2 de abril de 2012

75 horas y 15 minutos. Vivencias de un corresponsal amordazado

75 horas y 15 minutos. Vivencias de un corresponsal amordazado
Lunes, Abril 2, 2012 | Por Alberto Méndez Castelló

Alberto Méndez Castelló se proponía cubrir la visita de Benedicto XVI a
Santiago de Cuba. Parafraseando a Ernest Hemingway, dijo que quería "ir
a dónde hay que ir, ver lo que hay que ver y hacer lo que hay que
hacer". Pero el pasado 22 de marzo agentes de la Seguridad cubana lo
detuvieron por más de tres días, tiempo suficiente para impedirle que
llegara a Santiago de Cuba a reportar la visita papal.

Méndez Castelló permanece ahora en su casa bajo la vigilancia de las
autoridades que, como firmes centinelas de la censura, limitan los
movimientos del periodista. "Aprovecho entonces este cerco para
dedicarme a escribir una larga crónica de lo que pasé en esas 75 horas y
15 minutos. Tal vez vaya más atrás, tal vez escriba un libro", dijo.
Cubanet se complace hoy en publicar el primero de una serie de artículos
sobre las vivencias de Méndez Castelló tras las rejas y los
acontecimientos que provocaron su arresto, otro ejemplo de la
persecución que sufren aquellos que no se ajustan a la línea editorial
que dicta el Gobierno cubano.

PUERTO PADRE, Cuba, marzo, (Alberto Méndez Castelló, www.cubanet.org) -

Mientras abría la reja el carcelero dijo: "Recoja sus cosas y venga
conmigo".

"No tengo nada que recoger", dije.

Llevaba poco más de tres días allí. De mis captores solo aceptaba agua
por elemental instinto de conservación. Tenía la garanta infectada y una
llaga purulenta me latía en la planta del pie derecho. El pie de atleta,
o vaya usted a saber qué tribu de hongos, me devoraba la piel sobre el
calcáneo. Casi una hora antes de detenerme me habían recomendado
consultar a un dermatólogo.

Llevaba una bolsa plástica con los medicamentos cuando me introdujeron
en un patrullero de la policía nacional. Pero en el acta de los objetos
ocupados solo aparecen un teléfono móvil, una agenda y una pluma. Mis
herramientas.

Puntalmente una doctora y una enfermera llegan a mi celda cada día. En
un sobre amarillo traen medicamentos como los ocupados. Me muestran que
son auténticos, que permanecen sellados y que no están vencidos. "Mire,
compruébelo usted mismo", dice la doctora.

Pero siempre repito lo mismo a ellas que cumplen con su trabajo hasta
las cuatro de la tarde, y a los carceleros, que hasta las 10 de la noche
vienen a mi celda con sus pastillas, gárgaras y pócimas: "No tengo por
qué aceptar sus servicios. Ustedes sirven a mis secuestradores".

En una de las dos mujeres descubrí humedad en los ojos, en la otra no.
Escénicamente, es tan fría como una máquina de calcular. Me dicen que
los jefes han autorizado que puedo usar mis espejuelos.

"No debo aceptar comida ni medicamentes por motivos de consciencia"
escribí a mi mujer, pero la nota nunca llegó a sus manos. En abril
cumplimos 27 años de casados.

Me sacan de la ceda para llevarme a un cuarto de interrogatorio Ella
estaba ahí. "¿Por qué viniste? Siempre te pedí que no vinieras a un
lugar como este".

"Yo soy tu mujer", me respondió.

Trae pollo y arroz y pan y leche. Trae jabón y cepillo y dentífrico. Y
con qué afeitarme y toallas y con qué estar limpio. A fin de cuentas,
todo está tan sucio…menos mi conciencia.

"Llévate todo eso", le digo. Se va. Solo me quedo con un beso.

Pedí un libro al carcelero. Se encogió de hombros y hace un gesto.
Parece que es un objeto raro aquí. Al poco rato el carcelero regresa.
"¿Y usted se va a leer esto?", me pregunta.

Ha traído un libro nuevo. El primer lector no pasó de la segunda página.
Hasta ahí llegan sus huellas. El instructor me manda "El peor viaje del
mundo", 905 páginas escritas por Apsley Cherry-Garrard sobre la
expedición de Robert Falcon Scott al Polo Sur.

"¡Estupendo!", digo para mis adentros, pero pregunto "¿Tendré que
leérmelo completo aquí?" El carcelero me mira y sonríe: "Pienso que no
tendrá que leerlo todo aquí".

Los carceleros son tres. Todos de origen campesino. Uno me cuenta que
está perdidamente enamorado de su novia-mujer y quisiera escribirle una
carta, pero no sabe cómo hacerlo.

"¿Qué grado escolar tienes?".

"Doce", me responde.

"No busques palabras. Cuéntale lo que sientes por ella. Sé sincero y
verás qué bien te va".

El carcelero se marcha. Tiene 22 años, muy pocos para un lugar como
este. No ha leído las normas de su trabajo. Le pido: "Diga a sus jefes
que le den a leer el reglamento para el control de detenidos hasta que
lo aprenda".

¡Qué detenido tan magnífico soy! …Secuestrado y enseñando a su
carcelero, pienso. Pero es que lo necesita. Su cara es un libro abierto,
tanto como la del mayor y la del teniente coronel de la policía política
que ejecutaron mi secuestro. Solo que la del joven carcelero es un libro
de cuentos para niños, mientras los otros son dos tomos de una historia
de terror.

Quedo en mi celda con Cherry-Garrard. ¡Qué interesante! A propósito de
cómo, para salvarse de males hepáticos, tuvo que comer la carne del
perro de su segundo de a bordo, Scott escribe: "A tal punto es cierto
que la necesidad no está regida por ley alguna".

Suspendo la lectura preguntándome: "¿Acaso no me encuentro en estado de
necesidad?". No puedo menos que sonreír al responderme: "Pues si Scott
salvó la vida comiendo carne de perro, tú tendrás que hacerlo
manteniendo el estómago vacío".

Al caer la tarde el instructor penal viene a mi celda. Es un mayor de
investigaciones criminales y operaciones a quien la policía política ha
encargado el trabajo sucio de… "legalizar" mi secuestro mediante un
supuesto delito de alteración del orden público, con el deliberado
propósito de impedir que salga al ciberespacio lo que no publicará la
prensa extranjera acreditada -y ni remotamente los medios oficiales-
sobre el peregrinar del Papa Benedicto XVI por Santiago de Cuba.

Ya lo habían hecho antes, ¿por qué pensar que no lo harían ahora?

Pidiéndonos el imprescindible anonimato, alguien ya nos había advertido:
"Mire, prefieren que se forme un alboroto por su detención al alboroto
que se va a formar cuando usted empiece a escarbar en una aconteciendo
como este. Si considera la realización de un sueño estar en un lugar
adecuado para observar lo que debe escribir y escuchar lo que debe
contar, eso para algunos personajes es una verdadera pesadilla. Le
aseguro que mientras el Papa esté en Cuba, ellos quieren dormir
tranquilos sin importarles dónde usted duerme."

La suerte estaba echada: o no decretaban coto vedado y podía ir a la
caza de las noticias o al ellos darme caza me transformaban en
actualidad, mostrándose tal cual son.

Tanto hay que ocultar y tal es el temor a la realidad que optaron por lo
segundo.

http://www.cubanet.org/articulos/75-horas-y-15-minutos-vivencias-de-un-corresponsal-amordazado/

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