Donde dijeron digo
Viernes, Septiembre 7, 2012 | Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org -No lo creo ni lo dudo,
pero hay runrunes en La Habana, según los cuales, podrían aplicarse
cambios a la nueva ley que autoriza la compra-venta de casas. Lo que
se dice no es que vayan a echar para atrás la ley, sino que le
incorporarán regulaciones para limitarla, pues, al parecer, los
caciques no han digerido bien esto de que la gente disponga tan
"libremente" de sus propias propiedades.
El rumor es enfático, sobre todo, en lo que se refiere a la
posibilidad que ofrece esta ley para que las personas que van a
emigrar puedan vender sus viviendas, un derecho básico, de natural
raciocinio, que nos fue usurpado durante más de medio siglo.
¿Eliminarán ese inciso de la ley? ¿Establecerán excepciones que
afecten a la gente de a pie y sólo beneficien a los favorecidos por el
régimen?
Lo aconsejable es no alarmarse en la víspera. No solamente porque
hasta hoy no pasa de ser una bola, una entre tantas. También porque,
aun para nuestros caciques, sería un despropósito de escándalo
enmendar una ley recién dictada con el presunto objetivo de poner fin
a muy viejas, injustas y abusivas prohibiciones.
De cualquier modo, tampoco hay razón para desechar de plano ese
peligro. No sería la primera vez que el régimen diga Diego donde dijo
digo, y sin que tenga que enfrentar consecuencias mayores, por más
escandalosa que sea su retractación. Mucho menos extraño resultaría
que lo haga en estos momentos, cuando se siente fortalecido (más
incluso de lo que debiera sentirse), gracias al fuerte apoyo económico
y a la complicidad política de sus amigotes sudamericanos.
Por lo demás, no hay que olvidar los sustanciales beneficios que casi
desde el principio de su dominio sacó el régimen de la expropiación de
las casas de la gente que emigraba. Fue una jugada maestra de Fidel
Castro, que aunque nunca ha dejado de ser repudiada y comentada por
todos los medios de la prensa libre, tal vez esté esperando aún por un
más detenido y minucioso examen.
Al disponer a su antojo de las propiedades de los emigrantes y
exiliados, el régimen no sólo consiguió dar respuesta, sin invertir ni
un centavo, a una de las mayores demandas de los cubanos pobres, que
era (y es) la falta de vivienda. No sólo se hizo acreedor del
agradecimiento y la simpatía de cientos de miles de ciudadanos, a los
que simplemente les había vendido lo que no era suyo. Con esa
operación fraudulenta, también hipotecó la libertad de los cubanos por
largo tiempo.
Todos los sin casa a los que el régimen entregó viviendas de aquellos
que se marchaban hacia el exterior, estarían dispuestos a defender la
perpetuación del sistema, por temor a perder nuevamente sus techos. Y
al mismo tiempo, los que eran despojados de sus propiedades al
marcharse, además de ser enemigos jurados del régimen, se convertían
en enemigos (al menos potenciales) de quienes pasaban a ocupar sus
antiguas casas. Quedaba materializada así la más siniestra entre todas
las estrategias políticas: divide y vencerás.
Todavía hoy este conflicto continúa representando un lastre
determinante (quizá el de mayor peso) para las aspiraciones de
libertad entre los cubanos. Y sin duda será un obstáculo a la hora de
restaurar la convivencia armónica en la Isla.
Sólo entre las generaciones más jóvenes se aprecia una cierta
independencia ante esa rémora. Los de aquí, porque ya no les importa
conservar el techo (si es que lo tienen) a tan alto precio. Los de
allá, quizá porque al no sentirse directamente afectados, son más
proclives al plan de futuro que al resquemor del pasado.
No obstante, cualquiera sabe que una de las tareas más difíciles y
riesgosas del primer gobierno en la Cuba democrática del futuro, será
precisamente buscar el consenso de toda la población para el
establecimiento de leyes justas y funcionales en torno a esta
problemática. Y ojalá lo consiga. Sería un imperativo.
Mientras, los caciques, siempre tan calculadores del tiempo que les
queda en la fiesta, pudieron haber pensando que ya el mal estaba
hecho, luego de cosechar el odio entre cubanos durante más de
cincuenta años, entregándoles a unos los bienes de los otros. Y
entonces posaron de reformistas con esta nueva ley.
Sin embargo, no es descartable que una vez promulgada la ley, los más
pillos hayan caído en la cuenta de que no son muchos aquí los
ciudadanos que disponen de varios miles de cuc para comprar una casa.
De modo que entre estos ciudadanos y el resto (millones) que no pueden
acceder a esas compras, se agravan las diferencias socio-económicas,
haciendo aún más evidente la inutilidad del régimen para dar solución
a los acuciantes problemas de los pobres.
Si así lo pensaron (¿y por qué no habrían de pensarlo, si es así?), no
debe sorprender que, en efecto, estén cocinando cambios para la nueva
ley de compra-venta.
http://www.cubanet.org/articulos/donde-dijeron-digo/
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