Paz sin fronteras
By NICOLAS PEREZ
Fue por la paz. Pasó el concierto de Juanes y la estela que va a dejar
en la popa va a ser mayor que las olas que rompió con la proa. Sucedió
lo inesperado. Artistas extranjeros cantaron en la isla y el control que
siempre ejerce el régimen castrista se le fue de las manos. El hecho de
que el gobierno comunista hubiera obedecido por primera vez la petición
del Papa Juan Pablo II de ``que Cuba se abra al mundo'' fue algo
estupendo para el pueblo de Cuba, y esta concesión, una debilidad del
régimen de La Habana.
Confieso que, aun siendo un optimista incurable, quedé perplejo de que
Juanes y su grupo, algunos en lenguaje subliminal, otros en lenguaje
directo, hubieran podido llegar tan lejos. La propaganda que
representaba para el castrismo realizar un megaconcierto en la isla
quedó empañada por haberse evidenciado, en los principales periódicos
del mundo, que el pueblo cubano vivía sujeto a 50 años de brutal
dictadura. En la emblemática Plaza de la Revolución, 1,250,000 personas,
un récord, más de las que asistieron a los discursos de Fidel Castro,
desde la misma tribuna donde el dictador derramó su odio durante medio
siglo, se escuchó a un grupo de artistas extranjeros saludando por
primera vez con afecto y deferencia al exilio, hablando de presos
cubanos por inferencia. La coyuntura y la atmósfera no indican otra
cosa, cuando Juanes dijo: ``Esta canción se la quiero dedicar a todos
los que están privados de libertad, donde quiera que estén''. Olga
Tañón, una mujer que es fuego y corazón, dijo: ``It's time to change, es
hora de cambiar el odio por amor''. Y nombró con devoción y respeto a la
Virgen de la Caridad del Cobre, algo que no se hacía en esa Plaza desde
el Congreso Católico de 1959. Juanes señaló a la juventud que desbordaba
el acto en una canción escrita especialmente para el pueblo de Cuba:
``No vas a darle tu vida al miedo'', y finalmente Miguel Bosé y él
repitieron hasta el cansancio el estribillo: ``Hay una isla en el medio
del mar, que ama la libertad''.
Al principio fue lo previsible, el gobierno cubano intentó manipular el
evento, pero sin conseguirlo. Días antes de que rompiera el corojo
comenzaron las amenazas a la oposición, hubo reclusiones domiciliarias y
algunos arrestos. El control fue estricto. A la hora cero había solo
cuatro entradas a la plaza, pero mientras pasaban las horas menos
posibilidades había de que el gobierno pudiera controlar aquella marea
humana de juventud cubana. Una de las principales objeciones de algunos
críticos del concierto se derrumbó pronto. Desde el principio había
notado un apoyo excesivo a las consignas subliminales de Olga Tañón,
desde las primeras filas que rodeaban la tribuna, que pensaba, eran
miembros de la juventud comunista. Pero algo inesperado había ocurrido
minutos antes. Según el periódico español El País, Juanes y Miguel Bosé
se quejaron al gobierno, específicamente al ministro de Cultura, Abel
Prieto, por haber colocado vallas separando una especie de zona vip
pegada al escenario. Inmediatamente desaparecieron las vallas y el lugar
fue ocupado por orden de llegada, no por orden de ideología.
El espectáculo desbordó mis expectativas, pero no me sorprendió. Días
antes de abandonar Cuba estuve en un concierto del cantante de izquierda
Juan Manuel Serrat en el teatro Chaplin. El . Cuando su último número
fue A Cristo crucificado, un público compuesto casi integralmente por
jóvenes de la juventud comunista enloqueció y obligó a Serrat a repetir
la canción cinco veces. Eso me dio una medida de que en Cuba hay una
propensión natural al simbolismo y una capacidad ilimitada de
simulación, como las que había en los países socialistas minutos antes
de que se derrumbara el comunismo. Cada día el régimen de La Habana
tiene que ceder más y se acerca un gran cambio. Y esto no es ingenuidad,
simplemente no creo en los imposibles.
Dos sorpresas, el policía Silvio Rodriguez cantó Ojalá, la canción por
la cual lo tronaron hace años. Y aunque odio meterme en problemas, más
odio quedarme callado. Mi impresión fue que los comentaristas y miembros
del panel que seguían el concierto en los programas de TV de Miami, con
las excepciones que confirman la regla, sentían miedo de mostrarse
enemigos del concierto y pánico de parecer que lo apoyaban. Era una de
cal y otra de arena. Nadaron entre dos aguas hasta que se ahogaron en un
mar de irresolución. Si eres periodista, equivócate, provoca
controversias, pero no calles tus verdades, ellas son sagradas.
También hace unos días decía en esta misma columna que a Cuba la matan
la inmovilidad, la inercia y la petrificación. Que cada vez que Cuba se
abre al mundo, el castrismo pierde espacios. Tenía la esperanza de que
Juanes, para bien o para mal, moviera fichas y el cantante colombiano
las movió. También lo apoyaba por mi confianza en el ser humano y les
pedía a mis lectores que le dieran el beneficio de la duda porque, en
política como en la pelota, no hay nada escrito hasta el último inning.
Y no me equivoqué. Con tres outs y las bases llenas, con un larguísimo
batazo por el jardín central, Juanes se llevó la cerca.
Afortunadamente, porque somos demócratas, la mía no es la opinión de
todo el exilio. Para algunos el concierto tuvo serios errores, por
ejemplo no tumbó al gobierno castrista, tampoco los estómagos se llenan
con música. Faltó que Olga Tañón gritara ¡abajo el comunismo! y Juanes,
¡que muera Fidel Castro! Pero qué quieren que les diga, sabemos
perfectamente que en este tipo de eventos los artistas no pueden
complacer al 100% del público.
NICOLAS PEREZ: Paz sin fronteras - Columnas de Opinión sobre Cuba - El
Nuevo Herald (23 September 2009)
http://www.elnuevoherald.com/noticias/mundo/columnas-de-opinion/v-fullstory/story/549812.html
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