Después de Carmela, el diluvio
El filme Conducta muestra que solo hay nuevos valores donde no se
producen rupturas con el pasado. El mañana puede ser peor
miércoles, febrero 19, 2014 | Manuel Cuesta Morúa
LA HABANA, Cuba. – Casi nunca escribo sobre cine. Solo lo disfruto.
Sobre cine cubano, menos. Este carece de lo que me resulta fundamental
en el séptimo arte, incluso por encima del guión: la calidad
interpretativa, que no se alcanza sin una buena dirección actoral.
Con la película Conducta estoy obligado a una excepción. Guión,
dirección y actuación se acompañan como pocas veces en la cinematografía
cubana.
Recuerdo haber leído un texto de Jiménez Leal, en el que trataba de
explicar por qué el arte de la actuación no era el fuerte en el mundo
artístico cubano. Según JL, los cubanos carecíamos de introspección y
fuerza de carácter, algo distinto del temperamento, que tienen los
pueblos que se destacan en el arte dramático.
Jorge Perogurría pareció –solo pareció–, desmentir esta idea con su
Fresa y Chocolate. Pero su saga posterior confirmó al director de El
Súper. Ahora, el niño Armando Valdés Freire (Chala) resquebraja aquel
análisis de que en Cuba no se dan buenos actores con su interpretación
en Conducta.
Capacidad histriónica, carácter, gestos adecuados a cada circunstancia,
carisma que lo siguen mostrando como el protagonista, cuando por
momentos aparece como secundario; velocidad en las respuestas y ausencia
de caricatura, hacen de Chala un actor comme-il-faut, es decir serio y
orgánico al mismo tiempo, como dirían los franceses.
De seguro que a partir de ahora, a Chala le conocerán más por el alias
de su papel que por el Armando que lo inscribieron sus padres. La
naturalidad con la que ese niño se desplaza, entre la dureza y la
ternura, probablemente se vea pocas veces en el cine cubano. Pero Chala
no se dirigió a sí mismo en el rodaje. De modo que Ernesto Daranas,
hace, sino su mejor película, sí su mejor dirección al convertir en
actor a un niño salido de un casting multitudinario.
Cierta exageración
La película a ratos pierde intensidad. Por ejemplo, Chala es llevado al
hospital para ver a su madre Sonia –interpretada por Yuliet Cruz–,
ingresada por un shock de estupefacientes. Se esperaba más fuerza en el
encuentro, dado el amor profundo que sienten entre sí. Y hay algunos
gazapos, como cuando Carmela va a despedir a su hija, yerno y nieto, que
van a un viaje de ida, y el nieto desciende del automóvil –inverosímil–
en la carretera hacia el aeropuerto, atestada de policías para multar
infracción semejante.
Hay exageración en la historia del holguinero que vive ilegalmente en La
Habana. Este es cogido preso, deja sola a su hija una noche y tiene que
regresar, luego de ser liberado, a su provincia natal. Para esa fecha
las deportaciones no estaban a la orden del día, y mucho menos con un
hombre insignificante, que pasa por un trabajador.
Pero lo de la hija sola en la noche, frente a un mendrugo de pan, es
demasiado: si no refleja una historia real, –que debía ser sugerida en
la película– es difícil admitir que en una estación de policía dejen a
un hombre preso por una infracción que puede ser resuelta con una multa.
Realismo sucio en tiempo real
Dicho esto, la película es excelente. Sobre todo por el tratamiento de
la realidad en la Cuba profunda. Realismo sucio en tiempo real, Conducta
confirma el diagnóstico: la educación en Cuba es un desastre. Y Carmela
es el símbolo de lo que nunca debió ocurrir.
Carmela, de la mano de la actriz Alina Rodríguez, me recordó a mi
maestra de primaria de nombre Cora, en el Centro Habana donde nací y en
el cual, en los años 60, muchas maestras eran negras y venían de las
Escuelas Normalistas, de las que luego supe eran de rigor y primer orden.
Esas maestras se preocupaban por asociar instrucción con valores y se
distanciaban de los parámetros burocráticos. Estaban más interesadas en
los perdedores. Eran capaces de sacar en los marginales valores que
perdían las corrientes hegemónicas de la sociedad. Carmela, como Cora,
era el antivalor para el totalitarismo. Y lo eran porque encierran los
valores desde la cultura.
La virgen y el Che
Fijémonos en su respuesta a la funcionaria municipal. A Carmela le
recuerdan que el tiempo se le agota, y ella responde mencionando el
tiempo agotado de los que dirigen el país. Esta capacidad de Carmela
para extraer valores de donde se suponen ausentes define el personaje.
Como a los burócratas no les importa más que números y ordenanzas, no
ven los sucesivos yoes de Chala y la posibilidad de encaminarlo hacia el
bien. Presumen que una escuela de conducta es una solución, no ven esas
fábricas de reciclaje del daño que son las escuelas de conducta,
antesalas de la prisión futura. En esto el totalitarismo educativo es
coherente con el totalitarismo social: busca asimilar al hombre según
criterios de utilidad, no de humanidad.
La historia de la estampilla de la Virgen de la Caridad en el mural del
aula donde estudian Chala y Yeni, que flirtean sus amores-niños, es
clave. Antes de entrar a clases, los niños repiten todos los días la
consigna Seremos como el Che; pero ese ethos no les sirve para dos cosas
esenciales: gestionar sus conflictos infantiles y encarar el dolor por
la muerte de un compañerito de aula. La niña, Yeni, interpretada por
Amaly Junco, va al mural no para encontrar respuestas, sino para colocar
lo mejor que le han enseñado ante la angustia y la pérdida. Eso es
humanidad en su mejor edición, porque si hubiera asimilado el mito del
Che habría asumido la partida fatal y última de un compañerito con la
frialdad propia del destino inexorable de la Historia.
¿El regreso de la religión?
Carmela apuntala el antes del 1959 con el después del 2000, defiende la
presencia de la estampilla religiosa en el mural del aula: "no hay dios
que la quite –enfatiza– mientras la maestra sea Carmela". Un mensaje,
por otra parte, que viene a indicar, –y no es justo– que la recuperación
de valores en Cuba depende casi en exclusiva del regreso de la religión.
La película es en verdad rica en lecturas. Pero me gustaría ir cerrando
la mía con esta interpretación clave para la sociedad cubana. El mito
romántico de la juventud como deseo y como progreso, que el Mayo francés
del 68 rompió para siempre, es cuestionado con inteligencia por Daranas.
¿Quién encarna más y mejores valores? ¿Quién es más vital? ¿Carmela o
Raquel, la joven burócrata, fría y cuasi fascista que actuaba en
representación del poder? De modo que si, desde otra lectura, la vieja
Carmela, que pudo haberse jubilado 10 años atrás, tiene que ver con la
niña Yeni es por algo más que la progresión generacional de valores,
vistos como cada vez más ricos en cada generación sucesiva. Y el punto
de contacto está aquí: La atan a las dos como si hubieran nacido el
mismo día. Eso significa que solo hay nuevos valores donde no se
producen rupturas con valores precedentes.
Para la educación esto es fundamental. Y Daranas le da un final maduro.
No hay cierres a lo Hollywood en el que se restablecen la paz, el fin y
la felicidad perdidos. La conclusión es que el mañana puede ser peor.
Después de Carmela, símbolo de lo que siempre debió ser, puede venir,
como fue, el diluvio.
Source: Después de Carmela, el diluvio | Cubanet -
http://www.cubanet.org/opiniones/despues-de-carmela-el-diluvio/
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