforzadas con gentes de la DGI 
adiestrados en técnicas de artes marciales.  Hay numerosos testimonios 
de disidentes y opositores políticos que han sufrido los  ataques de las 
BRR.
En cada comunidad cubana está creado por la DGI el  Sistema Único de 
Exploración y Vigilancia (SUEV), formado por elementos incondicionales 
al régimen, dirigidos por un militante del Partido Comunista. El SUEV 
mantiene un servicio de espionaje paralelo al de los CDR, pero con mayor 
alcance territorial.
Otra institución represiva que funciona a nivel de comunidad es el 
Consejo de Defensa (CD), públicamente adscripto al Partido Comunista, 
pero cuya real actividad es controlada por la DGI.  Teóricamente el CD 
se constituye solo ante una catástrofe natural pero también conforma el 
  sistema represivo primario.
En cada uno de los 169 municipios cubanos funciona una o más unidades de 
la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) así como secciones del 
Departamento Técnico de Investigaciones (DTI) y de la Contrainteligencia 
(CI).
La PNR posee sectores a nivel de barrio y un permanente servicio de 
patrullaje a través de la Brigada Especial  y la Brigada Especializada. 
  Esta última dispone de perros amaestrados que fueron empleados por 
primera vez en los sucesos de la Embajada de México en La Habana,  en 
marzo de 2002.
Dentro de la estructura represiva cubana se encuentran  otros organismos 
encargados de diversas misiones, entre los que se destacan Inmigración y 
Extranjería, Seguridad Personal, Guardafronteras, Destacamento de 
Protección a Sedes Diplomáticas, Sección de Protección Física y Secreto 
Estatal, Establecimientos Penitenciarios y las Oficinas del Registro de 
Población y Carne de Identidad.
En el ámbito civil, los métodos represivos están presentes en múltiples 
esferas.  El objetivo final de Castro ha sido aterrorizar la sociedad, 
hacer que el ciudadano sienta su desgarradora soledad e indefensión 
frente al Estado.
La justicia  es aplicada en Cuba desde una óptica totalitaria, 
centralista y parcializada. Los tribunales son meros instrumentos de 
ejecución de condenas preconcebidas, particularmente en los casos de 
"delitos contra la Seguridad del Estado".  El proceso de instrucción 
penal está en manos de la policía,  con  facultades excepcionales como 
si  el  país viviera  en un permanente  estado de  excepción.  La figura 
de la defensa es asumida por abogados dependientes del control estatal a 
través de los llamados Bufetes Colectivos pues está  prohibido el 
ejercicio independiente de la  jurisprudencia.
En los tribunales cubanos concurren circunstancias realmente insólitas. 
  El juez, el fiscal y la defensa son militantes del Partido Comunista, 
tal vez camaradas del mismo núcleo, sometidos al "centralismo 
democrático" y a una ciega incondicionalidad. La historia del derecho 
cubano contemporáneo registra muchos casos de personas juzgadas y 
sancionadas por  "convicción del tribunal", incluso a la pena capital.
Hace ya algunos años fue promulgada la Ley 88, popularmente conocida 
como "Ley mordaza". Este abominable engendro  prevé  largas condenas por 
el  solo hecho de expresar ideas a medios informativos extranjeros. 
Otra ambigua y arbitraria figura delictiva es la denominada "Propaganda 
enemiga", aplicada con particular crueldad contra  activistas 
democráticos y  opositores políticos.  "Desacato", "peligrosidad 
social", "estado pre-delictivo de vagancia" y otras más completan el 
amplio abanico de aberrantes definiciones contempladas en el vigente 
Código Penal cubano.
La triple condición de legislador,  empleador y rector de la actividad 
laboral  ilegítimamente asumida por el Estado, confiere a este el 
ominoso privilegio de establecer normas que enrarecen y adulteran la 
esencia de las relaciones sociales.  Desde su rol de legislador, el 
Estado promulga normas legales destinadas a reforzar su condición de 
interventor de la sociedad.
Así han surgido decretos que restringen el movimiento de los ciudadanos 
dentro del territorio nacional y otras  normas legales  que establecen 
determinados "requisitos de idoneidad"  para alcanzar un empleo o 
ejercer un cargo público.   El concepto de "idoneidad"  se aplica 
generalmente a partir de antecedentes ideológicos y políticos.
La Ley para la Inversión Extranjera  proclama que la contratación de la 
fuerza de trabajo en las empresas de capital foráneo  debe realizarse a 
través de una entidad estatal, la cual obtiene el pago en moneda dura y 
remunera a los trabajadores en pesos cubanos deprimidos. Esta forma de 
discriminación ha sido denunciada en reiteradas ocasiones por la 
Organización Internacional del Trabajo.
Otras normas legales exigen el cumplimiento de insospechados requisitos 
en una sociedad democrática, entre ellos obtener el consentimiento del 
gobierno para viajar al exterior, prohibir a los ciudadanos cubanos la 
inversión en la economía nacional,  realizar trámites en dependencias 
del Estado para cambiar de vivienda, obstaculizar la emigración a 
médicos y otros profesionales del sector de la salud, portar con 
carácter obligatorio el Carnet de Identidad, algo cuyo incumplimiento 
puede ser objeto de una fuerte multa, pedir permiso para trasladarse de 
centro de trabajo o demostrar "integración revolucionaria" para el 
ejercicio de ciertos empleos y profesiones.
La educación es igualmente un instrumento represivo. Desde su ingreso al 
nivel primario de enseñanza, los niños cubanos están obligados a 
pertenecer a la Unión de Pioneros de Cuba (UPC), al margen de la opinión 
de sus padres. La UPC es un instrumento de la Unión de Jóvenes 
Comunistas, funcionalmente dependiente  del Partido Comunista. A partir 
de ese momento al estudiante se la confecciona un "Expediente del 
Alumno", en el cual se hacen anotaciones ajenas a la actividad docente, 
con un marcado acento político-ideológico.   En la enseñanza 
media-secundaria es obligatoria la integración a la Federación de 
Estudiantes de la Enseñanza Media  y la participación de  los educandos 
en el llamado "Plan la Escuela al Campo". A los estudiantes que por 
determinadas razones no participen en ese  plan se les priva del derecho 
de promoción  al nivel preuniversitario, independientemente de sus 
resultados académicos, limitándolos a una formación de técnico medio.
La enseñanza universitaria está reservada "exclusivamente para los 
revolucionarios", según definición del propio Fidel Castro.   Este 
dogmático  concepto  resume la "estrategia" educacional castrista. 
Igualmente la cultura está regida por  patrones represivos. La creación 
intelectual debe responder  a dogmas y esquemas ideológicos.  "Con la 
revolución todo, contra la revolución nada"  advirtió Fidel Castro en 
una ocasión.  El Ministerio de Cultura "orienta los objetivos de la 
cultura nacional".
Un grupo de "intelectuales"  de reconocidos vínculos con la DGI traza 
los lineamientos generales a los cuales debe supeditarse el talento de 
los creadores cubanos.  No por gusto decenas de intelectuales han 
abandonado la Isla en busca de libertad.
En la esfera de la salud pública de produce un ambiente de 
disconformidad entre los profesionales del sector. La escasez de 
medicinas, el deterioro de las instalaciones asistenciales, el desgaste 
físico y emocional,  unido a los bajos salarios y el poco reconocimiento 
social, han provocado que muchos médicos y enfermeras, en un intento por 
mejorar su calidad de vida  y con un doloroso abandono de su vocación, 
renuncien a sus profesiones y se vinculen laboralmente a la industria 
turística o se dediquen a tiempo completo al alquiler de sus autos,  sus 
viviendas – e incluso sus esposas –   a los turistas extranjeros o a la 
práctica de diversas actividades ilegales en el mercado negro, mientras 
otros aprovechan una "misión internacionalista"  para abandonar 
definitivamente a Cuba.
Aplicando su filosofía represiva, el régimen decidió que ningún médico o 
enfermera puede desvincularse del sistema nacional de salud pública para 
prestar servicios en el turismo, en vez de crear las condiciones para 
impedir el éxodo de esos profesionales.
Ante estas y otras abrumadoras realidades, al pueblo cubano le quedan 
muy pocas alternativas. Una de ellas es la simulación, a través del 
ejercicio de "la doble moral", cuyas consecuencias han perturbado 
incluso las relaciones familiares. Otras se concentran en la emigración 
a cualquier precio, el "escapismo", la falta de interés por el trabajo 
honrado y la  generalizada apatía.
La más noble de todas es la pérdida del miedo.  Esta ha impulsado a 
cientos de ciudadanos a integrarse en las organizaciones opositoras,  en 
un acto de excepcional valentía, hundiéndose  en un permanente estado de 
acoso y represión contra ellos y sus familiares.
Cuando el presente de Cuba sea pasado, cuando se descorra el velo de la 
mentira, cuando los cubanos abandonen su condición de súbditos y 
recuperen la de ciudadanos, cuando todos unidos emprendan el camino de 
la reconstrucción moral y material, sólo entonces el mundo podrá 
comprender a quienes han mantenido encendida la luz de la verdad durante 
tantos años.
Sólo entonces alcanzará su autentica dimensión la palabra consenso.
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