Un disidente cubano es asesinado mientras los líderes latinoamericanos
brindan con Castro
Por Mary Anastasia O'Grady
El presidente de México, Felipe Calderón, sonrió ampliamente mientras
saludaba a su par cubano, Raúl Castro, en la cumbre del Grupo de Río
organizada la semana pasada en la lujosa Riviera Mexicana. Ambos,
luciendo guayaberas bien planchadas, se dieron un apretón de manos
mientras Calderón, mostrando un especial deleite, hacía gestos a la
audiencia para que diera la bienvenida al invitado especial de México.
A sólo 500 kilómetros de distancia, en un hospital penitenciario de La
Habana, el preso político Orlando Zapata estaba en coma. Durante 84
días, este albañil de 42 años y origen humilde había estado en huelga de
hambre para protestar contra la brutalidad del régimen castrista hacia
los presos de conciencia. Su muerte era inminente.
La espantosa situación de Zapata no era ningún secreto. Durante su
huelga de hambre le habían negado agua por 18 días consecutivos y lo
habían colocado frente a un equipo de aire acondicionado. Sus riñones
habían colapsado y tenía neumonía. Durante meses, grupos de derechos
humanos habían reclamado atención internacional para su caso.
Pero en Playa del Carmen, en la península de Yucatán, Calderón no iba a
permitir que Zapata arruinara su fiesta o la oportunidad para mejorar su
imagen entre los gobiernos antidemocráticos de la región. La cumbre
siguió su curso, sin menciones para el infierno humanitario de La
Habana. El martes pasado, Zapata murió.
[Zapata] Terry Shoffner
Su fallecimiento, ocurrido al mismo tiempo que los líderes de América
Latina compartían mesa y mantel con Castro, es una coincidencia que
captura la cobardía y el oportunismo que han definido durante medio
siglo el acercamiento de la región hacia la opresión cubana. Ahora, la
pandilla latinoamericana, con Cuba como miembro destacado, ha decidido
formar un nuevo bloque regional para "reemplazar" a la Organización de
Estados Americanos. Para dejar claras sus intenciones, prohibieron la
asistencia a la reunión del presidente democráticamente electo de
Honduras, Porfirio Lobo.
El Ministerio mexicano de Relaciones Exteriores no quiso responder la
semana pasada a los pedidos para que Calderón difundiera un comunicado
sobre la muerte de Zapata. Su silencio sugiere que lo único que lamenta
Calderón es la desafortunada coincidencia entre su fallecimiento y el
comienzo de la cumbre.
Zapata, de todos modos, no partió en silencio. Su muerte ha puesto de
relieve otra vez la verdad acerca de las vidas de los 11 millones de
cubanos esclavizados durante 50 años por un régimen totalitario. Y
también supone un acontecimiento embarazoso para personajes como
Calderón. Periódicos de todo el mundo, de Buenos Aires a Madrid, están
denunciando la increíble hipocresía de aquellos que fingen tener una
preocupación por los derechos humanos mientras apoyan a Castro.
Al igual que casi todos los disidentes cubanos, Zapata no eligió su
papel de mártir, sino que el papel lo eligió a él. Oriundo de la
provincia de Holguín, en el oriente del país, Zapata atravesó el sistema
educativo como cualquier otro ciudadano. Pero el obligatorio
adoctrinamiento marxista no funcionó con él. Como muchos patriotas
cubanos antes que él, una vez que su conciencia se había despertado no
había crueldad en el mundo que pudiera impedir que denunciara el sistema.
Zapata formó parte de la ola de resistencia pacífica que comenzó a
organizarse y crecer en los últimos años de la década pasada y
principios de ésta. En 2002 fue detenido tres veces. Según el Directorio
Democrático Cubano, una organización de Miami que monitorea la actividad
disidente, Zapata fue arrestado por cuarta vez el 6 de diciembre de
2002, "junto a [el médico y destacado militante pacifista] Oscar Elías
Biscet".
Biscet, un católico practicante y discípulo de las ideas no violentas de
Martin Luther King, empezó a oponerse al régimen cuando se enteró de la
política habitual de asfixiar a los bebés que sobrevivían a los intentos
de aborto. Hoy es considerado uno de los mayores defensores de los
derechos humanos de la isla. Tanto su prolongada estadía en prisión,
como las torturas que ha recibido, están bien documentadas. No hay
información sobre si Calderón, que también se define como católico,
discutió la situación de Biscet con su invitado, Raúl Castro.
Zapata fue arrestado otra vez en marzo de 2003, junto con otros 74
activistas, en un episodio conocido desde entonces por la resistencia
como la "Primavera Negra". Desde entonces estuvo detenido y en mayo de
2004 fue condenado a 25 años de prisión. Su compromiso con sus hermanos,
sin embargo, se mantuvo firme. De hecho, se profundizó.
En julio de 2005, en la prisión de Taco Taco, Zapata participó de una
protesta no violenta para conmemorar la masacre de 41 cubanos que en
1994 habían intentado fugarse de la isla en un bote a motor y fueron
ahogados por el aparato de seguridad. Eso le valió otros 15 años de
sentencia.
Zapata fue encontrado culpable de "desobediencia a la autoridad" y
torturado con frecuencia. Pero murió libre, incólume y convencido de no
entregarle su alma al régimen, que ya es más de lo que se puede decir de
Calderón. Se dice que los contratos de exploración en alta mar que
Castro le ha dado a la brasileña Petrobras explican las caricias con el
dictador.
Con respecto a la libertad de Cuba, el deseo sigue vivo, y la muerte de
Zapata ya sirve como una fuente de renovada inspiración. El régimen lo
sabe y por eso sus fuerzas de seguridad tomaron el control de su pueblo
natal el día de su funeral. Mientras los cubanos lloran la muerte de
Zapata, lo seguro es que, valorando su triunfo sobre el mal y el regalo
de su valentía a la nación, no dejarán que su muerte sea en vano.
Escribir a O'Grady@wsj.com
Viva Zapata - WSJ.com (1 March 2010)
http://online.wsj.com/article/SB126743657564653729.html?mod=WSJS_opinion_MiddleFeatures
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