Los papas no mienten
Críticas internas y externas indican que el Papa Francisco está
perdiendo su estado de gracia en los medios de comunicación
El Papa Francisco en América
JUAN G. BEDOYA Madrid 25 SEP 2015 - 18:58 CEST
Francisco empieza a ser consciente del temporal que zarandea la 'barca
de Pedro', que es como se simboliza a la Iglesia romana. "Señor,
frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca que hace aguas por todas
partes", lamentó en 2005 Benedicto XVI. Sus colaboradores se quejaban
más tarde de que el Vaticano era un nido de lobos, y la organización
religiosa, una viña devastada por jabalíes. Finalmente, el papa alemán
abandonó el cargo. Sustituido por el argentino Bergoglio, las
turbulencias han arreciado. El mismo Francisco es consciente de la
situación, a juzgar por lo dicho en el avión que le llevó a Washington
desde Cuba. Confesó que una señora "muy católica y un poco rígida" le
había preguntado si era el anticristo y el antipapa. Reflexión ante los
periodistas: "Estoy seguro de que no he dicho una cosa más que no
hubiera estado en la doctrina social de la Iglesia. Y si es necesario
que yo recite el credo, estoy dispuesto a hacerlo, ¿eh?".
La semana pasada, la revista estadounidense Newsweek dedicó toda su
portada a Francisco con este título: Is the Pope catholic? "Claro que es
católico, pero no lo sabrías tan solo leyendo los recortes de prensa",
se subtitula el informe. El texto, en realidad, comparaba los discursos
del pontífice romano, y sus actitudes, con las palabras y la vida del
muy conservador arzobispo de San Francisco, Salvatore Cordileone. "Los
dos no pueden pertenecer a la misma Iglesia", concluía la revista.
Numerosos cardenales firman estas última semanas libros y manifiestos, a
veces muy broncos, contra algunas de las proposiciones del Papa, en
torno, sobre todo, a ideas que tienen que debatirse y aprobarse en el
sínodo de la familia, este próximo octubre. Muchos llegan a sostener que
algunas propuesta de Francisco promueven "el divorcio católico".
Parecía que este largo viaje, en apariencia un gran éxito diplomático,
iba a poner sordina a la tormenta de críticas internas, apadrinadas
muchas veces por cardenales de relumbrón. Está ocurriendo todo lo
contrario. Es como si Francisco estuviera perdiendo su imponente estado
de gracia en los medios de comunicación laicos e, incluso, ateos (los
medios católicos conservadores nunca han dejado de mortificarlo),
algunos de los cuales están calificando al pontífice romano de
mentiroso, amigo de dictadores (por sus silencios o zalamerías ante los
hermanos Castro) y cínico por decir en Washington, centro de la
democracia americana, lo que calló en La Habana, símbolo de una
dictadura poco dada a disimularse como tal.
Francisco ha disfrutado en su viaje a Cuba. Argentino y peronista en su
juventud, su condescendencia con el castrismo es casi lógica, por haber
crecido en un ambiente en el que los revolucionarios cubanos
simbolizaban el modelo anticapitalista y antiimperialista germinado en
Suramérica muchas décadas atrás. Hay otra razón: el castrismo es como
una religión; las religiones ya no combaten entre sí. El Papa ha viajado
a Cuba como líder del catolicismo, por tanto para ensanchar las
posibilidades de su religión en la apertura que se está produciendo en
la isla (acuerdos sobre enseñanza católica y apertura de centros,
fundación de seminarios, reforma de iglesias con dinero público,
convenios para el establecimiento de congregaciones dedicadas a caridad,
salud, enseñanza, etc. Los Castro lo han visto claro y, antes de que el
Papa aterrizara, ya lo habían alegrado los oídos nada menos que con la
retransmisión de una misa solemne en la Televisión estatal (la única
existente) con motivo de la festividad de la Virgen de la Caridad del
Cobre, patrona de la Cuba católica. Después del viaje de Juan Pablo II,
hace 17 años, Fidel Castro autorizó las celebraciones de la Navidad en
la isla, con grandes pompas desde entonces. La visita de Benedicto XVI,
en marzo de 2012, trajo el regalo del reconocimiento de la fiesta del
Viernes Santo. La cosecha de Francisco, gentileza de Raúl Castro, será
mucho más abundante, aparte la concesión de una amnistía a 3.522 presos
con motivo de la visita papal. Se verá en pocos meses.
Ha sorprendido que el Papa dijese no haber visto (u oído) las numerosas
detenciones de disidentes cubanos a plena luz del día, ante cámaras de
televisión, ante sus narices (como suele decirse). Así lo afirmó
Francisco ante los periodistas. También remachó el asunto el portavoz
del Vaticano, Federico Lombardi, jesuita como el Papa. Resulta
increíble. Pero se supone que los papas no mienten.
Cuando, hace 17 años, Juan Pablo II anunció que viajaría a Cuba y se
vería con Fidel Castro, todo el mundo pensó que iba a producirse un
"choque de trenes". Fueron las palabras del gran García Márquez. Nadie
se lo quiso perder. "Y Dios entró en la Habana", tituló Vázquez
Montalbán un grueso libro/reportaje sobre el acontecimiento. Lo mismo
hizo meses más tarde el entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario
Bergoglio, con el título 'Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro'.
Antes de ser elegido papa, Karol Wojtyła Kaczorowska sufrió en su país,
la Polonia sovietizada, el acoso del régimen, que tuvo preso muchos años
al cardenal primado Stefan Wyszyński y que, cuando predicaba el futuro
Juan Pablo II en alguna plaza de Cracovia, hacía sobrevolar un ruidoso
avión militar para impedir que los feligreses pudieran oír el sermón.
Sin embargo, Fidel Castro, que estudió con los jesuitas y presume de
conocer a fondo las religiones, tenía la certeza de que el furibundo
anticomunista Wojtyla no iba a arremeter contra el régimen. "Wojtyla no
es un amigo, pero tampoco un subversivo, ni el demonio católico, sino un
jefe de Estado y un líder religioso interesado en reconstruir su Iglesia
aquí", escribió entonces Vázquez Montalbán que le había dicho Fidel.
Cómo esperar de Francisco algo diferente. Do ut des. Doy para que des.
En España sabemos mucho de cómo funciona la diplomacia vaticana. Al fin
y al cabo, el Papa es líder religioso, pero sobre todo es el jefe de un
Estado, el Estado de la Ciudad del Vaticano, gentileza de Benito Mussolini.
Source: El Papa en América: Los papas no mienten | Internacional | EL
PAÍS -
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