El precio de la uniformidad
mayo 28, 2014
Verónica Vega
HAVANA TIMES — Por mi limitadísimo acceso a internet, leo los 
comentarios en HT gracias a que me los envía el editor y, (misterios de 
la conexión cubana), muchas veces me llegan recortados así que solo 
puedo leer los enunciados. Esto desestimula mi interés y anula mi 
presencia en cualquier debate.
Pero el que desató el post "Uniformefobia", me ha motivado a participar 
tardíamente por medio de este artículo. No tanto porque el autor de ese 
post es mi hijo, (que puede responder por sí mismo), sino por la crítica 
que hace un lector a sus padres.
Primero quisiera decir que es fácil atacar a quien tiene el valor de 
exponer parte de su vida y sus sentimientos, pues quienes critican están 
a la sombra, (muchos bajo seudónimos), con sus vidas y errores muy a 
salvo. La mayoría no viven en Cuba, así que ni siquiera padecen lo que 
juzgan, y sucede que en este caso denotan también desconocer aspectos de 
lo que someten a juicio.
Por esto voy a tratar de hacer una síntesis de los sucesos que llevaron 
a Kabir a dejar el pre universitario, cosa difícil porque la historia es 
larga y evocarla no me es agradable.
Desde que mi hijo estaba aproximadamente en segundo grado, me preguntaba 
por qué tenía que cortarse el pelo. Muchos de mis amigos llevaban el 
pelo largo y el padre de un compañero de aula usaba una trenza muy 
larga. Cada vez que le tocaba pelarse y se resistía, yo le decía que en 
la escuela lo exigían así, pero con el paso del tiempo, me di cuenta de 
que no tenía ningún argumento propio. Mientras tanto, sus preguntas se 
volvían cada vez más precisas:
"¿Por qué es malo tener el pelo largo si mi pelo no hace daño a nadie? 
¿Por qué las niñas sí pueden? ¿Por qué en ellas no es una indisciplina 
incluso si lo tienen suelto?"
A alguien que se le intentan inculcar valores de igualdad, libertad, 
sinceridad, ¿cómo responderle honestamente? Le dije: Tienes razón, voy a 
preguntarle a la maestra (para entonces ya estaba en tercer grado).
La maestra, que no parecía preparada para semejante pregunta, habló de 
un reglamento escolar que no pudo mostrar ni citar textualmente, y 
terminó aceptando, así pasó el tercero y el cuarto grados, que fueron 
los últimos años de una excelente pedagoga, y se retiró de la enseñanza.
La maestra que le tocó a Kabir en quinto empezó a mostrar una 
intolerancia cada vez más visible, y luego de varios incidentes, pedí en 
la dirección que cambiaran a mi hijo de aula.
Pero ya la "estigmatización" parecía hecha, y la situación no mejoró con 
una segunda y tercera maestras. Lo curioso es que ante la pregunta de 
que si Kabir tenía problemas académicos o de disciplina, las tres 
maestras lo negaban rotundamente.
Consulté a una psicóloga y me sugirió que cambiara al niño de escuela. 
Lo hice y funcionó, pudo terminar el quinto grado y hacer el sexto como 
un niño "normal", a pesar de su larga trenza. Una queja presentada en el 
municipio de educación sólo sirvió para que enviaran a una inspectora, 
quien me dijo que las maestras del conflicto "estaban en observación", y 
firmó una autorización para retirar la caracterización espuria que 
habían intentado colocar en su expediente.
La nueva maestra se asombraba de que hubieran podido considerar a Kabir 
(con sus propias palabras)," tan inteligente y respetuoso", como un niño 
conflictivo. Esa joven y el maestro que tuvo en sexto grado, le tomaron 
un cariño especial, pero la experiencia pasada había sido tan amarga que 
cuando otros me preguntaban si mi hijo tenía una promesa, (religiosa), 
terminé diciendo que sí. Esta mentira nos trajo una paz inesperada, se 
convirtió en un argumento mucho más aceptable que cualquier insinuación 
sobre la verdad o el respeto a la identidad.
También, en los tres años de secundaria, donde la directora, con quien 
me había sincerado, lo apoyó incondicionalmente.
Para el primer año de pre universitario la política con respecto al 
pelado masculino se había recrudecido. La directora del pre "Lázaro 
Peña", en Alamar, dijo tajantemente que sin pelarse no podía entrar. 
Kabir, que estaba muy entusiasmado con los profesores y el nuevo 
programa de estudios, se vio una vez más ante el viejo dilema. Yo tenía 
que viajar a Francia, a promover mi primera novela, y los trámites no me 
permitían volcarme en otra maraña de reclamaciones.
El accedió a pelarse sin ninguna alegría y continuó sus clases, pero la 
madre de un estudiante que había conocido en la secundaria y había 
defendido la misma causa con su hijo en varias escuelas del país, nos 
dijo que la ley estaba de parte de los muchachos. Ella, por su carrera 
de marxismo, había estudiado Derecho Cubano. Para ese momento el pelo de 
Kabir había crecido unos pocos centímetros, y ya exigían que el pelado 
fuera prácticamente "a lo militar". Estando yo en Francia supe que 
Educación Provincial había admitido que no tenía autoridad jurídica para 
negarles a los dos adolescentes el derecho a asistir a su escuela, y así 
pudieron cursar el décimo grado.
A inicios de onceno se repitió la misma actitud por parte de la 
directora del pre, que ahora sí enarbolaba un reglamento escolar donde 
se exigía a los varones presentarse a la escuela "correctamente pelados 
y afeitados". Que el término "correcto" sea relativo, no era un problema 
por el acuerdo tácito que ha establecido oficialmente la tradición 
machista. Los cuatro padres iniciamos una demanda legal, donde, entre 
otras razones, se señalaba que:
"La Constitución de la República, en su capítulo VI Igualdad, establece 
en su artículo 42 que la discriminación por motivo de raza, color de la 
piel, sexo, origen nacional, creencias religiosas y cualquier otra 
lesiva a la dignidad humana está proscrita y es sancionada por la ley.
Y en su artículo 43: El Estado consagra el derecho conquistado por la 
Revolución de que los ciudadanos, sin distinción de raza, color de la 
piel, sexo, creencias religiosas, origen nacional y cualquier otra 
lesiva a la dignidad humana: disfrutan de la enseñanza en todas las 
instituciones docentes del país, desde la escuela primaria hasta las 
universidades, que son las mismas para todos.
Y la convención de los Derechos del Niño, de la que Cuba es firmante 
(sin reservas) desde el año 1991, establece: Los Estados Partes 
adoptarán cuantas medidas sean adecuadas para velar porque la disciplina 
escolar se administre de modo compatible con la dignidad humana del niño 
y de conformidad con la presente convención".
En opinión de la Fiscalía General de la República, donde fuimos citados, 
la argumentación anterior no demostraba que se violaba la Constitución y 
era sólo "una interpretación personal". Entre tanto, ambos adolescentes 
habían asistido día a día a su escuela solo para ser expulsados una y 
otra vez. Ya la dirección del pre había generado un ambiente de rechazo 
hacia los dos "diferentes", que amenazaba convertirse en un acto de 
repudio. Y ahí fue que ambos decidieron abandonar el curso, del que no 
les dejaron recibir ni una clase, y donde les habían negado hasta los 
libros de texto.
Quisiera señalar que durante el décimo grado pude ver que la enseñanza 
en el pre no era mejor que la secundaria: había déficit de profesores, 
exceso de matrícula, la diferencia entre el programa y las clases 
aplicadas, era abismal. El aula de Kabir quedaba justo al lado de un 
baño cuyas emanaciones eran irrespirables. Lo vivíamos los padres en las 
reuniones y se presentaron quejas que jamás fructificaron. Siempre me 
resultó absurdo que en un ambiente tan caótico, la estética del cabello 
masculino concentrara tanta atención y energía.
A lo largo de nuestra extraña travesía conocí a jóvenes que me 
confesaban su deseo de tener el pelo largo, pero sus padres no los 
defendían, algunos eran obligados a pelarse bajo amenazas, incluso 
golpes. Estos se volvían rebeldes, rechazaban la escuela y hasta sus 
hogares. Otro muchacho tuvo que recurrir a un papel firmado por un 
psiquiatra para justificar su melena con la que disimulaba un defecto en 
las orejas.
Que el pelado masculino sea obligatorio y un aspecto de la "disciplina 
escolar", en Cuba o en cualquier país, es una negación a los principios 
que hoy se defienden como extensión del derecho a la libertad de 
pensamiento. Es paradójico que ya se hable de cambio de sexo, (lo que 
implica operaciones e implantes) y persista el tabú con el pelo largo en 
los varones, que, dicho sea de paso, crece de forma absolutamente 
natural. La pluralidad se extiende a la imagen, y es parte de la 
búsqueda de la identidad.
Entre los mismos que defendieron ese derecho están Karl Marx, José 
Martí, y Antón Makarenko. Es una batalla que se ganará, tarde o 
temprano, como ganaron los Testigos de Jehová que se aceptara su 
negativa a que sus hijos saludaran la bandera o portaran una pañoleta, 
después de una larga tradición de prejuicio y discriminación.
La "uniformidad" sólo se logra con el sacrificio de parte de la vida, 
porque lo natural es la diversidad.
Por último, quisiera aclarar que Kabir nunca renunció a estudiar, pero 
la matrícula de once en la facultad no abre hasta agosto de este año. 
Otras consideraciones malintencionadas no valen ni el intento de 
responderlas.
Y, al lector que firma EDUARDO: He leído tus comentarios y llegué a la 
conclusión de que tus intervenciones no son honestas, así que es inútil 
aspirar a un debate serio contigo.
Source: "El precio de la uniformidad - Havana Times en español" - 
http://www.havanatimes.org/sp/?p=96169
 
 
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