Publicado el lunes, 06.03.13
Represión y culeros
Alejandro Armengol
No hay que hacerse ilusión alguna sobre un relajamiento del control
político bajo el gobierno de Raúl Castro. El régimen busca sembrar el
desaliento junto al miedo. Los argumentos pueden no ser convincentes y
los recursos empleados se caracterizan por su falta de originalidad.
Pero al policía no le interesa convencer sino persuadir y la falta de
imaginación es una de las reglas del oficio.
Si en Cuba existiera un atisbo de democracia, desde hace años los
hermanos Castro hubieran sido eliminados del poder. En primer lugar, por
ineptos. Repetirlo es un lugar común, pero la repetición no nos salva
del asombro.
Una información aparecida en el sitio digital Havana Times da a conocer,
al menos para los que vivimos en el exilio, que las madres cubanas se
ven obligadas a volver a utilizar los culeros desechables o pampers.
"Casi toda la canastilla del bebé se compra en las tiendas en divisas a
un precio exorbitante teniendo en cuenta que el sueldo básico es de 250
pesos (10 CUC)", explica Mercedes González Amade.
Mientras el bebé es pequeño, cabe la posibilidad de que puedan
utilizarse los culeros desechables, ya que la información de Havana
Times especifica que cuando la talla es chica el paquete trae de 20 a 30
culeros. Pero según aumenta la talla aumenta el precio y disminuye la
calidad. Por lo tanto las madres tienen que recurrir a coger los culeros
usados, quitarles el relleno, lavar lo que queda y ponerlos a secar.
"Una vez seco, por donde se le sacó lo que comúnmente también llamamos
"tripa" (el relleno), se introducen dos culeros de tela doblados en
cuatro y, si por casualidad la parte que antes tenía el pegolín pierde
su efecto, usamos dos alfileres", explica González Amade.
Tener que recurrir a esta solución es algo típico de una cultura de la
pobreza, donde la necesidad obliga a una adaptación de las mercancías de
acuerdo a una situación de miseria. No hay "bloqueo imperialista" que
justifique este uso. Cualquier pretexto ideológico no es más que
cinismo. Por décadas el régimen cubano se aferró al argumento del futuro
para desviar cualquier mirada crítica sobre el presente. Ahora todo se
reduce a un "sálvese el que pueda".
Si Fidel Castro proclamó que el Estado se haría cargo de todo, desde la
enseñanza superior hasta la fabricación de helados, lo que persiste en
la actualidad es un desbarajuste total, en que coinciden sedes
universitarias en provincias artificialmente construidas con ancianos
vendiendo cucuruchos de maní, niños que piden a turistas –en internet
hay más de un video que lo muestra– y hombres y mujeres que sobreviven
con oficios de hambre.
Cuando resultó demasiado evidente que el gobierno cubano no era capaz de
satisfacer las necesidades más elementales, no se optó por otra solución
que el trasladar el problema a la familia.
Este es, en última instancia, uno de los "triunfos políticos" del
régimen en los últimos años: que los familiares –sobre todo los que vive
en el exterior– se encarguen del sostenimiento de los menos favorecidos,
en especial niños y ancianos. No solo se tiró por el caño una igualdad y
una cacareada justicia social defendida por años, sino también todo el
entramado económico y social propio de cualquier país, desde el sistema
de pensiones hasta la oferta de trabajo.
La diferencia con Cuba es que quienes causaron el destrozo se presentan
ahora como los capacitados para enmendar el desastre, con concesiones a
cuenta gotas y decretos leyes a paso de tortuga: la función de gobierno
en manos de gente que actúan como componedores de bateas, arregladores
de bastidores y vendedores de latas, con la particularidad de que, a
diferencia de quienes en el pasado recorrían las calles ofreciendo estos
servicios menesterosos, ellos se enriquecen.
Claro que para actuar con la impunidad que siguen desplegando, no basta
el engaño: necesitan reprimir realidades y quejas, alentar la envidia y
mantener el desamparo.
El régimen cambia las leyes y normas con el objetivo de perpetuarse.
Estos cambios son fundamentalmente en esferas de la vida cotidiana. Lo
que en cierta época fue delito en Cuba, ahora es permitido. Durante el
gobierno de Fidel Castro se impuso el criterio de no guiarse por una
mentalidad empresarial, preocupada por el rendimiento y las ganancias,
sino lograr ventajas económicas como resultado de los objetivos
políticos. Raúl Castro parece ser todo lo contrario: el hombre que
quiere que "las cosas funcionen". Sólo que nadie sabe cómo va a lograrlo
y la eficiencia continúa siendo una frontera y no una conquista.
Pero en esencia, la capacidad o el derecho a expresar el deseo de
cambiar ciertas leyes, así como aspectos y condiciones sociales, o a la
sociedad y el gobierno en su conjunto, sigue siendo tan refrenado en
Cuba como cuando esta persecución se vestía del ropaje de la lucha de
clases.
http://www.elnuevoherald.com/2013/06/03/1489211/alejandro-armengol-represion-y.html
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