13 de junio de 2016

Cuando llueve en La Habana

Cuando llueve en La Habana

La Habana se paraliza cuando llueve
La preocupación de sus residentes es la fragilidad de las viviendas
Se impone una sensación de abandono ante la tormenta
WENDY GUERRA

¡Oh lluvias por quién…!

Llueve;

volverán a crecer los geranios en la macetas del patio;

un escarabajo brillante se paseara de nuevo entre

las tablas podridas; cantarán las ranas;

mejorarán las cosechas a lo largo del país.

Y habrá también

-por qué-

Como un regreso de tu ausencia.

Luis Rogelio Nogueras

Cuando llueve en La Habana la gente no sale de casa.

Las calles se vacían, los habaneros se esconden y la banda sonora es
aquí el exótico e inusual silencio.

Bajo los aguaceros no se puede esperar una guagua eternamente, tampoco
caminar horas buscando algo para cocinar, ni visitarse a deshoras, ni
jugar dominó en plena calle sin camisa.

El cubano escapa espantado por la lluvia y en esta recién declarada
Ciudad Maravilla, los habaneros miramos preocupados nuestros vulnerables
edificios bajo la inminente amenaza de tormenta. Nos preguntamos:
¿Resistiremos la categoría del próximo ciclón?

¿Despertaremos bajo una ruina? ¿Me llevarán a un albergue? ¿Declararán
este hogar inhabitable? ¿Terminaré de criar a mis hijos en un espacio
colectivo?

Cuando diluvia las empresas casi no trabajan, los ministerios se vacían,
todo termina a las dos de la tarde, muchas maestras no llegan a las
escuelas y muy pocos padres se animan a enviar a los niños al colegio.
El aeropuerto parece una instalación de arte contemporáneo donde los
cubos recolectan goteras, te despide la música aleatoria que crea el
sonido del agua sobre el metal, allí llueve por dentro y por fuera; la
realidad te acompaña hasta el cielo con esa humedad profunda del trópico
que te cala los huesos.

Los cuerpos de guardia se saturan de asmáticos. Se destapan las alergias
y los catarros, las epidemias, los virus, se filtran los techos y
terminan por romperse los equipos electrodomésticos con las violentas
subidas y bajadas de electricidad. Se escucha el eterno sonido de la
olla de presión cocinando "algo" caliente. Explotan los transformadores,
quitan el gas, no funcionan los teléfonos y durante las pausas del
aguacero regresan los mosquitos infiltrados en amplias bocanadas de calor…

¡Se fue la luz! Ahora solo podemos escuchar la radio de pilas (quien la
tenga) encendemos los mechones, los reverberos para hacernos un café,
despiertan las viejas lámparas de alfabetizador; pasamos la noche
refugiándonos en la nueva trova y los viejos danzones que nos llenan de
nostalgia. ¿Melancolía de lo no vivido?

En la madrugada aparecen nuestros fantasmas, ellos desfilan ante
nosotros, se exhiben, no se esconden, allí están, han vuelto.

Te abanicas con un periódico y entre los partes de la Defensa Civil,
intentas dejarte ir mientras dormitas, pero los rostros que ya no te
acompañan se asoman en la penumbra de los relámpagos.

Cuando llueve se detiene la ciudad, se inundan las calles, esto parece
un parque acuático. Los niños se enganchan a los viejos almendrones para
deslizarse sobre la corriente. Los Ladas se ahogan en los baches y la
inundación mezcla el agua de lluvia con las albañales. El sistema de
alcantarillado es muy antiguo, el fango y los árboles caídos, los cables
sueltos, los huecos y escombros crean una trinchera infranqueable.

Desde el restaurante La Torre, desde el Santuario de Regla, desde la
Playita de 16, desde el cementerio de Colón o desde El Morro, repiquetea
la tormenta amenazándonos, ella nos recuerda que todo esto puede
terminar si la naturaleza quiere.

El viento nos hace vulnerables, los árboles se sacuden y las raíces
emergen trayéndonos noticias desde lo profundo de la tierra.

¡Somos tan frágiles! Quedamos a merced de las mareas, la isla se mece
ebria, desabrigada entre las palmas que sobreviven a todas las desgracias.

La Habana es también esa ciudad romántica, femenina y salada, con un
malecón de curvas envidiable, el viento dibuja ciertas capas de luz
dotándolas de una intimidad húmeda que nos desnuda y enfrenta a los
espejos tapados con sábanas blancas, sudarios, escudos espirituales
contra los truenos.

Enterramos cuchillos en la tierra, ponemos velas blancas a los santos,
oramos para que se alejen los huracanes, pedimos a la mística Oyá que
controle los truenos, rogamos a Yemayá y a la Caridad del Cobre que el
mar no entre de golpe a llevarse lo único que en realidad tenemos: la
ciudad que nos guarda y nos ampara.

El equilibrio es frágil, hay noches en que la lluvia parece robarse La
Habana para poner fin a esta diatriba, para salvarla de la ofensiva
política y la eterna geografía de agua y dolor.

Cuando llueve fuerte en La Habana todo parece abandonarnos.


Source: Cuando llueve en La Habana | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/opinion-sobre-cuba/article83130282.html

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