Cambios para un parque temático
ABEL GILBERT | Buenos Aires | 23 Dic 2014 - 8:35 am.
Del Fidel Castro ladrón de 'Los Simpsons' a una ciudadanía convertida en
zombies en 'Juan de los muertos': un país que aguarda por cambios.
Hay un capítulo de Los Simpsons en el que Homero, el señor Burns y
Smithers viajan a Cuba con un billete de un trillón de dólares. En ese
capítulo le escuchamos decir a Fidel, antes de quedarse con el dinero:
"Camarada nuestra nación está en la ruina, no tenemos más opción que
abandonar el comunismo [expresiones de lamento]. Lo sé, lo sé. Pero
sabíamos desde el principio que esto no funcionaría".
El Gobierno cubano se enojó, y mucho, con Matt Groening. Pero el Fidel
real (cuánto hemos discurrido durante los años del socialismo real sobre
originales y copia, acontecimiento y simulacro) no tardó en coincidir
con su caricatura. Ocurrió durante su único discurso público de 2010, en
la Universidad de La Habana: "Entre los muchos errores que hemos
cometido todos, el más importante era creer que alguien sabía de
socialismo o alguien sabía cómo se construye".
Como en "El otro", el cuento de Borges, una distancia que no es solo del
orden temporal separa al Comandante que en 1961 se consideraba "un
revolucionario perfecto" del octogenario de la autocrítica generalizada.
(En un país en el que se lo invocaba al grito de "Comandante en Jefe:
ordene, donde sea, lo que sea, para lo que sea", sin embargo el error lo
cometen "todos"). Fue Fidel, entonces, el que saldó el debate: el
castrismo había fracasado. De lo que se trataba, en adelante, era de
resguardar jirones (oh, ¡Girón!) de las conquistas, en especial cierto
margen de independencia política en el inexorable mundo procaz de la
integración al mercado mundial.
También hace cuatro años, Raúl Castro, el general de la sinceridad
inequívoca (llegó a hablar de "mi amigo, el georgiano", en alusión a
Stalin, en 1989, para justificar ejecuciones sumarias del general
Arnaldo Ochoa y el ranger Tony de la Guardia), confirmó que el
desparpajo no le impide cierta clarividencia. Dijo entonces Raúl, al
defender sus reformas económicas, que Cuba se enfrentaba a una
encrucijada: "O rectificamos o nos hundimos".
Iván de la Nuez, uno de los más lúcidos intelectuales cubanos nacidos
tras la victoria revolucionaria, advirtió de inmediato lo que subyacía
en el razonamiento: "el problema —y después de medio siglo en el poder
Raúl Castro tiene que saberlo—, está en la paradoja que encierra su
agónico imperativo. Es cierto que si el Gobierno no rectifica, se hunde
el país. Pero si rectifica en profundidad, se hunde el Gobierno".
Poco y nada cambió internamente desde 2010, cuando los hermanos dijeron
lo mismo con otras palabras. La contradicción sigue allí, imperturbable.
Lo nuevo tiene que ver, por estas horas, con el histórico gesto
recíproco entre La Habana y Washington que debería llevar, más temprano
que tarde, a la normalización de las relaciones bilaterales y el
levantamiento de las sanciones comerciales vigentes desde 1961.
Las señales no llegan en cualquier momento de esta historia de
enemistad. La sensación de urgencia, aunque en escalas diferentes, es
compartida a uno y otro lado de la corriente del Golfo que separa a los
dos viejos enemigos. La caída del precio del petróleo y la crisis que
esto provoca en Venezuela y Rusia, dos aliados de La Habana, obligan al
castrismo a imaginar con mayor premura horizontes que reemplacen a estos
proveedores.
De otro lado, los empresarios norteamericanos están mirando, como
simples testigos, cómo se reconvierte la economía cubana. En los últimos
meses, The New York Times repitió el reclamo al Departamento de Estado:
se necesita avanzar en la era del pragmatismo. "Washington podría
empoderar el campo reformista al facilitar que los empresarios cubanos
obtengan financiamiento externo y formación empresarial", dijo el pasado
lunes. Para ese diario estadounidense "es poco probable que esa
estrategia sea exitosa, a menos que Estados Unidos abandone su política
de cambio de régimen. A pesar de que la transformación económica de Cuba
está avanzando lentamente, bien podría conducir a una sociedad más abierta".
La intransigencia de Washington con Cuba solo le ha servido desde el
giro político regional para aumentar la distancia con una América Latina
donde China gana terreno. El gesto de Barack Obama es, aunque no se
diga, un gesto hacia esa región que ya no tutela. Obama tuvo que
reconocer que medio siglo de hostigamiento comercial no ha servido para
nada. Solo encontró una utilidad victimizante en La Habana: los Castro
responsabilizaron a las agresiones de Washington (que existieron, ¿quién
se atrevería a negarlo?) de todo lo que se hacía mal en la Isla (y
cuando se dice todo quiere decir eso: todo). Eso no es cierto. Durante
los años de alianza estratégica con Moscú, Cuba utilizaba mayor cantidad
de fertilizantes y tractores por hectárea que los farmers
norteamericanos. Pero no podía resolver los problemas alimentarios ni la
escasez crónica. El bloqueo siempre obturó las discusiones. ¿Qué
sucedería el día después? No faltarán los que digan que las cosas iban
mejor con el antagonista.
Parte de la elite norteamericana ha entendido hace mucho que el
hundimiento del castrismo, más que un triunfo, significaría un problema
mayúsculo: dispararía una estampida de cubanos a Estados Unidos. ¿Más
latinos? ¡No! Es esta burocracia militar, en permanente estado de
reacomodo y acumulación, la única capaz de llevar adelante la transición
cubana y llegar a un entendimiento con una parte del exilio. El sector
más recalcitrante del anticastrismo, como era de esperar, ha reaccionado
del modo contrario.
El tema cubano se mete además en la interna del Partido Republicano. El
senador Marco Rubio dejó entrever su inconformidad con los anuncios.
Pero no todos comparten esa aversión de décadas: aunque de modo menos
estridente, empieza a ser cada vez más compartida en EEUU la idea de que
al castrismo, remozado desde que Raúl se hizo con el poder y puso en
marcha reformas que nadie habría imaginado con Fidel al mando, no se lo
derrota con la CIA sino con la SEARS, la famosa cadena comercial, con la
que los espías comparten algo más que una analogía fonética: "Find
something great!", anuncia el buscador de la mega tienda y, quizá, en
esa consigna, se encuentre una de las razones de este cambio.
Volvamos a 2010. Ese año se estrena una película cubana "serie B" que
nos dice algo sobre este presente: Juan de los muertos es una suerte de
símil jocoso de The Walking Dead. Cuba es invadida por zombies, a los
que primero se los llama disidentes, porque en Cuba por décadas no se
encontró otra manera de definir la alteridad. Uno de los protagonista se
va cuando se expande la plaga: "Allá vas a tener que trabajar para
ganarte la vida. ¡Esto va a pasar!", le advierte Juan. Su amigo duda:
"¿Sí? ¿Y si se meten así otros 50 años más?". Los zombies se convierten
al final en mayoría: la mutación es inevitable. La metáfora de lo muerto
viviente también. Eso es el socialismo caribeño, cuyo segundo ingreso
económico son las remesas familiares. De lo que se trata ahora, para
salvar o hundirse o, mejor dicho, para hundirse y salvarse, es que ese
flujo monetario crezca y ayude a recapitalizar la Isla.
Curioso el momento en que ocurren los cambios. Me gustaría citar, para
este final, el reciente libro de De la Nuez, El comunista manifiesto
(Galaxia Gutemberg, Barcelona, 2013). De la Nuez dice que es ahora
—cuando se da por muerto y enterrado—, que el comunismo sale del
sarcófago y consigue apuntalar la frase con la que se anunció: "un
fantasma se cierne sobre Europa…". Si lo propio de los fantasmas —los
zombies de ayer—, según los diccionarios, es aparecer después de la
muerte, entonces no es antes del comunismo —período en el que Marx y
Engels despliegan la metáfora—, sino a posteriori, cuando podemos hablar
de este espíritu tan temible: "de modo que únicamente después del
derribo del Muro de Berlín es cuando el comunismo se convierte en un
fantasma que recorre Europa; el espectro de un mundo muerto que insiste,
con ardides muy dispares, en tirar de los pies a los que han sobrevivido".
El que resurge hoy, añade De la Nuez, es un comunismo de baja
intensidad. Derrotado en lo político, se ha refugiado de forma paulatina
en una cierta comodidad estética. Hay, de hecho, un género, el Eastern,
y una forma de expresión melancólica, la Ostalgia, a la que Cuba, la
Cuba profunda, no es ajena. La revolución solo permanece como parque
temático. Sobre ese territorio, ese mapa, se desplegarán los cambios.
Source: Cambios para un parque temático | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1419288959_11970.html
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