Un viaje lento del desconsuelo a la muerte
By YOANI SANCHEZ
Generación Y
El cuerpo enflaquece, la mente se va y los miembros inferiores comienzan 
a hincharse. Una huelga de hambre hace que la existencia se escape poco 
a poco, hasta que se desdibuja el rostro de la madre sentada frente a la 
cama y pierde fuerza el rayo de luz que entra por la ventana. Durante 86 
días Orlando Zapata Tamayo transitó del desconsuelo a la muerte. Se fue 
apagando, con una voluntad que ha dejado consternados a los amigos y 
molestos a sus opresores. Acostumbrados a disponer de su cuerpo y del 
herrumbroso cerrojo de su calabozo, los carceleros sienten ahora que 
este hombre de 42 años se les ha ido por la única salida que ellos no 
pueden controlar: la muerte.
Juzgado a la velocidad del vértigo en marzo de 2003, Zapata Tamayo fue 
víctima de aquel escarmiento --conocido como la Primavera Negra-- que el 
gobierno cubano quiso darle a la oposición. Era fundador del partido 
Alternativa Republicana y activista frecuente a la hora de demandar la 
liberación de sus compañeros de causa. Después de su llegada a prisión 
lo condenaron en nueve juicios sumarios a penas que llegaron hasta los 
56 años. Un gesto ``magnánimo'' los redujo a 25 largos veranos tras las 
rejas. Todo esto fue dictaminado en tribunales que parecían obedecer más 
a códigos militares que civiles. Después llegó la soledad de una celda 
tapiada, los malos tratos, las palizas y con ello terminó la ilusión de 
que un preso no condenado a muerte tiene derecho a que le respeten la vida.
Al cancelarse la visita a Cuba del relator de las Naciones Unidas contra 
la tortura, terminó para muchos la esperanza de ser rescatados de los 
malos tratos en los penales. Aprovechándose de su impunidad, los guardas 
metieron a Orlando en un espacio breve, donde tenía que compartir el 
suelo con las ratas y las cucarachas. Le gritaban por la rendija de una 
puerta de hierro que no iba a salirse con la suya, pues en una prisión 
revolucionaria un preso político equivale a los gorgojos que acompañan 
--permanentemente-- al arroz. Se resistió a ponerse el uniforme de 
presidiario y eso le trajo otra andanada de golpes y el punzante castigo 
de reducirle las visitas de sus familiares. Cuando abrieron el sitio 
donde lo habían enterrado vivo, ya el daño era irreversible y la culpa 
salpicaba hasta la mismísima silla del actual presidente cubano.
A Zapata Tamayo no lo mató la huelga de hambre, sino el sombrío oficial 
que lo encerró en aquel hoyo y el director de la prisión Kilo 8 en 
Camagüey que ordenó su castigo. Contribuyeron también a su deceso las 
manos enfundadas en guantes de látex que prefirieron mantener el empleo 
en el hospital antes que denunciar el estado maltrecho al que habían 
dejado llegar su cuerpo. La máxima responsabilidad de su final la tiene 
un gobierno que prefirió mostrarse intransigente y enérgico antes que 
proveerle de ciertas mejorías en su vida carcelaria. Para confirmarnos 
en esa idea, un día después de ocurrida la muerte, Raúl Castro perdió la 
oportunidad de acortar la distancia entre lamentar su deceso y pedirle 
disculpas a sus familiares. Con sus breves palabras exentas de 
autocrítica, nos corroboró lo que muchos sospechábamos desde el 
principio, que el general no era ajeno al maltrato, la dejadez y el 
terror que terminaron con Orlando.
Un viaje lento del desconsuelo a la muerte - Cuba - ElNuevoHerald.com 
(28 February 2010)
http://www.elnuevoherald.com/2010/02/28/664514/un-viaje-lento-del-desconsuelo.html
 
 
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