Viernes 23 de Abril de 2010 08:34 Reinaldo García Ramos, Miami
En semanas recientes, varias publicaciones y blogs (entre ellos DIARIO
DE CUBA) se han estado haciendo eco del 30 aniversario del éxodo del
Mariel, suceso trascendental en la historia de nuestro país. La
conmemoración es válida: Mariel fue, sin duda, un acontecimiento
descomunal, que marcó un antes y un después en la evolución de la
realidad interna de la isla y reanimó y diversificó la vida cultural y
espiritual del exilio. Nada fue igual para los cubanos después de
Mariel, ni en Cuba ni fuera.
Mariel fue un vuelco decisivo en todo, y es comprensible. Entre el 21 de
abril y el 26 de septiembre de 1980 ingresaron en el territorio
norteamericano por esa vía 125,262 refugiados cubanos (cifras oficiales
del Servicio de Inmigración y Naturalización de Estados Unidos). Tras un
éxodo de esas características (masivo, monstruoso y violento, durante el
cual se cometieron infinidad de maltratos e injusticias), cualquier
nación queda estremecida hasta sus raíces; cualquier cultura se convulsiona.
Pero al cabo de 30 años, creo que los que participamos en aquella
estampida y logramos salir con vida (ya que no ilesos), nos podemos
sentir muy orgullosos: al demostrarle al mundo que estábamos dispuestos
a arriesgarlo todo con tal de escapar de nuestro país natal, empezamos a
desbaratar la máscara que el castrismo se había puesto, con la cual
pretendía ser un gobierno justo y humanista. Creo que todos los cubanos
tenemos mucho que aprender de aquellos hechos.
Sin embargo, quiero llamar la atención sobre una tendencia
interpretativa de aquellos acontecimientos que fue engendrada por el
gobierno cubano y enseguida consumida y puesta en práctica sin
miramientos en diversos ámbitos del extranjero. Esa tendencia consiste
en caracterizar a los llamados "marielitos" con los mismos esquemas que
usó desde el principio la prensa oficial cubana: según el Granma (en su
editorial del 7 de abril de 1980), todos los refugiados éramos
"delincuentes, lumpens, antisociales, vagos y parásitos". Durante el
éxodo y después, esa imagen peyorativa se divulgó ampliamente en los
principales órganos de prensa internacionales y en amplios sectores del
propio exilio cubano anterior al Mariel, sobre todo en el sur de la
Florida. Decir "marielito" en 1980 en Miami equivalía a cerrar las
puertas de la casa y, en muchos casos, llamar a la policía: la comunidad
cubana del exilio se sintió primero confundida por aquellos inmigrantes,
y luego amenazada, horrorizada.
Con el tiempo, gracias a la lógica sedimentación que estas crisis sufren
en la conciencia colectiva y en los estudios llevados a cabo en las
disciplinas pertinentes (se han realizado amplias y profundas
exploraciones sociológicas e históricas no sólo en el mundo académico,
sino también en el periodismo investigativo, aunque quede mucho por
decir aún), esos esquemas interpretativos han ido desapareciendo, o por
lo menos atenuándose, y la imagen de los refugiados de Mariel se ha ido
profundizando y acercándose más a la diversidad y riqueza reales que
caracterizaron a los integrantes del éxodo.
No obstante, debido a la conmemoración del 30 aniversario, en diversos
medios he visto con preocupación que aún funcionan esos esquemas, que en
ciertos órganos (sobre todo en obras de cine y en reportajes
televisivos) se siguen aplicando los clichés estereotipados del 80. No
quiero citar nombres ni mencionar obras concretas, porque mi objetivo no
es hacer ataques personales ni estéticos; lo que deseo es volver a
salirle al paso a esos esquemas, señalar que la interpretación del
Mariel se debe ajustar, con ecuanimidad y mesura, a sus coordenadas más
realistas.
Por ejemplo, en un cortometraje que se divulgó recientemente, se siguen
realzando (al cabo de 30 años) los hechos delictivos que cometieron los
tres mil presidiarios y locos que las autoridades cubanas montaron en
los botes. Es decir, los autores de ese breve documental no lograron
asimilar ni procesar lo ocurrido después de aquellos años ni tomaron
perspectiva firme sobre la gran trampa que el gobierno de La Habana
montó en 1980 con el deliberado propósito de adulterar la imagen de los
demás integrantes del éxodo. El gobierno cubano "cocinó" ese plato para
la prensa extranjera y los cubanólogos de salón, que durante el éxodo
volvieron una vez más a dar muestras de ingenuidad y estuvieron
dispuestos a creerse a pie juntillas los cuadros simplistas de la
propaganda castrista. Eso fue entonces, pero ahora, cuando conmemoramos
el 30 aniversario de aquel horrendo episodio de nuestra historia, es
inquietante, y casi alarmante, que algunos intelectuales y creadores —el
director de ese cortometraje es cubano—, sigan cayendo en el mismo
esquema interpretativo. ¿No hemos aprendido nada?
Sí, vinieron tres mil personas que eran inadaptados o delincuentes o
locos en Cuba y que, naturalmente, lo siguieron siendo aquí en Estados
Unidos; pero además no vinieron por decisión propia (el gobierno vació
las cárceles y coaccionó a los presos con nuevas sentencias para que se
subieran en los barcos, y desde luego, los enfermos mentales que sacaron
de los asilos no podían decidir nada por sí mismos). Eran individuos que
no tenían idea de lo que iban a encontrarse en el extranjero y no
estaban preparados para asimilar el cambio ni adaptarse al nuevo país.
Pero esa fue sólo una parte de los refugiados: concretamente, el 2.4 %
de la totalidad. Los que vinieron a crear problemas eran una minoría,
pero además, y destaquemos este aspecto (que muchos lamentablemente
olvidan) eran el producto cristalizado del sistema imperante en Cuba,
eran la consecuencia viviente del desastre engendrado por aquel sistema
errático y criminal.
Hay una triste distorsión en el modo en que se siguen repitiendo a veces
los mismos clichés, con la cantaleta de que el Mariel sólo trajo gente
inconveniente para el exilio; es triste que se sigan viendo las cosas de
esa manera tan superficial, poniendo de relieve todavía el ingrediente
negativo de los tres mil inadaptados y no destacando suficientemente el
aporte y el valor y la voluntad constructiva de los demás. Creo que al
cabo de 30 años es necesario cambiar la óptica y desenmascarar la
maniobra que La Habana desplegó en esos meses para desprestigiar a todo
un conglomerado humano que tenía razones profundas y legítimas para
emigrar (recordemos además que desde 1971 todas las salidas de la isla
habían estado cerradas) y que además tenía entonces, y ha mantenido
durante todos estos años, propósitos encomiables de reconstruir sus
vidas en el nuevo país, de trabajar y de luchar por su prosperidad
personal y al mismo tiempo de contribuir a la estabilidad y riqueza de
la sociedad norteamericana en general.
Desde luego, otra carencia lamentable de la que suelen padecer los
esquemas interpretativos discriminatorios de los refugiados del Mariel
es que en la mayoría de ellos no se menciona para nada a los artistas y
escritores que vinimos en el éxodo. Esos esquemas dejan fuera a los
artistas y escritores que logramos salir de Cuba por Mariel porque
nuestra existencia y nuestra obra constituyen un contrapeso evidente a
esa imagen maniquea del "marielito" como individuo destructivo y vago,
delincuente y peligroso, que el gobierno de Cuba impuso en el 80 en la
prensa internacional y en círculos propicios de las instituciones
culturales y académicas.
Del lado de la verdad
El poeta y editor Reinaldo García Ramos, exiliado durante el éxodo del
Mariel. Miami, 2006. (GEORGE RIVERÓN)
El poeta y editor Reinaldo García Ramos, exiliado durante el éxodo del
Mariel. Miami, 2006. (GEORGE RIVERÓN)
A los escritores y artistas que vinimos por Mariel nos fue doblemente
difícil imponernos y presentar nuestras obras en los medios existentes
en Estados Unidos y otros países, precisamente porque muchos círculos de
la cultura establecida y algunos incluso de la cultura hispana en
Estados Unidos aceptaron esa imagen maniquea. Nosotros habíamos llegado
con unas ansias enormes de desarrollarnos como creadores y de mostrar el
producto de nuestro trabajo, porque durante muchos años en Cuba nos
habíamos sentido asfixiados y sojuzgados por la censura y la
inflexibilidad ideológicas (sobre todo durante el estancamiento cultural
del decenio de los 70). Esos prejuicios de que hablo nos dificultaron
bastante el camino, pero al final logramos imponernos.
Uno de los hechos capitales de esa lucha fue la fundación en 1983 de
Mariel; revista de literatura y de arte, que se mantuvo hasta 1985,
publicó ocho números, y dejó una huella profunda en la cultura cubana
del exilio. La revista surge precisamente para abrir ese espacio que nos
negaban ciegamente en muchos entornos e instituciones. Trimestralmente,
para costear cada número, cada uno de los integrantes del Consejo de
Editores (Reinaldo Arenas, Juan Abreu, Marcia Morgado, Roberto Valero,
Carlos Victoria, Luis de la Paz, René Cifuentes y yo) pondría 100
dólares de su propio bolsillo. Era un sacrificio enorme para unos
refugiados que ni siquiera tenían aún sus documentos de inmigración en
regla, pero acometimos la tarea con entusiasmo y convicción.
En sus dos años de existencia, Mariel aglutinó a numerosos creadores,
sobre todo cubanos exiliados de todas las edades, pero también
latinoamericanos y de otras culturas. La sección Confluencias realzó la
obra de escritores prestigiosos de épocas anteriores (como José Lezama
Lima, Virgilio Piñera y Carlos Montenegro). No cabe duda de que la
revista dejó una huella en el entorno cultural del exilio. Pero además
comenzó a forjar una imagen de los cubanos exiliados más compleja y
profunda en los medios de prensa norteamericanos. Tras la salida del
Número 5, en que publicamos una sección sobre los cubanos y su relación
con la homosexualidad, un importante diario muy poco propenso a reflejar
aspectos positivos de nuestro exilio dedicó a la revista Mariel un
artículo de primera plana (James Brooke: Cuban Exiles Are 'Delirious'
About U.S. Literary Freedom, The New York Times, agosto 22 de 1984).
Mariel dejó de publicarse en 1985. Sin embargo, en estos 30 años los
artistas y escritores del éxodo no hemos dejado de trabajar, y a estas
alturas ninguna persona informada sobre la evolución de la cultura
cubana del exilio podrá negar nuestro aporte, nuestra significación.
Hemos sufrido pérdidas considerables, en ocasiones a consecuencia del
sida; pero todos los que no están ya con nosotros (Arenas, Valero,
Victoria; pintores como Carlos Alfonzo, Ernesto Briel, Juan Boza, entre
muchos otros) han dejado una obra considerable, forjada en libertad. Y
los que aún estamos con vida seguimos trabajando, convencidos hoy, más
que nunca, de nuestra misión como intelectuales: estar siempre del lado
de la verdad. Nuestro país ha sufrido durante demasiado tiempo una
sobrecarga de mentiras.
http://www.diariodecuba.net/opinion/58-opinion/1318-mariel-en-sus-treinta.html
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