Jueves 29 de Abril de 2010 13:37 Luis Felipe Rojas Rosabal, Holguín
Así, como reza una canción del popular trovador proscrito Pedro Luis
Ferrer, han quedado algunas de las ideas del más reciente pasado castrista.
Una larga lista de "programas de la revolución" ha ido quedando a la
deriva, como si el viento feroz de la realidad los hubiese bandeado de
un lado al otro. Lo cierto es que los intentos más populistas del Fidel
Castro, que dio a conocer antes de caer estrepitosamente en aquella
plaza de Santa Clara, han tomado el camino de Matías Pérez, han volado
al cielo para desaparecer de un plumazo.
La inoperancia física del mayor de los Castro, la remoción de más de una
decena de sus antiguos y cercanos colaboradores y el pragmatismo de su
hermano menor dejaron sin razón de ser a la punta de lanza del populismo
que el régimen usó en el último lustro como tabla salvadora de sí mismo
ante el tedio y la abulia generalizada.
Más humanos, más cubanos
Un cinturón ancho con hebilla dorada, unos tenis Adidas y una copia
dorada de un reloj Orient son los atuendos del joven que ahora desanda
un barrio de Santiago de Cuba. Una mochila al hombro y una camiseta roja
con el slogan "Más humanos, más cubanos". El barrio se detiene. Ha
llegado un Trabajador Social.
Quizás uno de los programas más agresivos —por la manera en que volcaron
tantos recursos en él— fue el de los Trabajadores Sociales. La tropa de
choque se estrenó con media docena de escuelas de lujo que nunca
tuvieron ni los futuros ingenieros ni los médicos que han sido la cara
más visible de los llamados logros de la revolución. Parecían que habían
llegado para quedarse. Fueron a Venezuela, Jamaica y Bolivia. Actuaron
en dúos como fiscales, fisgones y lleva-y-trae de la burocracia que los
encaramó en lo más alto de la vigilancia colectiva.
Pero pronto salieron los lunares.
En cuanto cayeron en las gasolineras de la empresa Cuba-Petróleo (CUPET)
el precio del combustible en el mercado negro pareció bajar
sorprendentemente, o por lo menos eso era lo que se comentaba, ya que
los muchachos que llegaron vestidos de inflexibles veladores del bien
común terminaron siendo peores que los pobres empleados antes sustituidos.
Los cursos para trabajadores sociales dejaron de funcionar hace más de
tres años y las entonces flamantes escuelas —construidas a todo trapo
por todo el país para envidia y roña del estudiantado cubano— terminaron
ocupadas por sus colegas de Venezuela y otras naciones de la región. En
Holguín se albergaron más de doscientos 'activistas' (sic) venezolanos
del último referéndum celebrado en la patria de Bolívar.
Eventos culturales, deportivos y hasta contingentes militares fueron
albergados en la escuela antes mencionada. Lo mismo ha sucedido en las
demás provincias cuando han sido objeto de visita de presidentes
latinoamericanos. Sus habitaciones han albergado hasta a los cuerpos de
seguridad de tercera clase citados para la ocasión.
A estas alturas, desde varias provincias se han reportado casos de
grupos de trabajadores sociales a los que están proponiéndoles
especialidades en el MININT o ser los acompañantes directos de los jefes
de Sector de la PNR, por lo que después de tanto bregar, los chicos
preferidos de Fidel han venido al lugar que los cubanos sospecharon
siempre: vigilar y soplar despacio y bajito lo que hace cada quien.
Otro remanente revolucionario
Después de décadas enarbolando una alta tasa de retención y promoción
escolar, el sistema educacional cubano "descubrió" un déficit sin igual
apenas comenzado el siglo XXI, por lo que las autoridades se dieron a la
tarea de rehacer a como diera lugar el tramo maltrecho.
De repente, las escuelas para jóvenes sin empleo recibieron a cualquier
hijo de vecino que había decidido abandonar los estudios. Propaganda
aparte, parecía un buen gesto, mas pronto los nuevos escolarizados
terminaron engatusados en campañas de higienización, elecciones
municipales y de la agricultura, so pena de perder el mísero estipendio
mensual, equivalente a seis dólares.
Cinco años después, como ocurre ahora mismo en las cinco provincias
orientales, muchos recién graduados no han logrado una plaza donde
ubicarse laboralmente, de modo que aquel "programa de la revolución"
terminó siendo un ensayo clínico de mal gusto para los nuevos conejillos
de muestra.
Los instructores de arte, un viejo fantasma revivido bajo el embate
populista de última hora, han servido para llenar las escuelas con
aquellos que debieran enseñar los rudimentos de la apreciación artística
en los educandos, pero tampoco ha fructificado por el hasta ahora
irreconciliable maridaje entre los sectores de Educación y Cultura.
El exhausto Movimiento de Artistas Aficionados no se benefició tampoco
con la avalancha de adolescentes que si bien pudieran adquirir un ápice
de rigor técnico, contaban con un gran déficit de conocimientos
culturales, lo que los invalidaba para enseñar incluso en una pequeña
comunidad.
Muchos se preguntan a dónde fue a parar el rigor con que antaño se
enseñaba en los institutos pedagógicos de la isla. Ante tanto descalabro
y cursos emergentes, todo se ha venido abajo.
Desde el año pasado, estos centros de altos estudios optaron por enviar
a sus educandos a hacer prácticas durante casi todo el mes; esto es,
impartir clases directamente a alumnos mientras ellos mismos reciben
docencia sólo tres días mensualmente.
Andrés, que imparte Física en un preuniversitario seminterno en Holguín,
afirma recibir una sola conferencia de su especialidad en cada encuentro
mensual. Él, una quinceañera que enseña pasos de baile en una escuela
primaria y un joven trabajador social que se interna varios días a la
semana en un barrio marginal de Santiago de Cuba para hacer un censo
poblacional de discapacitados físicos, son tres jinetes de ese
Apocalipsis que vive la sociedad cubana de estos tiempos.
http://www.diariodecuba.net/opinion/58-opinion/1401-como-espuma-y-arena.html
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