El festín de la ironía
Miércoles, 01 de Mayo de 2013 00:19
Escrito por Alfredo Nicolás Lorenzo
Cuba actualidad, El Cerro, La Habana, (PD) Son las cuatro de la tarde y
espero como cada día el ómnibus para volver a casa. La guagua, siempre
esquiva a frenar, se detiene en la parada gracias a la presencia de un
inspector.
Está repleta. Llevo una hora esperándola y de ningún modo permitiré que
se me vaya. Las personas a mi alrededor piensan lo mismo. Por un momento
reduzco mi mundo, mis sueños, mis pensamientos, a simplemente lograr
montarme en el autobús. Desaparece de mi mente la generosidad, la
educación, la civilidad. Lo más preocupante no es solo mi
comportamiento, es que todos los que lograron montarse en la guagua
actuaron de igual modo.
Una vez dentro, siento el dulce alivio del soldado vencedor. No me
acuerdo ya de la viejita que no logró subir. No me preocupa la mujer con
el niño que está contra el cristal de la puerta. No me interesan los que
quedaron en la parada y que tal vez necesitaban ir a un hospital. No me
conmueven esas cosas: todo es tan cotidiano como despertarse cada mañana.
Esa tarde fue como cualquier otra, no tenía nada de especial. Dentro de
la guagua la gente gritaba, se ofendía, reía sonoramente, y se escurría
el sudor del cuerpo.
Cuando por fin me acomodé y logré relajar mi mente, me llamó la atención
un hombre, según mis cálculos, de más de sesenta años, de calvicie
sacerdotal y frente amplia, que miraba por la ventana del ómnibus con el
rostro enfadado. Usaba una camisa y un pantalón viejo y sucio, llenos de
manchas de comida seca. Sus uñas eran largas y negras, parecían de
madera. Llevaba una bolsa de nailon descosida en su hombro. Expendía un
olor pestilente.
La ironía de la vida parece nunca dejar de sorprender y enseñar. Me
pareció extraño que el anciano disparara miradas irritadas a quien
rozaba su piel o se le acercaba más. Mi sobresalto tal vez no fuera
tanto si me encontrase en un lugar espacioso, pero ¿en una guagua, con
quien sabe cuántas personas dentro, donde respirar es a a veces un reto?
Su enfado creció al aumentar el número de pasajeros y el interior del
vehículo llegar a convertirse en una masa homogénea y sudorosa. El no
paraba de mirar a todos lados, asustado, irritado, inconforme. Con voz
seca me indicó que me apartara, entre la gente se dirigió hacia la
puerta y en la siguiente parada se bajó.
La naturaleza humana es extraña, tan desconocida cómo el cosmos. Ese
hombre debió haber experimentado alguna situación traumática en su vida,
tal vez la pérdida de sus hijos o una infancia difícil. Lo imagino solo
en una casa, rodeado de animales y trastos viejos, caminando por las
calles en busca de comida en la basura y colillas encendidas.
Seguramente, no pudo comprender cómo la gente se apretujaba, se empujaba
y profería obscenidades e insultos. Aún conserva la esencia de su
condición humana, esa, a la que en ocasiones renunciamos para subir a un
autobús.
Para Cuba actualidad: alfredonicolaslorenzo4@gmail.com
http://primaveradigital.org/primavera/cuba-sociedad/sociedad/7286-el-festin-de-la-ironia-.html
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