De «El puente sobre el río Kwai» a Fidel Castro y sus sucesores
FERNANDO GRANDA La decisión de los cubanos debe prevalecer frente a la
de los hermanos Fidel y Raúl Castro, todo su equipo adicto y su
Administración. Bien sea por medio de elecciones, a través de un
referéndum o por el método democrático que se establezca.
El 1 de enero de 1959 estrenaban en La Felguera la película «El puente
sobre el río Kwai». Poco antes de entrar al cine se anunció por la radio
la entrada de «los barbudos» en La Habana y la derrota del tirano
Batista, lo que llenó de alegría a aquellos jóvenes que nos disponíamos
a pasar un soleado día festivo y una feliz entrada de año, jóvenes de un
pueblo industrial y minero que llevaba soportando veinte años de
dictadura y represión. La película la habré visto también una veintena
de veces y siempre me recuerda la llegada de Fidel a la capital de Cuba.
A muchos de aquellos jóvenes nos ilusionaron luego los logros
conseguidos por la revolución cubana en materia de educación, de
sanidad, de igualdad, de bienestar social... El hecho de que La Habana
dejase de ser el lupanar, «el barrio de la prostitución» de Estados
Unidos, el garito de los negocios sucios y paraíso del poder mafioso.
Pero las revoluciones suelen tener evoluciones (sin erre) dispares y
mientras unas se duermen en la complacencia otras se endurecen hasta lo
insoportable. Y más si al que le han arrebatado el poder tiene amigos o
cómplices poderosos. Cuba ocupa una situación geoestratégica y el
poderoso vecino del Norte buscó su recuperación aislando a los nuevos
mandatarios del país y conminando a los demás gobiernos a seguir su
boicot. Las consecuencias fueron catastróficas.
Fidel y sus compañeros de guerrilla se enrocaron, admitieron la ayuda y
la amistad del enemigo de ese enemigo y el deterioro de la situación en
la isla acabó en férrea dictadura y la miseria física, política y
económica. Los logros obtenidos al principio se malograron y la
igualdad, la sanidad y hasta la educación no han podido caer más bajo.
Todo se ha perdido en Cuba, parafraseando el dicho del 98, menos el
poder de los Castro, que no se van porque perderían sus privilegios y no
tendrían dónde caerse muertos.
Cuando el coronel Nicholson terminó el puente sobre el río Kwai con el
esfuerzo de sus soldados y oficiales consideró que había cumplido como
soldado y con las leyes internacionales. Obsesionado con ese
cumplimiento no se dio cuenta de que había colaborado con el enemigo y
los que habían llegado para destruirlo eran los suyos. Estuvo a punto de
frustrar el plan de sus amigos, pero, en el momento de morir, rectificó
y se dejó caer sobre el detonador. Con esa reflexión finaliza la
película. Fidel Castro y sus sucesores no siguen el guión del filme,
sino el de la novela escrita por Pierre Boulle, «Le pont de la rivière
Kwai», en la que el personaje encarnado por Alec Guinness no se tira
sobre el disparador que hace destruir el puente. Y tras más de cincuenta
años Fidel, Fidel el resucitado y manifiestamente decrépito que acaba de
cumplir 84 años, sigue en el puente de mando. ¡Qué horror!
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