1 de junio de 2014

Cuba es una isla, no una ínsula

"Cuba es una isla, no una ínsula"
La palabra de moda en Cuba es "actualización". Así llaman el gobierno y
el Partido Comunista al proceso que, entre otros objetivos, debe llegar
a una economía donde el Estado no pese más del 60 por ciento. Uno de los
principales politólogos de La Habana explica los matices de la nueva etapa.
Por Martín Granovsky
Desde Chicago

Vive, investiga y enseña en La Habana, donde integra el Comité Académico
de la Maestría de las Relaciones Internacionales que dicta el Instituto
Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García, adscripto al
Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba. Y al mismo tiempo el
politólogo Luis Suárez Salazar disfruta no sólo de los intercambios en
América latina (fue miembro directivo del Consejo Latinoamericano de
Ciencias Sociales y es un participante activo de sus encuentros), sino
también de los Estados Unidos.

En Nueva York, Suárez Salazar participó de un seminario de puesta al día
sobre Cuba organizado por Clacso y el observatorio latinoamericano de la
New School. Después voló a Chicago para el congreso de Asociación de
Estudios Latinoamericanos. Allí, en el espacio de Clacso, accedió a
dialogar con Página/12 sobre lo que Cuba llama desde 2011
"actualización", que es el cambio económico pero no sólo eso.

–En los últimos años los cubanos con los que uno puede hablar
–funcionarios o investigadores, o alguna vez ciudadanos de a pie en La
Habana– parecen conjeturales, cercanos a los escenarios de ensayo-error
y esperanzados en que las transformaciones sociales salgan bien. Dicen
mucho "creo" y "ojalá".

–Realmente hoy en diferentes sectores de la sociedad cubana uno
encuentra muchos márgenes de incertidumbre relacionados con el impacto
de la actualización. En la vida cotidiana, en la familia... En todo.

–¿Por qué justo ahora?

–Porque es el momento en que la actualización está afrontando uno de sus
temas más complejos, que es la eliminación de la doble dualidad
monetaria. No es un acto simplemente administrativo. No es una decisión
abstracta sobre si la economía se queda con el peso cubano convertible o
con el no convertible. Tiene que ver con un hecho real, y si la
estructura económica del país no puede sustentar la decisión, al final
podrían reproducirse fenómenos ya ocurridos en otros países. Podría
pasar que se cambia la moneda, pero la inflación te la devora y te va
quitando los ceros. Por eso es mejor no simplificar la realidad.

–No es un juego de letras entre el peso cubano, el CUP, y el peso cubano
convertible, el CUC.

–No. Al final del camino de la eliminación de la dualidad en lo
económico y social el problema mayor es saber cuál va a ser el poder
adquisitivo real de la moneda, sea cual fuere. Cuántos bienes y
servicios puedo adquirir para satisfacer las necesidades básicas y
esenciales. Eso les genera incertidumbre a muchas personas. Ya hay una
especie de acostumbramiento a la dualidad monetaria. Las personas y las
familias vienen estableciendo estrategias frente a esa realidad. Sin
considerar el mercado negro, que es otro asunto, un cubano domina el
panorama de cuatro mercados, incluyendo el de los cuentapropistas.

–Sea mala o buena para cada uno, ésa es la realidad de la costumbre
cotidiana.

–Y a partir de allí puede haber un elemento de contradicción, porque
todo proceso complejo genera contradicciones. Lo esencial, por supuesto,
es que la economía tenga capacidad de sustentación. Que sectores claves
como el alimentario no dependan tanto de las importaciones, porque
además importarían inflación. Y que, a la vez, se realice con éxito el
reordenamiento empresarial para la llamada empresa estatal socialista.
Si no hay una medida única para evaluar la eficacia, todo se
distorsiona. El sector estatal sigue siendo un componente enorme de la
economía y funciona con más de una moneda.

–Pero el plan de actualización económica quiere reducir el peso del
sector estatal de la economía.

–Sí, la apuesta es que el sector estatal mantenga un peso de sólo el 60
o el 70 por ciento. Cuba era una de las economías más estatalizadas de
los procesos socialistas. Estaban fuera los pequeños agricultores y las
cooperativas agrícolas. El Estado mantiene el control del comercio exterior.

–Los cubanos, funcionarios y no funcionarios, también parecen metidos de
lleno en una dinámica que tendrá mucho de ensayo-error.

–No hay sólo incertidumbre. También cuentan los deseos y las
expectativas. Aunque los lineamientos aprobados por el congreso del
Partido Comunista plantearon un grupo grande de objetivos, quedaba claro
que de hecho habría espacio para una cierta dosis de ensayo y error.
También habría espacio para que surgieran nuevas demandas o exigencias
que –aun cuando no hubiesen sido expresadas– habría que abordar. Como no
soy adivino pero creo que la prospectiva sí es importante, para el
análisis yo me muevo en una gama de escenarios. Pero en última instancia
todo se moverá con tiempos políticos.

–¿Cuál es el peor escenario?

–Que el impacto de la actualización sea muy adverso, y eso con
independencia de la voluntad colectiva. Si es muy adverso puede crear
costos sociales y políticos que la sociedad no esté dispuesta a absorber.

–¿Hay otro escenario menos crítico?

–Bueno, el proceso de actualización se basa en una secuencia política.
Deberá ir creando a cada momento los consensos políticos necesarios para
avanzar. Sin consensos no se puede construir un 40 por ciento de la
economía que no esté en manos del Estado.

–Eso supone el funcionamiento de nuevos actores. De nuevos sujetos que
hoy ni siquiera existen.

–Más actores, sí, y sobre todo más actores convertidos en sujetos con
capacidad de elaborar políticamente los consensos. Y a su vez sujetos
capaces de servir como elemento de diálogo para permitir que las
personas sean escuchadas.

–No hay un consenso único, de una vez y para siempre.

–No existen los consensos ad eternum. Y agrego algo más, por si la
complejidad no bastara. Algo que en mi análisis tiene que ver con un
hecho real y objetivo: en Cuba estamos en una transición generacional.
En estos momentos todavía están actuando cinco generaciones políticas.
No hablo de demografía. Hablo de una generación determinada como tal por
el momento en que cada uno entró a la vida política. Una es la
generación histórica.

–Esa primera generación sería, supongo, la que protagonizó la revolución.

–La misma. Tiene peso no sólo en el liderazgo, sino también en el
conjunto de la sociedad cubana. Como fruto de la obra de la revolución
se incrementó la esperanza de vida y hay mucha gente por encima de los
75 años políticamente activa, de lo nacional a lo comunitario. Mi padre
tiene 90 y todavía está haciendo política.

–¿Qué hace?

–La emisora local de su pueblo le pide opiniones y él habla. También
trabaja en el Consejo de Defensa de la Revolución dentro de la comunidad.

–¿Cuál es la segunda generación?

–La llamada generación guevarista. Es la mía. Los que entramos a la vida
política en los primeros años posteriores al triunfo de la revolución.
La primera tarea política que tuvo mi generación fue alfabetizar. Hablo
de "generación guevarista" por la influencia que tuvieron en no- sotros
la personalidad del Che, su pensamiento, sus ideas sobre el papel
específico de la juventud, su concepción sobre el hombre nuevo...
Sentimos que nos entregaba un proyecto de vida ético asociado al
internacionalismo, a los valores morales, a pensar de manera distinta
del marxismo.

–¿Tercera generación?

–La de la revolución institucionalizada. La que empieza a hacer política
con la primera Constitución, en 1976, cuando también entrega el derecho
de sufragio a los 16 años. Esa generación puso los sargentos y los
soldados para Angola. Y empezaron a ser diputados, y fueron asumiendo
responsabilidades sociales a veces a edades poco pensadas.

–Vamos a la cuarta generación.

–Después viene la generación del período especial. La que entró a la
política cuando se estaba derrumbando todo. Se caían el campo
socialista, los sueños, las ideas... Una etapa enormemente compleja. En
ese período se de- sarticula algo: la idea de que con el estudio
continuo y con el trabajo podía lograrse progreso material y social,
ascenso social. Que se podía aspirar a mejores salarios y a otro nivel
de vida, incluso en relación con tus padres. Se notó esa desarticulación
cuando muchos graduados universitarios tuvieron que buscar otros
empleos, distintos de los que querían ejercer cuando habían estudiado. O
cuando muchos no terminaron sus carreras. Abandonaron más los varones
que las mujeres, y eso se nota hoy en el mundo del Estado cubano.

–Las mujeres terminaron de calificarse en aquel momento y actualmente
son funcionarias del Estado.

–Sí, a distintos niveles. Igual, con todos los derrumbes que sufrió y
presenció, esa cuarta generación siguió participando de un milagro
político. El milagro es que la Revolución Cubana haya seguido siendo
sustentable. Yo hablo del heroísmo cotidiano de un pueblo, como sujeto
colectivo.

–¿Quinta generación, profesor?

–La generación de la batalla de ideas, para usar una expresión que Fidel
utiliza desde hace muchísimos años. La generación que entró a la vida
política a comienzos del siglo XXI. Lo de Elián movilizó a muchos
jóvenes, a muchos estudiantes.

–Claro, esa historia es exactamente del año 2000. Elián González tenía
seis años y su madre lo sacó de Cuba en una balsa, pero ella murió en el
camino y su padre, que había quedado en Cuba, reclamó la devolución del
chico a los Estados Unidos.

–Fue una enorme batalla. Bien, vuelvo al comentario inicial sobre las
generaciones y su actuación en la construcción de consensos políticos:
esas cinco generaciones todavía estamos participando. Por el orden
lógico natural de las cosas, una generación histórica está terminando su
ciclo político y la generación guevarista está en un intermedio. No se
nos mira como el relevo. Para mí, el peso mayor de la actualización va a
recaer en las otras tres generaciones: la de la institucionalización, la
del período especial y la nueva, que ya lleva como mínimo diez años
haciendo política. Quienes estudian las juventudes cubanas plantean que
hay una inversión de prioridades. Han descubierto que hoy están primero
la formación profesional y la familia y recién después viene el proyecto
social. Antes era al revés: el proyecto social venía primero. Pero no
cerremos todo allí. La investigadora María Isabel Domínguez plantea que
cuando se indaga por las identidades prepondera el sentido de
pertenencia. Tienen identidad nacional: "Soy cubano", dicen. Ojalá que
se identificaran mejor como latinoamericanos nacidos en Cuba, pero ése
es mi gusto, ¿no? Lo cierto es que antes de definirse como mujeres,
campesinos o lo que fuera, señalan un territorio: Cuba. A veces hay
desconfianza, pero no se tiene en cuenta que también esa generación
participó de una discusión sobre los lineamientos de la que fueron parte
siete millones de cubanos. Vuelvo al tema de los consensos. Cuando
hablamos de un socialismo próspero y sustentable, ¿qué van a entender
estas generaciones por prosperidad?

–¿Qué van a entender?

–Lo veremos. Insisto: no hablo con desconfianza, sino con la idea de que
el futuro no está cerrado, entre otras cosas por el peso que tiene la
participación. La participación es uno de los grandes consensos actuales
de la sociedad cubana. En la primera elección popular –las elecciones
generales de 2012/13–, un 85 por ciento de los ciudadanos ejercitó su
derecho al voto. Y el voto es voluntario, lo cual implica que hay una
gran masa de gente comprometida con el proceso de actualización. Así
como hay población económicamente activa, hay población políticamente
activa. Son cubanos que participan de distintas maneras y muchas veces
desde muy jóvenes, en organizaciones estudiantiles. Yo tengo confianza
en que el escenario más probable sea que la revolución siga contando con
el consenso y con el tiempo necesario para redefinir el futuro. En esa
lógica elevar el nivel de la participación y la calidad de ella es
importante. En Cuba hay muchos canales de participación ciudadana. Votan
los que tienen de 16 para arriba, pero no sólo se participa votando. Es
necesario crear mecanismos institucionales para incrementar la
participación en la toma de decisiones.

–Y en una dinámica de ensayo-error, ¿quién tendrá la legitimidad de
señalar qué es error y qué no?

–La calificación de cuál es el error tiene que ser colectiva. Esto lleva
anexo un mayor proceso de descentralización. Creo que a la planificación
y al plan hay que mantenerlos. Pero esa planificación tiene que tener un
nivel mayor de descentralización y un mayor nivel de democratización
para el debate. Discutamos la participación de los trabajadores en las
empresas estatales. No quitemos responsabilidad a los administradores,
pero reactivemos el movimiento sindical. Que los estudiantes tengan
mayor participación. En una sociedad compleja no pretenderás que todo se
realice por grandes discusiones nacionales. No basta. Y tampoco buscarás
que nada de lo que ocurra deje de interactuar con los tiempos políticos.

–Y está el mundo, que sigue andando.

–La revolución es lo que es hoy (tal vez no lo que hubiéramos querido,
pero así es) porque forma parte de una revolución inconclusa, en proceso
o en de-sarrollo, de América latina y del Caribe. Como hoy el entorno es
favorable a Cuba, toda la actualización se va desarrollando dentro de un
contexto favorable.

–¿Qué es exactamente lo favorable?

–Acciones como las del nuevo gobierno mexicano, de reestructurar la
deuda. La transformación de Brasil en el primer inversor privado. El
entorno global importa mucho. Evidentemente uno de los problemas
permanentes planteados a lo largo de la nación cubana –ahora hablo de la
historia de la nación y no de la historia de la revolución– es cómo
interactuar entre una pequeña isla que primero quiso ser independiente y
después quiso ser socialista frente a una potencia que tiene un proyecto
radicalmente opuesto: la dependencia, e incluso en algún momento la
anexión. Allí importan el nuevo papel de China, esta posición de Rusia
en el mundo, la eventual ampliación del grupo Brics, de Brasil, Rusia,
India, China y Sudáfrica. ¿Se sumarán la Argentina y otros países? Si
ese grupo se amplía y profundiza su labor, mejor para Cuba. El país
avanzó muchísimo en relación con América latina y el Caribe. Hoy
mantiene dentro de la región las mejores relaciones históricas no sólo
en la revolución, sino en toda su historia: Celac, Caricom, Alba, visita
de Estado del presidente mexicano al comienzo del mandato. Cuba es una
isla, pero no una ínsula. No vive en una campana neumática. Para mí es
importante que cuando hablemos del futuro posible lo miremos asociado a
los futuribles de lo que va a pasar en América latina, en el Caribe, en
las relaciones de los Estados Unidos, en el mundo multipolar que se está
construyendo, en la apuesta a una América latina unida y a un mundo
multipolar. Ojalá logremos evitar que no se vuelvan a dar perniciosas
reconcentraciones económicas que en un momento determinado puedan
provocar trastornos políticos y sociales.

martin.granovsky@gmail.com

Source: "Página/12 :: El mundo :: "Cuba es una isla, no una ínsula"" -
http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-247557-2014-06-01.html

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