21 de septiembre de 2012

La hoz, el martillo y el opio de los pueblos

Opinión

La hoz, el martillo y el opio de los pueblos
Orlando Freire Santana
La Habana 21-09-2012 - 9:37 am.

¿Generará la libertad religiosa en Cuba otras libertades?

Feligreses en la Catedral de La Habana, durante las festividades por la
Virgen de la Caridad del Cobre. (EFE, 8 de septiembre de 2012)

Resulta incuestionable la apertura que ha experimentado la sociedad
cubana en materia religiosa, si comparamos la situación prevaleciente
hoy con aquellos años difíciles de las décadas de los sesenta, setenta y
buena parte de los ochenta del pasado siglo.

Aunque casi todas las denominaciones y tipos de Iglesias afrontaron
desencuentros con el gobierno, no podemos olvidar aquel funesto año 1961
para la Iglesia Católica, cuando 132 sacerdotes fueron expulsados del
país, y hasta el cardenal Manuel Arteaga debió solicitar refugio en la
embajada argentina para escapar de los desmanes castristas.

El propio Fidel Castro, al tratar de explicar la tirantez de su gobierno
con la Iglesia Católica, le expresó al teólogo brasileño Frei Betto que
"mientras que las Iglesias Evangélicas se propagaron más entre las
clases humildes, la Católica era, sobre todo, la Iglesia de los ricos". (1)

Ahora bien, en aras de precisar este proceso de creación de nuevos
espacios y hasta de libertades en materia de fe, parece conveniente
deslindar la labor de las Iglesias de la estrategia aperturista que por
otro lado han llevado a cabo los gobernantes de la nación.

Así se evitan generalizaciones que poco ayudan a desentrañar una
temática de múltiples aristas. En este sentido, por ejemplo, opinamos
que la reciente afirmación del académico cubanoamericano Arturo
López-Levy, de que "en el caso cubano, la libertad de religión es un
multiplicador de otras libertades" (2), no se ajusta totalmente a lo que
acontece en la Isla.

En el caso específico de la Iglesia Católica tenemos una muestra de cómo
el bregar de clérigos y laicos ha contribuido a ganar espacios para la
institución, así como a la apertura de brechas en el sistema
totalitario. Desde la celebración del Encuentro Nacional Eclesial Cubano
(ENEC) en 1986, hasta la aparición del mensaje pastoral El amor todo lo
espera en 1993, los católicos cubanos, animados en el espíritu del
Concilio Vaticano II, comprendieron que era imprescindible salir de los
templos, y mirar también hacia los males que padecía y sufre aún nuestra
patria.

Semejante faena se iba a complementar con la actitud de hijos de la
Iglesia como el pinareño Dagoberto Valdés o el habanero Oswaldo Payá, y
sacerdotes de la estirpe del padre José Conrado o el arzobispo Pedro
Meurice; todos ellos, de un modo u otro, demostraban que no existe
contradicción alguna entre seguir el mensaje de Jesús, y censurar el
sistema político que nos oprime.

No deben quedar fuera en esta relación el más reciente diálogo de la
jerarquía católica con la cúpula del poder, así como el trabajo
desplegado por las publicaciones católicas. Los encuentros del cardenal
Jaime Ortega con el gobernante Raúl Castro, con independencia del
criterio desfavorable que hayan expresado no pocos actores de la
realidad cubana, han venido a confirmar la posición que ocupa
actualmente la Iglesia Católica en nuestra sociedad.

Y acerca del desempeño de revistas como Vitral, Espacios, Palabra Nueva
y Espacio Laical, no es que hayan mantenido una línea editorial
contraria a "la revolución", sino que simplemente, al adoptar una
postura no coincidente con la oficial, ya se constituían en una
inquietud para el monopolio castrista de la información.

Hoz, martillo, opio

Con respecto a la apertura propiciada por el gobierno, no hay dudas de
que acciones como la proclamación del carácter laico del Estado cubano
en 1992, así como las infraestructuras creadas para garantizar las dos
visitas papales, y la más reciente peregrinación de la Virgen de la
Caridad del Cobre, apuntan en esa dirección. Sin embargo, cualquier
observador desprejuiciado aprecia el sesgo utilitario en las políticas
oficiales.

Mientras existía la Unión Soviética y el bloque de países del denominado
"socialismo real", el régimen cubano se sentía fuerte, y por tanto no
necesitaba del concurso de personas contaminadas con ciertos "vicios"
del pasado, como era el caso de los creyentes.

Solo al ocurrir el derrumbe del bloque de Europa del Este, y
contemplarse los dirigentes cubanos como náufragos en alta mar,
sobreviene un cambio de actitud por parte del aparato de poder. No
importa que la Teología de la Liberación se hubiese abierto paso desde
mucho antes, y que sus amigos sandinistas se identificaran con el
mensaje bíblico. Mientras la hoz y el martillo se enseñoreaban en el
firmamento, la religión para el castrismo era solo el opio de los pueblos.

Y ahora, a los gobernantes cubanos les conviene difundir que en la Isla
existe una plena libertad religiosa, y así estar en sintonía con el
ambiente de cambios que pregona la administración de Raúl Castro. La
otra cara de la moneda exhibe, en cambio, un inmovilismo total en
materia política. Podríamos acudir al refranero popular y hallar la
explicación de esa paradoja: dime de lo que presumes, y te diré de lo
que careces.


(1) Betto, Frei. Fidel y la religión. Oficina de Publicaciones del
Consejo de Estado. La Habana, 1985

(2) López-Levy, Arturo. "Sobre la libertad religiosa en Cuba: breve
balance tras la visita de Benedicto XVI", en Espacio Laical no. 2 de 2012.

http://www.diariodecuba.com/cuba/13108-la-hoz-el-martillo-y-el-opio-de-los-pueblos

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