El anciano, la ambulancia y la "potencia médica"
Jueves, Junio 6, 2013 | Por Polina Martínez Shvietsova
LA HABANA, Cuba, junio, www.cubanet.org –No hace mucho, me encontraba de
excursión por los montes verdes, junto a un grupo de amigos. El viejito
de la finca que nos acogía se sintió muy mal, y su mujer había preparado
todo para llevarlo a ingresar al Hospital Militar, en Marianao.
Nosotros, que ya íbamos de regreso a la ciudad, lo montamos en el
"tanque de guerra " que nos servía de transporte, solo que éste se nos
rompió apenas salir de la finca, y entonces comenzó la odisea.
Ya anochecía y no se vislumbraba una solución para arreglar el carro. En
tanto, el viejito permanecía sentado dentro, casi deshidratado, ciego e
indefenso. Bajo esa presión, enciendo mi móvil, para ver si en esa loma
había cobertura y lograba solicitar un servicio de ambulancias.
Comencé a llamar al 104, a la central de ambulancias, y cedí el teléfono
a la mujer del paciente para que explicara la grave situación. Del lado
de allá, se sentía a la operadora pasando un enorme trabajo para anotar
las coordenadas del lugar donde nos hallábamos. Pasaron cinco minutos,
hasta que la operadora terminó diciéndonos que teníamos que llamar a la
base de ambulancias de Artemisa. En fin, la respuesta del 104, fue
concluyente: no podían ir a buscar al viejito.
Llamamos a Artemisa, y era imposible establecer comunicación. Volvimos a
llamar al 104 y le explicamos la situación. Le rogamos a la operadora
que hiciera una llamada de transferencia hacia Artemisa. A esta
sugerencia, la operadora respondió que la gente de Artemisa no la
atendería, pues la llamada vendría de la central y no de un paciente en
medio de la carretera.
Luego de aquel inútil peloteo, decidimos llamar al 106, o sea a la
policía, volvimos a contar la delicada situación del viejito, más las
respuesta que habíamos recibido por parte de la central de ambulancias.
La policía tomó nota y coordenadas, y nos dijo que esperáramos, que
ellos enviarían un carro patrullero para recoger al paciente.
En este vaivén pasaron dos horas. Cerca de las ocho de la noche,
decidimos empujar el carro por el terraplén cuesta arriba, a lo largo de
una distancia de unos dos kilómetros. Así nos echamos el vehículo a los
hombros, todos empujando como unos toros, menos el viejito, que
permanecía casi desmayado en el asiento trasero. Cuando faltaban unos
200 metros para llegar a la cima de la loma, se aparecieron unos hombres
montados en un carromato arrastrado por una yegua, y decidieron que la
yegua remontaría el carro hacia la carretera.
De película fue lo que presenciamos. La yegua relinchó dos veces y se
paró en dos patas, para romper la inercia del carro roto. Luego, salió
trotando como a 40 km por hora, y el carro parecía una pluma detrás.
Solo el chofer y el viejito enfermo vivieron esa experiencia dentro del
carro. A los demás nos tocó caminar hacia la carretera.
Ya en la carretera, logramos llegar a un punto de venta de viandas. Era
casi de noche, y no aparecía la ambulancia ni el carro patrullero. Me
puse a parar carros para que nos remolcaran hasta Bauta. Paró un taxi
(almendrón), cuyo conductor conocía a nuestro chofer, y se prestó para
trasladar al enfermo hacia el hospital de Bauta.
Así fue como logramos salir del lugar. Luego, pasada otra media hora,
llegó el patrullero de Artemisa y le notificamos la situación, aunque ya
era tarde, así que sólo pudieron escuchar nuestra historia. Por nuestra
parte, remolcamos el auto roto y lo guardamos en un garaje de Bauta. A
medianoche llegamos de vuelta a La Habana.
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