18 de agosto de 2010

El juicio de Leonel, Fundador y Delegado de Concilio Cubano en 1995

El juicio de Leonel, Fundador y Delegado de Concilio Cubano en 1995
18.08.10 | 09:54.
Por Julio San Francisco
Cofundador - Sub director editorial de HABANA-PRESS (desterrado)

La noche anterior al día del juicio contra Leonel Morejón Almagro me
quedé en la casa de Joaquín Torres, quien vivía en la calle Noriega No.
1, La Virgen del Camino –más céntrico- y tenía una moto en la que
iríamos. A la vez, Joaquín ocuparía mi lugar en caso de que me
detuvieran. Me acosté tenso en un sofá-cama que armamos en la cocina de
su casa.

Desperté. Miré el reloj. Eran las 6 de la mañana. Me aseé. Me vestí.
Llame a Joaquín. De aquel juicio, no sabíamos nada con exactitud. A las
7 salimos hacia el Tribunal municipal que queda por Línea y L. Allí no
supieron o no pudieron o no quisieron ofrecerme ninguna información,
pero me di cuenta de que en aquel lugar no sería, me di cuenta por una
razón, no había ningún "movimiento de tropas". Regresé a la moto y le
dije a Joaquín "Vamos para el de Línea y F o G" –no recuerdo bien la
dirección. Dejamos la moto parqueada a cuatro o cinco cuadras del
tribunal y nos acercamos. Enseguida comprendimos que allí sí era. En
primer lugar, había "movimiento de tropas", o sea, todo estaba rodeado,
circulado, acordonado por los rodeadores, circuladores y acordonadores
de siempre. En segundo lugar, había espectadores. Crucé el cordón de
seguridad y llegué hasta el portal del Tribunal donde se orquestaría el
juicio con "código del asunto 2120". En el camino me encontré con la
mamá y la esposa, Soliris, de Leonel, quienes pretendieron saludarme,
mientras yo me hacía el desconocido. Ellas notaron mi propósito. Hasta
el día anterior yo andaba con larga barba y el pelo largo, siempre
suelto. Aquel amanecer me había rasurado y me había hecho una coleta, me
había puesto una camisa de las conocidas en Cuba como Manhattan y un
pitusa americano. Yo mismo no me reconocía y mi objetivo era que los
mastines que allí habría tampoco me reconocieran.

Me sorprendieron dos cosas, que hubiera tanta gente desconocida en el
portal del tribunal y que no estuviera allí la flor y nata de la
oposición cubana –incluidos más periodistas independientes- tratándose,
como se trataba, del juicio más importante contra un opositor.

La policía se movía de un lugar a otro como si buscaran a alguien que
estaba escondido en todas partes.

Poco rato después, dijeron que el juicio iba a comenzar y mandaron a
pasar, primero, a los invitados. ¡Ah, si había invitados !. Los
invitados empezaron a levantarse y a presentar las "invitaciones". Eran
los que, como tantas veces, llenarían la sala para asegurar que la
película saliera según el guión. Después dijeron "pasen los familiares".
Las primeras fueron la madre y la esposa de Leonel. A continuación,
detrás de Soliris, iba yo que me presentaría –y me presenté- como un
hermano de Soliris. Me pidieron el carné de identidad. Antes que
terminaran de revisarlo, desde el oscuro interior del Tribunal una mano
me señalaba, con el económico gesto de un dedo, que pasara, que pasara.
Me habían detectado. Miré hacia atrás y Joaquín estaba en la cola.
"Joaquín no está tan quemado como yo –pensé-. Él sacará la noticia". Me
ordenaron entrar a un cuartucho. Allí había dos oficiales de la policía
política:

-Te pusiste de carnaval –me dijeron.
-De Oscar, de Hollywood – les respondí.
-Estábamos esperándote, Julio Martinezzzgarcía. Sabíamos que vendrías.
Sabemos que eres amigo de Leonel y que, incluso, has dormido en su
cama,-concluyeron con ironía.
-Pues sí. Soy amigo de Leonel y he dormido en su cuarto, no en su cama.
-Bien, periodista. Esta vez no habrá noticia. Vamos para afuera.
Afuera me dijeron:
-Puedes hacer lo que quieras. O te desapareces de todo esto o te quedas
detenido hasta que termine el juicio contra tu amigote de Concilio. Eres
un hombre libre...
-Pues, ya que tengo tantas libertades, me quedo detenido hasta que
termine el juicio de mi gran amigo, que no se dice amigote.
-Entonces, tenemos tiempo de hablar...
-No sé de qué podrán hablar el condenado y el verdugo, pero en fin...
-Usted, es un buen escritor. Tiene 5 ó 6 libros inéditos, ¿por qué no
deja toda esta basura y se dedica a promover su obra? Todo podría
cambiar en su vida sólo con que Letras Cubanas publique todo eso.
Nosotros podríamos, incluso, apoyar en algo...
-¡Yo no voy a trabajar para ustedes! –los interrumpí bruscamente.
-No, si no lo necesitamos. Tenemos la plantilla cubierta...
-Inflada, diría yo.
-Oka. El que no oye consejos...
-No me interesa llegar a viejo. Tengo una visión poética de la vida.
Ahora mismo estoy haciendo la Literatura de mañana y eso me interesa
mucho más que publicar la que ya tengo hecha, ¿qué les parece?

Dicho esto, con todo el miedo que pude ocultar, me pregunté en qué
terminaría justamente el capítulo que estaba viviendo. Empezaba a sudar
frío, como siempre. Era nada menos que el 23 de febrero, víspera del
esperado 24, que sería fatídico. La temperatura represiva en el país no
podía estar más alta. En ese momento, más o menos, se acercaba por la
acera la periodista del BPIC María de los Ángeles González Amaro. Venía
mirándome y me viré de espaldas para que se diera cuenta de que algo
raro pasaba y no fuera a detenerse y se complicara también.

María de los Ángeles se dio cuenta de que, efectivamente, algo raro
pasaba y llamó urgentemente a Solano, gesto que siempre le agradeceré.

El juicio contra Leonel terminó. Me soltaron.

Nadie había visto por dónde lo habían metido en el Tribunal. Nadie sabía
por dónde lo sacarían. Algunos esperaban que lo sacaran por la puerta
principal, sobre todo la CNN y otros corresponsales extranjeros. Yo
sabía que nunca aparecería por la puerta ésa, sino –como se diría en el
argot taurino- por la puerta grande, la que pertenece a los destacados
opositores cubanos, la puerta del fondo del fondo de los fondos. En
medio del nerviosismo de las autoridades y mío me las arreglé para
situarme cerca del garaje del Tribunal con el objetivo de que cuando
Leonel fuera sacado me viera y supiera que algunos amigos suyos habían
estado allí con él aunque no hubieran podido entrar a la militarizada sala.

Salió el abogado de Leonel, el doctor José Ángel Izquierdo, y, tras
responder él a las preguntas de los reporteros extranjeros, le pregunté
"¿de qué lo acusaron y cuánto le echaron?"

-El desacato se cayó –me dijo el Doctor-. Le echaron 6 meses por
resistencia al arresto.

Me bastaba.

Busqué a Joaquín Torres. Lo encontré. Supe que a él también lo habían
detectado y lo habían detenido. Nos dirigimos hacia su moto. Llegamos.
La encontramos con las tres gomas ponchadas.

-¡Carajo! –dije. Mira, Joaquín, resuelve tú el problema de las gomas. Yo
voy a dar la noticia.

Tienen sentido del humor, pero del humor simplón de Palante. Yo esperaba
algo del fino humor de Dedeté. Me defraudaron nuevamente.

Olvidé el miedo. Tal vez porque el juicio ya había terminado. Fui hasta
una pizzería cercana. Cogí un papel de los que ponen debajo de los
platos y, apoyándome en el muslo derecho, escribí la noticia que
comenzaba diciendo "Al filo del mediodía de hoy, el abogado Leonel
Morejón Almagro, Delegado de Concilio Cubano, fue condenado a seis meses
de prisión, en La Habana, por el delito de resistencia al arresto "

Desde el teléfono de la pizzería, que increíblemente funcionaba, me
comuniqué con Solano. Le dije lo de las gomas ponchadas, le pedí que
copiara textualmente lo que le dictaría y que, inmediatamente, lo
trasmitiera a Radio Martí. Así se hizo.

Cuando pudimos llegar a la oficina de Habana-Press supe que Solano había
formado tremendo escándalo por Radio Martí con las pocas horas de
arresto que aquel día me habían tocado, haciendo énfasis, con toda la
"chispa periodística" que lo caracteriza, en mi deteriorado estado de
salud –mi falta de tiroides, seguramente tenido en cuenta por la
Seguridad del Estado no porque sean buenos, sino por evitar un
escandalito innecesario más-, a partir de la información que le había
trasmitido María de los Ángeles González Amaro desde que me vio en manos
de la policía política, pero ni las tres gomas ponchadas ni las dos
detenciones pudieron impedir que la noticia sobre la condena de nuestro
amigo saliera al éter aquel mismo mediodía del 23 de febrero de 1996.

El doctor José Ángel Izquierdo, miembro también de la Corriente
Agramontista, recurrió la absurda sanción. El resultado superó el
absurdo anterior. Leonel fue condenado en el segundo juicio a 14 meses
de prisión –los cumplió al pie de la letra- y quedó en libertad como el
héroe intachable de aquellos días de las luces y las sombras de Concilio
Cubano.

El abogado y poeta no había sido condenado por resistencia al arresto
(en todo caso habría que preguntarse antes por qué había sido arrestado)
y sería una inocentada creérselo. No estamos ante un delincuente como
quiso hacer creer con esta impugnación la Seguridad del Estado para
sepultar la verdadera razón: Leonel Morejón Almagro era un opositor
político activo y pacífico, como todos los opositores cubanos. No tenía
nada que hacer entre delincuentes comunes en la cárcel de Ariza donde lo
metieron. Fue condenado por pertenecerle la honrosa autoría de la
magnífica trama histórica denominada Concilio Cubano, por unir, como
nunca antes, a la oposición anticastrista interna y externa, por haber
puesto en vilo, sin que nadie tuviera que portar ni una pistolita de
agua, al omnipresente gobierno de Fidel Castro, con una acción
organizativa, de fines muy claros, de la cual salió un acuerdo
trascendente durante una reunión clandestina, ¡de 24 horas!, en las
propias narices (y a cojones, como se dice en Cuba, o por narices, como
se dice en el peculiar castellano de Madrid) del Cuartel General de la
Policía Política. Cualquier experto en Derechos Humanos podría deducir
fácilmente sólo con la lectura de este párrafo cuántos de los artículos
de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre se violaron en
este caso y todo lo relacionado con él, incluido lo ocurrido a los
periodistas de Habana Press.

Un rato después, en una maniobra digna del mejor cine norteamericano, de
pronto se abrió la puerta trasera del Tribunal, un coche salió a toda
velocidad marcha atrás, dio un giro enloquecedor chillando las ruedas y
enfiló hacia el infierno. Detrás iba Leonel. Levantó las manos esposadas
y dijo adiós.

Yo terminaría mi noticia así, más o menos: "La última imagen que se vio
del Delegado de Concilio Cubano fue su rostro ladeado como con una
sonrisa y sus manos esposadas, en alto, como diciendo adiós a quienes lo
esperaban fuera".

*Republico esta crónica porque, como se ha informado, ha sido relanzado,
desde Cuba, con el apoyo del exilio, Concilio Cubano. Tal vez dentro de
poco haya otro juicio, otro acusado y otro periodista independiente que
escriba otra parecida. el autor.

http://blogs.periodistadigital.com/juliosanfrancisco.php/2010/08/18/el-juicio-de-leonel-fundador-y-delegado-1995

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