Una fe a prueba de Dengue
diciembre 15, 2012
Erasmo Calzadilla
HAVANA TIMES — Mi querido padre es un auténtico soldado revolucionario, 
lo que se dice un incondicional. Cualquier tarea que del Olimpo baje, 
trata de cumplirla sin chistar, aunque luego rezongue.
Así lo educaron y supongo que así será hasta el día en que el alma se le 
desprenda del cuerpo. Diría que pertenece a esa generación abrahámica 
que no vacila ante el mandato "divino".
Y el mandato divino llama, en su enésima temporada, a fumigar 
semanalmente contra el Dengue.
En cada cuadra o edificio de apartamentos siempre hay "indisciplinados" 
que no le abren la puerta a los de la campaña antivectorial. ¿Motivos? 
Diversos.
A veces los bazuqueros llegan sin previo aviso o en un horario 
inapropiado, a veces hay enfermos en casa o algo impostergable que 
hacer, o puede que, sencillamente, la gente no esté pa' esa candanga; 
pero mi padre no ha dejado de fumigar en ninguna circunstancia.
Un día apareció de la nada el cazafantasma, justo a la hora de la comida 
y con unos tragos arriba. Casi ningún vecino le abrió pero mi padre dio 
el paso al frente.
En otra ocasión alguien de la familia andaba con bronquitis; bueno pues, 
así mismo, con fiebre y tosiendo, tuvo que salir al pasillo mientras 
inundaban la casa de humo. Vaya, que si todos fueran como mi papi, el 
Dengue duraría lo que un merengue.
La prueba
Ironías de la vida, o quizás por venganza, el caso es que cuando un 
mosquito infestado visitó mi edificio ¿con quién creen que se reprendió? 
Por supuesto que con my family. Todos se contagiaron a la vez y hubo que 
ingresar a mi madre de lo malita que se puso.
Tratamos por todos los medios de no ingresar a mi abuela por miedo a que 
la complicaran y nunca regresara, como le sucedió a mi abuelo. Así 
estábamos de recelosos con los hospitales, pero al llegar al pabellón 
que el hospital la Covadonga destina a los enfermos de Dengue, la 
sorpresa fue grande.
El piso y los baños relucientes, sábanas limpias, excelente atención, 
alimentación aceptable, con carne todos los días… Pero lo que más nos 
impresionó fue la calidad de los enfermeros.
Es que esa profesión precisa de mucha vocación y experiencia, pero de un 
tiempo para acá, lo más corriente es topar con el típico 
enfermero-reguetonero.
El enfermero-reguetonero tipo es un muchacho super joven, que se viste 
como quien va pa' la disco, trabaja en el ramo porque no le queda más 
remedio (y te lo hace saber), es huérfano de conocimientos y 
habilidades, y se la pasa en juegos eróticos o escandalizando con sus 
compañeros. Y todo ese bullicio juvenil en un medio que exige, más que 
nada, tranquilidad.
Pues nada de eso, en la Covadonga los enfermeros eran de excelencia. 
Jóvenes, sí, pero también amables, atentos, diestros en su profesión. 
Una Madre Superiora controlaba el trabajo del equipo y velaba porque los 
revendedores no invadieran la sala. Y como resultado un servicio de muy 
buena calidad.
Gracias a ellos la historia termina feliz. Al cabo de la semana mi 
familia recuperó la salud, y papi-Job salió de la prueba con la fe 
fortalecida.
PD: Varias personas y hasta médicos me han dicho que mi experiencia en 
el hospital Covadonga fue una excepción.
http://www.havanatimes.org/sp/?p=76651
 
 
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