Cuba: el estado de la cuestión
Balance emocional (visceral) de un séptimo congreso
Alejandro G. Acosta, México DF | 27/04/2016 9:18 am
Lo cierto y comprobable es que los cubanos, después de cincuenta y
tantos años con la misma cantilena, ya tenemos cansado al mundo. Por eso
nadie (o muy pocos) nos escucha.
Desperdiciamos los primeros años cuando se implantó la dictadura y a
pesar de todos los esfuerzos, gloriosos algunos (Bahía de Cochinos, la
guerra civil en el Escambray) y ridículos otros (tabacos envenenados,
polvos defoliantes para barbas...), nuestra incapacidad o limitación
congénita para ponernos de acuerdo, propició que la falsa imagen de un
régimen benefactor y justiciero se consolidara en el imaginario
colectivo universal. Por eso, desde hace mucho tiempo, cuando fusilan,
golpean, encarcelan o acosan a un cubano, todo el mundo (o casi)
prefiere hacerse el sordo y mirar para otro lado, desde el Vaticano a la
ONU.
La dictadura cubana ha tenido tiempo suficiente, durante estos cincuenta
y siete años, para establecer todos los lazos de compadrazgo, alianzas y
favores para solidificar un frente común contra los opositores del
régimen. Becas, premios, publicaciones, condecoraciones,
hospitalizaciones, donaciones, apoyos diplomáticos... muchos son los
servicios prestados por Castro, que van desde los guerrilleros hasta los
luchadores sociales, desde Malcolm X hasta Mandela.
Ya sabemos la teoría de los dos vasos mediados: el medio lleno o el
medio vacío. Pero recordemos también que Oscar Wilde decía que "un
pesimista es un optimista bien informado".
¿Qué podemos esperar, o aún mejor, hacer?
Por parte de Estados Unidos hoy, con Barack Obama y quizá mañana con
Hillary Clinton, muy poco, casi nada. En el mejor de los casos, que se
mantenga el statu quo. Lo cierto es que desde hace mucho tiempo los
norteamericanos no quieren más problemas. Hay que comprenderlos: ya se
cansaron, y lo entiendo perfectamente, de ser los salvadores del mundo.
Aunque a algunos les pese y la propaganda denigratoria contra EEUU sea
muy efectiva y generalizada y hasta "de buen ver", entre las izquierdas
de caviar y café con leche (con esa hedonista autosatisfacción enfermiza
de sentirse inalcanzables por sobre los demás, de superioridad moral,
pues son "de izquierda", y que informo ya está siendo estudiada por los
psiquiatras), lo cierto es que desde 1898 le han estado sacando las
castañas del fuego a muchos (claro que con sus intereses, por supuesto,
como cualquier otro país: díganme uno que no sea así): vencieron a
España en Cuba cuando ya los mambises andaban dando boqueadas y pidiendo
el agua por señas (contrariamente a lo que se ha afirmado con más fiebre
nacionalista que con realidad y justeza histórica, Cuba sí debe su
independencia a Estados Unidos). Después salvaron no una, sino dos veces
no solo a Europa sino al mundo, en la Primera y Segunda Guerras
Mundiales. Y más tarde Corea. Y ya encarrerados, siguieron de emergentes
en Vietnam (que debemos recordar era un problema francés, y después los
franceses, siempre tan gentiles, se lo dejaron en las uñas a los
yanquis). Y todavía después con la larga y extenuante Guerra Fría, donde
el resto del mundo se sentó a esperar para ver quién salía vencedor
entre los dos colosos.
De veras: en especial los franceses, le han hecho cada porquería a EEUU
que con mucha razón los yanquis están molestos y ya no llaman a las
papas fritas como French fries sino Liberty (son tan buenazos los
gringos que todavía recuerdan a Lafayette y Bartholdi).
El balance es que después de tantos sacrificios y tanto dolor y muertes
(las playas de Normandía dan fúnebre testimonio de ello, y el dilatado
espacio sembrado de tumbas es el único terreno que ocuparon los yanquis,
todo lo contrario de los "libertadores" rusos, quienes se almorzaron
alegremente a medio continente detrás de la Cortina de Hierro), los
estadunidenses están muy cansados. Quieren que el mundo ya no cuente con
ellos. La primera guerra de Irak fue un aviso de esto, cuando Bush padre
se hizo rogar para que todos los países, así, en coro unánime de la ONU,
le pidieran a los gringos que por fin intervinieran para salvar el
petróleo de Kuwait, que —recordémoslo una vez más— no surte a EEUU sino
a Europa. Se cansaron porque después de tantos sacrificios, en el mundo
entero, por envidia o por miedo, les gritan "Yankees go home", y hay una
horda de fanáticos histéricos —y pagados nadie sabe por quién— que
persiguen al Mr. President por cualquier país donde va (con excepción de
Albania, donde como sí conocieron el peor de los comunismos, lo adoran)
para denostarlo, aún al afable e "izquierdoso" Obama, al que no perdonan
ni por ser mulato.
Y gran culpa de todo esto la tienen los propios gobiernos yanquis, a los
que les ha faltado feeling, "chispa" —como en aquel viejo chiste
cubano—, y una profunda y constante campaña mediática donde se recuerde
todo lo que han hecho por el mundo. Porque para ese tipo de campaña los
que sí resultan (hay que admitirlo) muy buenos, casi insuperables, son
los de "la siniestra izquierda": estos sí saben cacarear muy bien el
magro huevo que logran poner, aunque sea de tiñosa. Quizá ahora, con
Donald Trump, se altere el sopor que domina en la sociedad
norteamericana y quieran reverdecer sus laureles y desenfundar de nuevo
sus estandartes y banderas. Lo que no estoy muy seguro si eso sea
totalmente para bien.
Los opositores pacíficos en Cuba han abrazado las imágenes y los
idearios de Gandhi, Luther King y Mandela, como guías para su lucha.
Pero han olvidado algo fundamental: tanto Gandhi como Mandela se
enfrentaban a un gobierno con una larga tradición parlamentaria y legal,
la Inglaterra de la Carta Magna, con un sistema jurídico ejemplar, y
King era apoyado en su lucha nada menos que por el mismo Presidente y su
hermano el Fiscal General. Los opositores cubanos —tímidamente
autodenominados como "disidentes"— se enfrentan a un enemigo poderoso,
implacable y además absolutamente impune: nadie (o muy pocos) levanta un
dedo y menos la voz para defender a los fusilados, golpeados y
encarcelados cubanos. Hay una coartada universal, una tácita conjura del
silencio, que cuando logra hacer brotar una pálida denuncia,
inmediatamente la respuesta es "sí... pero la salud, la educación, el
deporte cubanos...", o "Fidel es tan simpático"... Es cierto, ni Franco,
ni Pinochet, ni Hitler, ni Stalin tuvieron el gracejo del tirano cubano
(si acaso, Mussolini): todos corren despetroncándose (Bachelet es una
Miguelina Cobián en eso) para tomarse la foto, la selfie sangrienta, aún
con el balbuciente y babeante resto de lo que fue.
Gandhi andaba acompañado de una periodista y fotógrafa inglesa que lo
veneraba como a Visnú; King viajaba rodeado por una corte de adoradores.
Mandela tuvo una incondicional guardia pretoriana de blancos y rubios
fortachones sudafricanos. Y al heroico Payá (el mejor prospecto de la
oposición cubana por décadas), por ejemplo, le enviaron un pijo
madrileño al que se le cayeron los pantalones en la primera de cambio,
sin ninguna preparación y carente de entrenamiento para lo que iba a
enfrentar. Llegó como si fuera a una excursión escolar en Ciempozuelos.
Con el primer pescozón didácticamente aplicado por los "compañeros que
lo atendían", se le aplacaron las convicciones democráticas y firmó
cuanto papel le pusieron delante. Después fue lo de "donde dije Diego,
digo digo...". Y el sueco acompañante (a la fecha de hoy, ni se habla de
él), se hizo ídem para mayor inri. Enviar alguien así, sin entrenamiento
ni preparación para enfrentar a semejante oponente, es síntoma de
ingenuidad o de franca tontería, desconociendo la magnitud de su
contrincante.
De América Latina, tampoco esperemos ninguna ayuda. Por un lado los del
ALBA y el Mercosur no ocultan, sino todo lo contrario, proclaman su
abierta incondicionalidad con la tiranía cubana. Los otros países,
medrosos de que les caiga la plaga, prefieren poner en orden su casa,
atender la pobreza doméstica y otros problemas urgentes, y hacerse los
sordos, mirar para otro lado, tomarse una foto "histórica" con el
dinosaurio, y estrechar efusivamente manos ensangrentadas. La regresión
del péndulo oscilatorio ideológico latinoamericano que estamos viendo
—Argentina, Brasil, Venezuela...— quizá pueda variar algo esta relación,
pero al menos en un primer momento atenderán solo a sus urgentes
problemas internos, antes de mirar hacia fuera de sus países.
En Europa, bastante tienen los del viejo continente en ver cómo
enderezan ese engendro que quisieron hacer con la Unión Europea, la cual
nunca fue unión y cada día es menos europea, antes que los musulmanes
coloquen la bandera de la media luna ondeando en la Torre Eiffel, y los
africanos hagan fritangas con mandioca en Trafalgar Square. Lo cierto es
que ya andan tan desesperados que por ejemplo el paradigmático
socialismo nórdico, se derrumbó estrepitosamente después de 70 años de
hegemonía (¿no se han fijado que casi nadie lo menciona? ¿Por qué
será?), y cada día son más los ciudadanos que ven la única respuesta en
las perversamente llamadas "derechas", las cuales para muchos ciudadanos
no son otra cosa que la expresión de una política sensata y racional,
permeada de eso tan poco común como es el sentido común, en medio de un
mundo de consignas y pensamiento "políticamente correcto". Miren a
Francia y Austria, por ejemplo. Al parecer, las francesas quieren seguir
usando mouchoirs y foulards, y no burkas ni kufiyyas. Y los austríacos,
continuar bailando sus valses de Strauss y no danzas guerreras maoríes.
En África, aunque hasta los otrora más estrechos aliados del régimen
cubano y que también son dictaduras —Eduardo Dos Santos en Angola lleva
treinta y siete años, con "elecciones", y Robert Mugabe en Zimbabue ya
ronda los 30 años de poder con sus juveniles 92 años de edad— saben que
su camino no es por donde quería marcarles el Señor de La Habana, se
empeñan al menos en mejorar el nivel de vida de sus pueblos —apoyados
por su vecino del otro lado del charco— Brasil, que después de 500 años
recién descubre su nexo africano para exportar su capital y encontrar
ganancias donde antes traían esclavos. El continente africano está
amordazado y maniatado con La Habana porque durante muchos, demasiados
años, Cuba invirtió recursos económicos y militares, capital político y
apoyos simbólicos en esa inagotable cantera de revoluciones, y allí
existe por todos los rincones una deuda de gratitud hacia los amigos
blancos de La Habana. Así se explica la auténtica simpatía de Mandela
con Castro, por un estricto asunto de gratitud: no olvidó que cuando
estuvo en prisión, pudo contar siempre con el apoyo total y poderoso del
Gobierno cubano y sus representantes diplomáticos en todos los foros y
conciliábulos políticos, donde lo presentaban como el "preso político
más antiguo del mundo", callando y ocultando que al que sí le
correspondía ese título era precisamente al opositor cubano encarcelado
por Castro, Mario Chanes de Armas.
Y de Asia, qué decir: allí solo cuentan China, Japón e India; la primera
siempre envía sus cordiales saludos camaraderiles y solidarios a la isla
caribeña, pero ni una libra de arroz si no se la pagan primero; Japón
usa a La Habana como intermediaria con Pyongyang (entre gánsteres se
entienden mejor), e India, hermanada con Cuba por la abstinencia de
carne, quizá vea a la islita como una posible competidora de mano de
obra barata y un preocupante call center en medio-español, a las puertas
de Estados Unidos.
Quizá habría alguna simpatía por la causa democrática cubana en
Australia y Oceanía, pero ¡queda tan lejos!
Ante la expectativa casi universal por los gestos de Barack Obama hacia
los Castro, hay que tener muy presente que el Gobierno en Cuba no
dialogará con su pueblo oprimido sobre todo por una razón: no lo
necesita. Pueden vivir perfectamente sin preocuparse por una oposición
que en muchos casos lo primero que declara es no ser oposición. Y que,
contrariamente a quienes hoy ocupan el poder porque llegaron a él por la
fuerza y el engaño, niegan cualquier lucha no digo violenta sino
levemente perturbante, ni siquiera con el fugaz roce del pétalo de una
rosa. Es una oposición (en varios casos) tan, pero tan leal, que ya no
es ni oposición. Hay mil formas de subversión que no implican la muerte
de nadie, pero sí la dispersión de un mensaje: pero no solo no quieren
verlas, sino ni pensarlas. "Que Dios los libre de semejantes malos
pensamientos", bendice el papa Francisco desde Roma; curioso personaje
que sufre de tortícolis y miopía en Cuba, pero se recupera de inmediato
al llegar a México o Estados Unidos. Debe ser por la humedad...
Así pues, sin ayuda posible de EEUU, ni de Europa, ni de América Latina,
ni de África, ni de Asia, el estado de la cuestión es severo pero real:
¿qué hacer? Melancólica pero argumentada respuesta: nada, esperar una
chispa imprevisible, un cometa aciago, un terremoto cimbrador, un
huracán barredor de tristezas, un poético rabo de nube, un eclipse total
de sol y luna, un meteorito, un desembarco apabullante de alliens...
Ni la Iglesia ni el Ejército en Cuba darán un paso, a menos que vean que
los otros ya van a ganar, y eso al último momento, como siempre han
hecho, para caer de pie como el gato eterno y rumoroso. La Iglesia
Católica de hoy no es la de la época de Nerón y las catacumbas, y mucho
menos la de la evangelización universal tridentina: sus líderes no
tienen "ni tantito así" de mártires. Se acabaron los santos heroicos
(los últimos elevados a los altares fueron los "cristeros" mexicanos).
Los grandes jefes del ejército, que quizá alguna vez fueron "el pueblo
uniformado", viven ahora —convertidos en gerentes empresariales por obra
y gracia del "Hermanísimo"— en las mismas mansiones de los que ellos
expulsaron, percatándose que las gruesas alfombras, mullidos sillones y
confortables aires acondicionados no eran tan malas ideas después de
todo... Como los antiguos sargentos del 4 de septiembre, los exbarbudos
guerrilleros del 1 de enero están muy bien acostumbrados a lo bueno,
para ellos, sus hijos y nietos. Y así seguirán. Y según vemos, están
dejando todo "atado y bien atado" por los siglos de los siglos, para que
la Siempre (Demasiado) Fiel Isla de Cuba continúe siendo una "amable
pradera de pastores y sombreros", ofrecida para los turistas comerciales
y políticos del mundo entero, permanentemente dispuestos a apreciar,
celebrar (y pagar) las hipócritas sonrisas de los simpáticos y
bailadores nativos, mientras estos les tienden las manos suplicantes. No
dudo que ahora con los cruceros de lujo de nuevo en La Habana, se
vuelvan a ver aquellas imágenes de la vieja Bohemia, donde escuálidos
muchachitos se lanzaban al agua del Malecón para pescar las monedas
(half dollars o quarters) que les lanzaban desde la cubierta de los
buques los turistas con multicolores camisas hawaianas a los diestros y
sonrientes aborígenes. Vivir para ver: un perfecto e idílico parque
temático (tranquilo y seguro) para confortable disfrute de nostálgicos
cincuenteros y antropólogos aficionados, coleccionistas mundiales de
tipical curious. Protegidos además del peligro que pueda escapar algún
velociráptor: hasta un día...
Source: Cuba: el estado de la cuestión - Artículos - Opinión - Cuba
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