La Habana Vieja detrás de la postal
Detrás los estereotipos para visitantes foráneos, subyace una ciudad
sucia e indolente
martes, diciembre 29, 2015 | Ana León
LA HABANA, Cuba.- El Centro Histórico de La Habana se ha convertido en
un escenario de catástrofe donde escombros, zanjas y vertederos de
deshechos conviven con los habitantes durante los 365 días del año. Los
esfuerzos realizados por la Oficina del Historiador, apoyada por
organizaciones internacionales orientadas a la restauración y
conservación del patrimonio arquitectónico, no han sido correspondidos
con una correcta gestión estatal a la hora de ejecutar proyectos de
renovación de estructuras imprescindibles para la vida urbana.
Durante todo el año 2015, el gobierno cubano destinó millones de pesos
para la sustitución de las líneas hidráulicas, eléctricas y de
telecomunicaciones en la capital, priorizando el Centro Histórico debido
a su importancia como objetivo turístico de elevado impacto en la
recaudación de divisas. Sin embargo, la Empresa Eléctrica de Cuba, Aguas
de La Habana, ETECSA y Servicios Comunales, lejos de coordinar una
intervención conjunta, han desarrollado un trabajo pésimo, sustentado
-como es habitual- en la mala organización y la falta de comunicación
entre sus respectivas plantillas. Ambos factores, sumados a la prisa, la
dejadez, el desvío de recursos y la proverbial holgazanería de los
trabajadores implicados, han convertido la ciudad antigua en un
laberinto de calles que permanecen abiertas en canal durante meses,
acogiendo las eventuales lluvias, los residuos de las obras de
albañilería y las bolsas de basura que los vecinos depositan o lanzan
desde los balcones.
La falta de coordinación entre las instituciones responsables ha traído
como consecuencia que una misma calle deba romperse varias veces, para
permitir el trabajo de los diversos técnicos. El impacto de semejante
desorden en la vida social y el saldo estético para la configuración
urbana, han sido lamentables. En todas partes la circulación es
obstaculizada por baches antológicos o trozos de asfalto levantado. Ni
siquiera interesa maquillar las arterias más transitadas por los
turistas, pues la presencia de las aguas negras y el cúmulo de escombros
salteados de desperdicios han llegado, incluso, a la populosa calle Obispo.
El panorama empeora a medida que desaparecen los visos coloniales y
emerge la otra Habana, marginal, prácticamente intocada -no intacta-
desde los albores del siglo XX. A solo un par de cuadras del boulevard
más frecuentado de la capital, se revelan el abandono y la insalubridad
en su expresión más cruda. A pesar de las alertas epidemiológicas por
brotes de dengue o cólera, la basura desborda los depósitos durante 15
días o más sin que acuda el carro de los Servicios Comunales. Las aguas
pútridas se empozan en la puerta misma de viviendas habitadas, próximas
a espacios de recreo donde confluyen niños y adolescentes.
En esta Habana postergada, el precario sistema de alcantarillado es
obstruido por los residuos sólidos tras la mala ejecución de las obras
públicas, y las zanjas son selladas con pilas de despojos dentro y
salideros que aumentan el riesgo de contaminación del agua potable. En
la superficie queda una horrenda cicatriz de cemento que lastima la
vista y el ánimo de los pocos cubanos que aún conciben la higiene y la
belleza como valores que deben extenderse al espacio circundante. Para
la mayoría de los vecinos, sin embargo, no importa existir en medio de
una descomposición material que acarrea, inevitablemente, la podredumbre
espiritual. Siendo la arquitectura y el urbanismo disciplinas pensadas
para humanizar el espacio físico en que se vive, no es de extrañar que
los habitantes del contexto que se observa en estas imágenes, tiendan a
comportarse públicamente de manera prosaica y hostil.
Un significativo agravante de tal escenario es la no aplicación de un
sistema de multas que obligue a los residentes a respetar el espacio
público. La turbulenta situación social y económica que atraviesan los
cubanos, unida a la peligrosa convicción de que nadie tiene nada que
perder, ha elevado al paroxismo la indisciplina ciudadana, provocando
que los mal pagados inspectores -espoleados por la necesidad o la
cobardía- elijan el camino de la permisibilidad y la corrupción.
Teniendo en cuenta que la realidad apreciada en las fotos pertenece a un
área citadina que debería ser paradigma de pulcritud, belleza y
urbanidad, no es difícil imaginar en qué condiciones se hallan barrios y
municipios periféricos, alejados del interés turístico. Detrás de la
postal idílica que refrenda los estereotipos de cubanía tan seductores
para los visitantes foráneos, subyace La Habana sucia e indolente que
constituye uno más de los (des)propósitos de la revolución cubana: un
hirviente caos donde coexisten individuos sumidos en la ignorancia más
lacerante, de los cuales no puede esperarse –asumiendo que el hombre
piensa como vive– otra retribución que no sea la autodestrucción ética y
moral, y la ruina de cuanto los rodea.
Source: La Habana Vieja detrás de la postal | Cubanet -
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