Rojas resume la Revolución cubana
Rafael Rojas, Historia mínima de la Revolución Cubana, México D.F.-
Madrid, El Colegio de México/ Turner, 2015.
Primer Capítulo
El antiguo régimen
En la reedición actualizada de su clásico Geografía de Cuba (1950), en
1966, el historiador cubano Levi Marrero proponía una síntesis
estadística de Cuba, en la década de los 50, que complementaba los datos
del censo de 1953. La población de esa isla caribeña de 110,000
kilómetros cuadrados, rebasaba los 6 millones de habitantes, de los
cuales un millón y medio vivían en la occidental provincia de La Habana,
cerca de dos en la provincia de Oriente y otro más en la central Las
Villas, las tres regiones más pobladas y urbanizadas del país. La
población era mayoritariamente joven –había cerca de 4 de millones de
cubanos entre las edades de 5 y 40 años –, vivía en zonas urbanas – un
60% a nivel nacional y un 90% solo en La Habana– y su composición
étnica, según el censo de 1953, reportaba 4, 243,956 blancos y un
1,585,073 de "otras razas", es decir, de "negros, mestizos y amarillos".
La economía de la isla seguía siendo fundamentalmente agraria, pero el
país vivía un acelerado proceso de urbanización y expansión de los
servicios. Entre 1954 y 1958 se invirtieron $92 millones anuales en la
construcción de viviendas, a razón de cerca de 5,000 edificios por año,
muchos de ellos multifamiliares, con servicios de acueducto y
electricidad. Entonces Cuba era el principal productor de azúcar, con
zafras que promediaban, anualmente, 5 millones y medio de toneladas.
Pero a pesar de que la mitad de la tierra cultivable se dedicaba al
azúcar, un 34% de la misma se destinaba a la ganadería y la producción
de alimentos era suficiente para garantizar el 75% del consumo interno,
según cifras de la CEPAL. Algunos datos ofrecidos por Marrero
completaban el cuadro del desarrollo económico y social de la isla: 6
millones de cabezas de ganado, consumo de 2,370 calorías diarias, un
automóvil por cada 40 habitantes, un teléfono por cada 38, un radio por
cada 6 y un televisor por cada 25. Según la ONU, el PIB total de Cuba,
en 1958, era de 2, $360 millones, mientras el per cápita era de $356,
pero, a juicio de Marrero, la cifra era mayor, de $374, colocando a Cuba
sólo por debajo de Venezuela, Uruguay y Puerto Rico, en América Latina.
A pesar de esas cifras, Cuba era un país subdesarrollado y desigual. Las
zonas urbanas estaban concentradas en las ciudades capitales de La
Habana, Santiago de Cuba y Las Villas. Un millón y medio de cubanos no
había cursado el primer grado y más del 20% de la población era
analfabeta, mayoritariamente concentrada en los campos. De 159 958
fincas, cerca de 900 eran mayores de mil hectáreas y menos del 30% de
sus dueños eran reconocidos como propietarios. La mayor parte de la
tierra cultivable, dedicada a la ganadería o la producción de cereales,
legumbres, viandas, hortalizas y frutos, caía dentro de categorías de
tenencia de la tierra, como las de los "administradores, arrendatarios,
partidarios y precaristas", que reflejaban la explotación del trabajo
rural por parte de una minoría. Las condiciones de educación, salud,
vivienda, alimentación, electricidad, agua y drenajes eran mucho peores
en el campo que en la ciudad.
La balanza comercial de Cuba, en los años 50, reflejaba un aumento de la
dependencia de Estados Unidos. Si en 1948, la isla destinaba a Estados
Unidos el 52% de sus exportaciones, a mediados de la década siguiente el
gran país del norte asimilaba el 68% del comercio exterior. Las
importaciones mostraban esa dependencia con mayor claridad: desde los
años 40, cerca de un 80% de lo que Cuba compraba provenía de Estados
Unidos. La balanza comercial del país no estaba desequilibrada –era más
o menos lo mismo lo que el país exportaba que lo que importaba y en
1955, por ejemplo, la isla exportó 594 millones de pesos e importó 575–,
pero ambos movimientos del comercio exterior estaban excesivamente
concentrados en el azúcar y en Estados Unidos como comprador y vendedor.
El azúcar, por ejemplo, representaba en los años 50, más del 80% del
comercio cubano, mientras que el tabaco, por ejemplo, no rebasaba el 8%.
Junto a esos desequilibrios propios de un país subdesarrollado de
América Latina y, especialmente, del Caribe, la crisis del antiguo
régimen cubano, en los años 50, tuvo un carácter específicamente
político. La década había arrancado con un nuevo ciclo electoral,
previsto para junio de 1952, en el que se produjeron importantes ajustes
en el sistema de partidos. Una Ley Electoral de 1943, que había
codificado la competencia por la representación legislativa y el poder
ejecutivo, de acuerdo con la Constitución semiparlamentaria de 1940,
favoreció la formación de nuevas alianzas electorales. Aquel código
pretendió reformar el de 1939, que establecía la elección presidencial
indirecta, a partir de un llamado Colegio de Compromisarios
Presidenciales Vicepresidenciales, elegidos por cada provincia, en
número igual a la totalidad de senadores y miembros de la Cámara de
Representantes por la respectiva provincia. A pesar de ser Cuba una
pequeña república unitaria, el sistema electoral reproducía los
mecanismos indirectos y regionales del federalismo norteamericano.
El Código Electoral de 1943 suprimió el Colegio de Compromisarios
Provinciales y estableció la elección directa de Presidente y el
Vicepresidente a partir de un voto fusionado por provincias. La reforma
le dio un mayor peso al voto popular, pero al persistir el cómputo del
sufragio por provincias, privilegió la representatividad de las regiones
más pobladas, es decir, a La Habana, Oriente y Las Villas. A pesar de
sus limitaciones, aquella reforma electoral de 1943 provocó un
vertiginoso reajuste del sistema de partidos, que en pocos años otorgó
al Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) una mayoría relativa,
insuficiente para llegar al poder sin coaliciones. La alianza de los
auténticos con los republicanos, permitió al candidato de los primeros,
Ramón Grau San Martín, ganar con 55% del sufragio, frente a otra
coalición, la de los comunistas, liberales, demócratas y ABC, que
impulsó la candidatura de Carlos Saladrigas.
Luego de 1944, esa mayoría relativa de los auténticos creció
extraordinariamente en el Congreso, lo cual, para un régimen
semiparlamentario como el cubano, era el principio de una eventual
hegemonía. Si en 1944, los auténticos controlaban el 23% de la Cámara de
Representantes, en 1946 controlarán el 36%, en 1948 el 43% y en 1950,
42%. Ni siquiera en el Senado, donde los auténticos alcanzaron el 50% de
los escaños, en 1948 el partido gobernante logró mayoría plena. El
desprendimiento de una parte importante del "autenticismo", bajo el
liderazgo de Eduardo Chibás, había dado lugar al surgimiento del Partido
del Pueblo Cubano (Ortodoxo), que desafió la hegemonía "auténtica". En
las elecciones presidenciales de 1948, sin más presencia legislativa que
la de unos cuantos legisladores disidentes del "autenticismo", Chibás
alcanzó el tercer lugar, con un 16. 5% del sufragio, frente al 46% del
candidato oficial, Carlos Prío Socarrás, el 30% de la Coalición
Liberal-Demócrata de Ricardo Núñez Portuondo y el 7.2% de los comunistas
Juan Marinello y Lázaro Peña.
Los resultados de las elecciones de 1948 convencieron a Chibás y a la
dirigencia ortodoxa de que era posible ganar las elecciones
presidenciales, sin contar con un importante respaldo legislativo. La
apertura del voto popular, operada por la reforma electoral de 1943, y
una presencia sostenida en los medios de comunicación de la isla, podían
asegurar el triunfo. Buena parte de la ofensiva mediática de Chibás, a
través de su programa radial de todos los domingos en la CMQ y en
constantes artículos y entrevistas en la revista Bohemia, contra la
corrupción del gobierno de Carlos Prío Socarrás y varios miembros de su
gabinete, como el Ministro de Educación Aureliano Sánchez Arango, el de
Gobernación Rubén de León García o los primeros ministros Manuel Antonio
de Varona y Félix Lancís. El discurso patriótico y moral de Chibás,
basado en el lema "vergüenza contra dinero", cautivó a amplios sectores
de la juventud cubana, que se sumaban a la política nacional a través de
una esfera pública cada vez más dinámica y plural.
La presencia de Chibás en la opinión pública daba al candidato ortodoxo
una gran visibilidad nacional, que su partido incrementó con redes
proselitistas en las provincias. Una encuesta de mayo de 1951, publicada
en la revista Bohemia, otorgaba a Chibás una intención voto del 39.18%,
en Oriente, seguido de lejos por Batista, con 20.66%. En Las Villas,
otra provincia muy poblada, la diferencia también era considerable, de
casi 15 puntos porcentuales. Con una mayoría holgada en Oriente y Las
Villas, Camagüey, Matanzas y Pinar del Río, los ortodoxos podían hacer
frente a la competencia en La Habana, donde Batista era bastante popular
y donde las maquinarias del Partido Auténtico y otras organizaciones,
viejas o nuevas, funcionaban con mayor eficacia.
La acelerada politización de la juventud cubana, que tenía a la
Universidad de La Habana como su centro catalizador, y amplios sectores
de la creciente clase media, simpatizantes de la Ortodoxia, llegaron al
clímax en el verano de 1951, cuando Chibás, luego de su alocución
dominical, que llamó "último aldabonazo" a la conciencia del pueblo, se
pegó un tiro en el vientre. El suicidio de Chibás se produjo luego de
varias semanas de controversia entre el senador ortodoxo y el Ministro
de Educación, Aureliano Sánchez Arango, quien era acusado por el popular
político opositor de haber malversado los fondos públicos de los
desayunos escolares para construir un "emporio maderero" en Guatemala.
Sin poder presentar pruebas definitivas de su acusación, Chibás pareció
optar por una inmolación que, en efecto, estremeció a sus muchos seguidores.
Para fines de 1951, el partido oficial exhibía 700,000 afiliaciones
políticas, en un electorado de 2,800,000 sufragantes, lo cual era una
ventaja notable pero no decisiva para asegurar el triunfo en las
elecciones de 1951. El boom económico que vivía la isla, con zafras de
seis millones de toneladas de azúcar, generaba una atmósfera favorable
que líderes y partidos opositores intentaban deshacer con las críticas a
la corrupción y la malversación de fondos públicos y el latrocinio. Uno
de los líderes opositores, el entonces senador Fulgencio Batista
declaraba, por ejemplo, a la revista Bohemia que la bonanza económica de
la isla era ficticia y que si no se ponía freno al despilfarro del
gobierno, el país entraría en bancarrota. Líderes ortodoxos, candidatos
al Senado por La Habana, como Manuel Bisbé, Pelayo Cuervo, Jorge Mañach
o Carlos Márquez Sterling, harán pronunciamientos similares.
Source: Rojas resume la Revolución cubana | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/vivir-mejor/artes-letras/article29689378.html
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