27 de mayo de 2013

El castrismo como bien a heredar

Publicado el lunes, 05.27.13

El castrismo como bien a heredar
Alejandro Armengol

Los hijos de los dictadores son diferentes. El poder heredado les brinda
la facultad de hacer lo que estuvo vedado, o incluso despreciado por sus
progenitores. En el caso cubano, llama la atención que eso que en otra
época pudo haber sido considerado un acto de herejía, sirva ahora a los
objetivos del régimen.

Ni Fidel ni Raúl Castro han podido librarse de la condena, o incluso el
reproche, por la represión homosexual. No importan las declaraciones,
los premios repartidos a escritores –que recuerdan el pasado y
convenientemente olvidan el presente– o los recorridos internacionales
otorgados a ciertas víctimas.

Mariela Castro Espín se ha destacado como defensora de la libertad de
orientación sexual. Desde su puesto de directora del Centro Nacional de
Educación Sexual de Cuba (CENESEX) y de la revista Sexología y Sociedad
ha sido una activista constante de los derechos de los homosexuales y
promotora de la efectiva prevención del sida.

No deja de resultar paradójico, por no decir irónico, el interés que
desde hace años viene demostrando Castro Espín en la defensa de los
homosexuales. Su labor en este terreno ha resultado destacada, si se
tiene en cuenta no sólo el historial represivo del régimen hacia el
homosexualismo, superado en gran parte, sino también el machismo de la
sociedad cubana, todavía imperante en buena medida.

Tampoco hay que pasar por alto una diferencia fundamental: el régimen
practicó una represión política contra ciertos homosexuales –al tiempo
que admitía y premiaba a otros–, mientras que el rechazo machista fue y
es generalizado. La labor de Castro Espín tiene que ver con esta última
forma de discriminación, al tiempo que elude la primera.

Sin embargo, este empeño no se ha visto libre de la sospecha de
dedicarse a una labor desde una posición única –privilegiada por su
nacimiento– y a partir de un momento en que hubo un cambio de política
por parte del gobierno. Si bien su edad la salva del reproche de no
dedicarse antes a esta tarea, no por ello ha dejado de aprovecharse de
la ventaja de llevar a cabo una función en momentos en que ésta resulta
plenamente aceptada por el Estado.

Sería injusto acusar a Castro Espín de buscar el satisfacer un capricho
propio de "hija rebelde de papá", pero tampoco es ajena al hecho de
cumplir un objetivo que desde hace años interesa al poder castrista:
presentar al exterior el "rostro humanitario, liberal y progresista",
tanto del proceso revolucionario como de su familia.

Cuando se inició el proceso de sucesión de mando, de Fidel Castro a su
hermano Raúl, surgió la pregunta de si a partir de ese momento Castro
Espín tendría la posibilidad de comenzar a desempeñar un papel más
destacado dentro del gobierno, y si se convertiría en una impulsora de
las reformas necesarias.

Ello no ha ocurrido, la directora del CENESEX es más pompa que
circunstancia. Más que una verdadera reformista, su labor se limita a
presentar en el exterior la versión light de la familia Castro.

Antonio Castro no reivindica el golf como juego, más allá de la imagen
burguesa, sino busca convencer que la isla es un lugar ideal para
practicarlo, si se cuenta con el dinero suficiente.

En ambos casos el objetivo es el mismo: no son hijos rebeldes sino que
obedecen a nuevas rutas. A diferencia de Corea del Norte, la sucesión no
se traza a través del rumbo partidista o la carrera funcionaria. No se
trata de un camino único. El coronel Alejandro Castro Espín representa
la vía tradicional. El tiempo dirá si este sendero que se bifurca, y que
de momento cumple un objetivo común, arribará a un resultado idéntico.

Las vías para destacarse que han optado algunos miembros de la familia
Castro parecen responder no sólo a la circunstancia cubana sino a la
actualidad internacional.

En un guión que se repetía casi sin modificaciones, los herederos tenían
como único objetivo prolongar las dictaduras paternas Así ocurre aún en
Corea del Norte, pero en otros casos, como sucedió con Gadafi y sus
hijos, el mecanismo dejó de funcionar.

Tras largos años de poder absoluto, gobiernos totalitarios que parecían
eternos se desmoronan en semanas, días, incluso horas. Las plazas en que
por décadas se realizaron discursos en que se ensalzaba al dictador caen
en manos de los opositores y son rebautizadas de inmediatos; los
cientos, miles de carteles con la imagen del hasta entonces poderoso
jefe de Estado son pisoteadas, escupidas, desechas en minutos.

De pronto el futuro se ha tornado frágil para los hijos de los
dictadores. Es un fenómeno nuevo que los debe tener sorprendidos.

Podrá demorarse más o menos, pero en la vida de muchos de estos
dictadores llega el momento en que, como que se les agota la cuerda. No
hay sucesión segura. Es más, se impone que los herederos piensen sobre
la testarudez paterna, cuando aún es tiempo, y dediquen un momento a
hacer las maletas.

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