Exámenes de ingreso: una evaluación de la enseñanza en Cuba
Yoani Sánchez
junio 07, 2013
Ya no están vestidos con uniformes azules y algunos varones hasta
muestran la melena de la rebeldía. Ese pelo que ningún profesor les
exigirá cortarse –al menos durante las próximas semanas- y que
finalmente caerá ante la rasuradora del Servicio Militar Obligatorio.
Aún se ven como estudiantes, pero pronto muchos de ellos estarán en un
pelotón marchando con un fusil colgado al hombro. Son los jóvenes que
justo por estos días terminan su vida escolar en los diferentes
preuniversitarios de toda Cuba. Los exámenes de ingreso a la Universidad
han quedado atrás y esta semana se ha sabido quiénes alcanzaron una
plaza en la enseñanza superior.
A las afueras de las escuelas los listados de aprobados y desaprobados
hablan por sí solos. El preuniversitario José Miguel Pérez –del
municipio Plaza de la Revolución- podría ser una buena muestra para
explicar la situación. Este centro docente muestra un rendimiento
escolar entre los más altos de los preuniversitarios de la capital.
Situación que está dada en parte por la composición profesional y
económica del barrio, que permite a muchos padres costearle a su hijo
los llamados "repasadores" en horario extraescolar. A pesar de esas
características, las estadísticas de fin de curso en dicho PRE apuntan
más hacia la alarma que hacia la satisfacción.
En el mencionado preuniversitario, de 233 estudiantes que culminaron 12
grado se presentaron 222 a los exámenes de ingreso, de los cuales sólo
162 lograron aprobar todas las pruebas. El resto deberá asistir a
segundas convocatorias o conformarse con un reprobado. La mayor
incidencia de bajas notas estuvo en la asignatura de Matemática, en la
que sólo 51 alumnos lograron calificaciones entre 90 y 100 puntos. En la
boleta de carreras a solicitar se repetían en los últimos puestos las
especialidades pedagógicas. "Para garantizar alguna plaza, aunque salga
mal en las pruebas", corroboraban –con cierto impudor- esos potenciales
maestros del mañana.
(Estadísticas del preuniversitario José Miguel Pérez)
Principio y ¿fin? de un error
Los jóvenes que este año terminan la enseñanza media superior son el
producto de los experimentos educativos que arrancaron con la llamada
Batalla de Ideas. Hoy cuentan con una edad entre los 17 y los 18 años,
de manera que comenzaron la secundaria básica cuando el programa de los
Maestros Emergentes ganaba fuerza. Se formaron en aulas donde el
televisor y la máquina reproductora de video eran los protagonistas, a
falta de profesores lo suficientemente capacitados. En los momentos más
difíciles llegaron a contar con al menos el 60% de las clases a través
de una pantalla. Arribaron también a la pubertad en medio del aumento
del adoctrinamiento ideológico. Si bien es cierto que éste siempre ha
sido inherente a la enseñanza de las últimas cinco décadas en Cuba,
alcanzó su clímax con posterioridad al caso del niño Elián González.
Fidel Castro aprovechó ese hecho a finales de los años noventa para
imprimirle una vuelta de tuerca al discurso político en todos los
órdenes de la vida nacional.
Quienes se graduaron del duodécimo grado hace unas semanas, constituye
la primera hornada que no tuvo que ir a los preuniversitarios en el
campo. Noticia halagüeña para los propios jóvenes y especialmente para
sus padres. No obstante, los reajustes docentes que trajo ese cambio,
obligaron a renovar planeamientos de estudio, libros y cuadernos. Los
maestros que venían de las llamadas becas tuvieron que acoplarse a las
nuevas condiciones. A pesar de las dificultades del anterior régimen de
internamiento, estas escuelas en el campo constituían para el personal
docente sitios de contacto directo con los campesinos que vendían o
intercambiaban mercancía agrícola. De los pocos incentivos para trabajar
en un lugar así, estaba el poder llevar algo de plátanos, malanga, carne
de cerdo o frutas a la ciudad por un precio mucho más barato que en los
mercados de La Habana. La pérdida de ese pequeño privilegio hizo
desistir a algunos maestros de continuar en el camino de la docencia.
¿Memorizar o cuestionar?
Las innumerables horas perdidas en las aulas por inasistencia de
profesores, es otro de los signos distintivos de los recién egresados.
Hay que agregar el menoscabo del carácter investigativo en la enseñanza
de las ciencias, dado el deterioro o ausencia de los laboratorios de
química, física y biología. En muchos preuniversitarios se cancelaron
prácticamente los experimentos con sustancias químicas, ante el
desabastecimiento y el temor que los estudiantes tuvieran acceso a
ellas. Las clases de educación física, computación e inglés fueron las
grandes perdedoras del éxodo de maestros hacia otros sectores laborales.
La educación preuniversitaria enfatizó el aprendizaje memorístico de
fechas, nombres, sucesos, sin avanzar en la creación de criterio propio,
espíritu cuestionador o capacidad de discernimiento. Los graduados
pueden retener en su cabeza años y días importantes de la historia
patria, pero no logran formarse una opinión propia sobre lo ocurrido en
ellos.
La calidad de la grafía, la buena ortografía y el uso correcto del
español tampoco se alcanzaron como objetivos docentes. El próximo
septiembre llegarán a las aulas universitarias estudiantes con serias
deficiencias en esos tres aspectos. Pero eso no significa que vayan a
encontrarse ante excesivas exigencias o un programa de estudios que no
podrán cumplimentar. Entran a una Universidad muy lejos ya de la calidad
docente que una vez exhibió Cuba. En el ranking de Universidades
Latinoamericanas de este 2013, La Colina habanera cayó del puesto 54 al
81, otra señal que apunta hacia la urgencia de revisar todo el modelo
educativo. El propio nivel escolar de los nuevos ingresos a la enseñanza
superior, ha obligado a bajar el listón de la exigencia.
El jugueteo con la alquimia del aprendizaje, los sucesivos experimentos
marcados más por el voluntarismo que por el análisis científico, la
excesiva presencia de la ideología en cada asignatura, el fomento de
mentalidades dóciles y no cuestionadoras, el poco acceso de los
estudiantes a la bibliografía actualizada (léase Internet) y el fraude
escolar como práctica que florece donde se ausenta la ética, están
socavando uno de los grandes pilares de la identidad nacional. Ese que
está conformado por el conocimiento, la academia y la docencia. Pero no
puede remediarse un problema si no se confiesa que existe. Así que
mientras se siga hablando en tono triunfalista sobre la educación
cubana, ésta continuará hundiéndose en la mediocridad, en el deterioro
material y pedagógico.
Este artículo fue publicado originalmente en Generación Y el 6 de JUnio
de 2013
http://www.martinoticias.com/content/article/23244.html
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