Los intelectuales y sus complejos de culpa
JOSÉ GABRIEL BARRENECHEA | La Habana | 13 de Junio de 2016 - 8:25 am.
Según Ernesto Guevara la intelectualidad cubana padecía de un cierto
complejo de culpa por no haber participado en la revolución de 1959.
Pero, ¿es correcta esa percepción del camarada argentino sobre la
escasa, o inexistente contribución de nuestros intelectuales al triunfo
del 1 de enero y, sobre todo, a lo que vino después?
Nadie como Fidel Castro comprendió lo equívoco de esa afirmación, a la
vez que sus inmensas potencialidades. A ello se debe el que tanto la
trajera a colación. Sabedor de que en política una simple frase puede,
más que explicar la realidad, incluso cambiarla, quiso sacarle provecho.
En definitiva para convertir a la Isla en esa finca que soñaba mangonear
hasta en los más nimios detalles, al timón de un jeep y con un buen
habano entre los dientes, se imponía sacar del juego político a una
intelectualidad que se alimentaba de una corta pero poderosa tradición,
y de un muy cercano vínculo con los centros culturales de Occidente. ¿Y
qué mejor recurso para neutralizarla que mediante los complejos de culpa?
La realidad, sin embargo, nada tiene que ver con los arbitrios
sociológicos de Guevara ni con las maquinaciones políticas de Fidel
Castro: los intelectuales cubanos han sido quizás uno de los grupos más
influyentes en lo sucedido en Cuba a posteriori del 1 de enero de 1959,
pero sobre todo del 17 de julio de ese mismo año.
¿Pero por qué fue tan relativamente fácil hacerle sentir esos complejos
a un considerable sector de la intelectualidad, grupo humano que se
supone debe de ser de los menos dados a semejantes sugestiones, o de los
más resistentes a las maquinaciones? La razón, además de encontrarse en
lo discutible de la idea anterior, o sea, la mayor resistencia del
intelectual a las sugestiones y maquinaciones, parece encontrarse en no
escasa medida en un error de perspectiva histórica de esa misma
intelectualidad.
Los intelectuales jóvenes iniciaron y luego llevaron el peso fundamental
en la revolución del 30. La caída de Machado y con él de la primera
república liberal; la abrogación de facto el 9 de septiembre de 1933 de
la Enmienda Platt, y con ello de la mediatización de nuestra soberanía;
la constitución de una segunda república socio-liberal, tiene todo ello
su inicio en la Protesta de los Trece, intelectuales, o en las luchas
universitarias dirigidas por ese otro intelectual en ciernes que era
Julio Antonio Mella.
Recordemos tan solo que tres de las más importantes organizaciones
antimachadistas: el partido comunista, el ABC y el Ala Izquierda
Estudiantil, fueron organizadas y dirigidas por intelectuales (Rubén
Martínez Villena, Jorge Mañach o Raúl Roa); que si la muchachada de los
Directorios del 27 y del 30 se echó a las calles fue en respuesta a las
reprensiones de Enrique José Varona, otro destacado intelectual; o que
quienes realizaron la revisión de estilo de la Constitución de 1940
fueron nada menos que los constituyentistas Juan Marinello y Jorge
Mañach, figuras cimeras de las letras y el pensamiento republicano cubano.
Frente a esto la revolución de 1959 parece en realidad no haber tenido
participación intelectual. Ni el Movimiento 26 de julio, ni el
Directorio, ni las organizaciones auténticas (no nos dejemos engañar,
los ñangaras no dispararon ni un chícharo contra su ecobio Batista),
fueron creación de intelectuales, y tampoco contaron con ninguno en su
plana mayor. Esto provocó que como en esencia la generación intelectual
de los 40 y 50 pensaba al mundo desde las formas de lo hecho por la de
los 30, desde sus gestos y actitudes, no resultó nada difícil
convencerla de su no contribución al resultado de 1959.
Pero había algo más allá. La intelectualidad cubana sí tuvo una crucial
contribución en ese resultado, pero una de tan fea e impresentable
naturaleza que lo mejor era dejarse sugestionar. Una muy oscura, de la
que casi nadie y mucho menos un intelectual suele sentirse orgulloso a
la larga. Una que era mejor no admitir y dejar hundirse en el olvido.
Dos revoluciones muy distintas
Se impone aquí distinguir entre ambas revoluciones. La primera, la del
30, había alcanzado la independencia política y, poco a poco, la
económica. Al menos en el grado realista en que podía o puede serlo
Cuba, y no en ese absolutista y disparatado de nación flotando en el
vacío cósmico, idea a la que ciertas minorías nuestras parecen siempre
haber aspirado por no asistir a una iglesia en que encauzar de manera
menos peligrosa una ansias trascendentalistas que han tendido a
corrérseles hacia lo político.
Quedaba en los 50 ocuparse de los detalles. El primero, recuperar la
república socio-liberal del 40 que había derrocado Fulgencio Batista en
1952, aunque sin atreverse a anular nada de la avanzada legislación
social o laboral de la misma. El segundo, diversificar el modelo
económico cubano. Porque desde más o menos 1926 era evidente que si "sin
azúcar no hay país", con ella sola tampoco lo habría.
Sin embargo lo que en verdad se hizo a partir de 1959 fue destruir
sistemáticamente la economía, y sustituir a las formas republicanas por
las monárquicas. La destrucción de la economía fue tan exitosa que hacia
1972 se terminó por esfumar el último rescoldo de independencia que nos
quedaba.
Esta paradójica realidad resulta evidente si comprendemos que a partir
del megadesastre de la zafra de 1970, Cuba, sin economía, no ha podido
subsistir más que de venderse como el aliado perfecto para quien, por
tener algo contra EEUU, esté dispuesto a asumir el papel de mecenas de
la suprema obra de arte castrista. Quien quisiera jeringar a Washington
solo tenía que sufragar los despilfarros pantagruélicos de Fidel Castro.
Ahora bien, todo ello, destrucción de la economía, pérdida de la
soberanía, en fin, el acabóse, el no dejar ni la quinta ni los mangos y
tampoco donde amarrar la chiva, tiene su raíz en la sistemática campaña
de desacreditación de las formas republicano-democráticas emprendida
allá por los 40 y primeros 50.
¿Y quiénes fueron los principales promotores de esa campaña? Pues quién
si no, nuestros intelectuales. Unos más, otros menos, pero muy pocos
escapan de esas culpas. Y si alguien comprendió esto muy bien fue el
maquiavélico Fidel Castro.
Fidel Castro sabía que quien corona es capaz también de destronar, y por
ello se mostró tan interesado en restarle poder a sus elevadores últimos
al trono. ¿Y qué mejor método que destruyendo su autoestima?
En la revolución de enero de 1959, y sobre todo en los caminos que muy
pronto habría de tomar, los intelectuales fueron determinantes. A su
pesar, como comenzarían muy pronto a notar gentes como Gastón Baquero o
José Lezama Lima, y poco después Virgilio Piñera y Guillermo Cabrera
Infante, que en un primer momento se habían prestado muy alegremente a
servir de inquisidores en obras y vidas ajenas.
Es cierto que, como observara en su desconocimiento total de los cubanos
y sus asuntos el aventurero argentino Ernesto Guevara, los intelectuales
no se integraron en ninguno de los grupos de lucha armada contra el
gobierno de facto de Fulgencio Batista. Pero esto de ninguna manera
quiere decir que no tuvieran una participación fundamental en la
revolución de 1959, y sobre todo en lo que vino después.
Los intelectuales cubanos, en su inmensa mayoría, habían tomado allá en
los años 40 y 50 una posición de total desencanto, de nihilismo absoluto
sobre el futuro de Cuba, que había incluido aneja una salvaje campaña de
desacreditación de las formas republicano-democráticas. Actitud y
campaña que, unidas a ciertas teleologías místicas paridas por
origenistas y compañía (o un tanto más "materialistas", de parte de
ciertos historiadores pretendidamente marxistas), serían en definitiva
los grandes justificantes del establecimiento de la monarquía
carismática (y acabósica) de Fidel Castro.
Fueron los intelectuales cubanos quienes desde los años 40 redujeron a
polvo el edificio republicano, y esos polvos no tardaron en convertirse
en los lodos que en los 60 los ahogarían a ellos mismos, antes o después.
Source: Los intelectuales y sus complejos de culpa | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1465572747_22998.html
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