Venezuela, Maduro
¿Puede un gobierno revolucionario robar las elecciones?
Cuando un gobierno común y corriente roba elecciones, sabe que delinque.
Pero cuando un gobierno revolucionario hace lo mismo, cree no delinquir
Fernando Mires, Oldenburg (Alemania) | 01/05/2013 11:58 am
¿Puede un gobierno que se dice revolucionario robar elecciones con
absoluta impunidad?
Aclaremos: No sólo los que se denominan revolucionarios, muchos otros
gobiernos han intentado alterar el curso de elecciones, falsificar
votos, cambiar cifras, desconocer resultados. Sobre ese tema hay una
larga historia.
El ser humano es de por sí trasgresor, aducía Lacan, y si no fuera por
las leyes, la policía, las religiones y la moral establecida, muchos
darían curso libre a sus pasiones anti-sociales y convertirían la vida
colectiva en un infierno. En ese sentido la diferencia entre un gobierno
revolucionario y uno que no lo es, es otra.
Mientras un gobierno común y corriente puede robar elecciones
obedeciendo al impulso de conservar el poder, un gobierno revolucionario
roba elecciones de acuerdo a lo que un revolucionario imagina es (o debe
ser) un orden superior al que establecen las leyes y la moral pública.
Se trata en este caso de un orden que se encuentra situado en el más
allá terrenal, en la tierra prometida que toda revolución ofrece, en ese
lugar metafísico en donde la utopía revolucionaria se convertirá en
dichosa realidad.
Entonces, la diferencia es que cuando un gobierno común y corriente roba
elecciones, sabe que delinque. Pero cuando un gobierno revolucionario
hace lo mismo, cree no delinquir. Todo lo contrario: imagina cumplir un
deber asignado por la historia: salvar a la revolución de sus enemigos
mortales.
El revolucionario, por supuesto, no puede robar como ciudadano común,
pero si lo hace en nombre de la revolución, lo hará con la conciencia
limpia. Al fin y al cabo un revolucionario sólo acepta comparecer frente
al tribunal de la historia y "la historia me absolverá", dijo Fidel Castro
Si roba las elecciones en un país, un gobierno revolucionario delinque
sólo frente a una ley que es propia a un orden de vida inferior al que
él aspira. ¿Por qué vamos a desviar el curso de la historia compañeros?
¿Por unas elecciones fortuitas que emanan de las leyes de una burguesía
a la que despreciamos? ¿Vamos a entregar el poder a las oligarquías
fascistas sólo porque las masas equivocaron provisoriamente el camino?
No compañeros, nosotros no somos esclavos de la justicia burguesa y
mucho menos de sus mezquinas convenciones. Si vamos a las elecciones es
por razones tácticas. Nuestra estrategia en cambio, lleva al socialismo,
el futuro de la humanidad. ¿Vamos acaso a poner en juego nuestra
estrategia por la mala aplicación de una táctica burguesa en un momento
determinado? No compañeros, el futuro es nuestro. Es por eso que, como
dijo una vez Fidel Castro, en la ciudad de Concepción, Chile: "cuando la
revolución toma el poder, ese poder no se entrega jamás".
Lo que a un ser humano común y corriente no le está permitido, le está
permitido a un revolucionario, piensa un revolucionario. Pues el
revolucionario pertenece a la escala más alta del desarrollo de la
humanidad, así al menos lo dijo Che Guevara. Eso significa que a un
revolucionario no sólo le está permitido robar, también le está
permitido matar en nombre de la revolución. El mismo Che Guevara lo
escribió así, y con toda su crudeza:
"Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve; a su casa, a
sus lugares de diversión, hacerla total (…) Eso significa una guerra
larga; y lo repetimos una vez más, una guerra cruel".
Y bien, si a un revolucionario —según el icono de la revolución— le está
permitido asesinar a sus enemigos en sus casas y en sus lugares de
diversión, robar una elección no pasaría de ser un accidente, un pecado
venial en medio de la guerra total que libra cada revolucionario en
contra del "enemigo de clase".
Por cierto, no me refiero a quienes hemos participado en una u otra
revolución, con resultados negativos o positivos. El torbellino de la
historia, según Walter Benjamin, puede arrastrarnos hacia riberas
ignotas. No. Me refiero a quienes han hecho de su condición
revolucionaria una profesión de fe, una suerte de segunda naturaleza, un
modo de ser en el mundo. Me refiero, en fin, a aquellos que han delegado
su Yo a un Sobre-Yo (categoría freudiana) y en este caso, a un Sobre-Yo
ideológico que los controla y domina en todas las circunstancias de la vida.
No hay revolucionario sin ideología revolucionaria y no hay ideología
revolucionaria sin el sometimiento del Yo racional de cada uno a las
determinaciones que provienen de una moral imaginariamente superior
integrada en el aparato de un Sobre-Yo ideológico. Ese Sobre-Yo succiona
y aprisiona a las capacidades racionales del Yo, que son, entre otras,
las del pensar.
Ahora bien, el problema más grave ocurre no tanto cuando el Yo es
sometido a un hipertrofiado Sobre-Yo (situación que bien podría llevar y
ha llevado a la santidad) sino cuando tiene lugar esa alianza maligna
entre las pulsiones afectivas, agresivas y pasionales que cada uno porta
consigo (el "Ello" de Freud), con el Sobre-Yo moral e ideológico. En
este caso se produce la fusión entre el deseo de delinquir (agredir,
transgredir) y los "ideales superiores" o, lo que es lo mismo, el deseo
de delinquir adquiere —como en James Bond— licencia ideológica o moral.
Producida esta situación es difícil distinguir entre un revolucionario
que se convierte en criminal de un criminal que se convierte en
revolucionario.
Dicho a modo de ejemplo: un asesino en serie puede llegar a ser un héroe
en una guerra ya que no sólo se dará el gusto de matar por matar, sino,
además, matará en nombre de la patria. Así se explica por qué los
criminales más grandes se sienten redimidos cuando actúan en nombre de
una "razón superior".
Aún permanecen en el recuerdo, entre otras aberraciones de la historia
reciente, imágenes de tropas serbias que usando el falo como arma de
guerra, realizaban violaciones en masa en la región del Kosovo, llevando
a cabo "limpiezas étnicas" en nombre de la revolución de Milosevic. Sin
embargo, ¿no eran esos degenerados, herederos directos del sadismo de
Robespierre quien hacía cubrir las calles de París con las cabezas
sangrantes de sus enemigos? ¿De los millones de asesinados por "razones
superiores" bajo Stalin, Mao, Pol-Pot y otros santones de la hagiografía
socialista mundial?
Efectivamente, si en nombre de la revolución han sido cometidos crímenes
innombrables, robar elecciones, reitero, resulta casi una banalidad,
algo que se entiende de por sí. Lo anormal sería entonces que un
gobierno que se dice revolucionario no robara (falsificara, adulterara)
las elecciones en caso de perderlas.
Por supuesto, el lector adivina que estoy escribiendo a propósito de la
posibilidad cada vez más evidente de que en Venezuela el gobierno de
Nicolás Maduro ha cometido después de las elecciones presidenciales del
14 de Abril de 2013, uno de los desfalcos electorales más impresionantes
de nuestro tiempo.
Indicios hay más que demasiados, sólo falta "por ahora", la prueba final.
La sospecha resulta más grande si se tiene en cuenta, además, las
condiciones subjetivas que habrían eventualmente llevado a los jefes
chavistas a robar las elecciones. Esas condiciones estaban determinadas
antes que nada por la designación profética de la presidencia de Nicolás
Maduro de acuerdo al testamento político del presidente muerto.
¿No habría significado el reconocimiento de la debacle electoral una
negación a la infalibilidad de "nuestro Comandante", el Mesías? ¿No
habría sido faltar a la honra del amado caudillo, ser desalojados del
poder inmediatamente después de su muerte? ¿Cómo continuar la mitología
de quien según el imaginario chavista había entregado hasta la última
gota de su vida por la revolución socialista, con una derrota electoral
que mancillaría para siempre su memoria? No, los jefes del chavismo no
podían permitirse una derrota electoral. Luego, si ella no podía ser
evitada durante las elecciones, debía serlo, al menos, después de ellas.
Desde el punto de vista penal robar elecciones al pueblo es un crimen
horrendo. Desde el punto de vista moral es un signo de absoluta
corrupción. Desde el punto de vista religioso es un hecho demoníaco.
Desde el punto de vista psicoanalítico es el reflejo de una desviación
patológica del más alto grado. Desde el punto de vista clínico es una
locura desatada. Sólo desde el punto de vista revolucionario, y en el
caso venezolano, necro-revolucionario, el robo de una elección
aparecería como un acto legítimo y permisible.
Contra ese tipo de perversión múltiple deberá lidiar el pueblo de
Henrique Capriles Radonski. Quizás esa es la razón por la cual Henrique
dijo: "nuestra lucha es espiritual".
Este artículo está tomado de POLIS Política y Cultura, el blog de
Fernando Mires. Se reproduce con la autorización del autor.
http://www.cubaencuentro.com/internacional/articulos/puede-un-gobierno-revolucionario-robar-las-elecciones-284028
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