6 de septiembre de 2012

Crónica de la eterna bacanal de los hijos de papá

Crónica de la eterna bacanal de los hijos de papá

Una reportera de la revista The Atlantic compara la Habana privilegiada
a la que tuvo acceso un fotógrafo neoyorquino con la mayoritaria Habana
de a pie.
Rolando Cartaya/ martinoticias.com
septiembre 05, 2012

La revista estadounidense The Atlantic encabeza un reportaje exponiendo
las experiencias en La Habana del fotógrafo Michael Dweck con la eterna
fiesta de los privilegiados en esa capital, y dice que su visión sobre
esas vidas secretas, que transcurren muy cerca de donde vive la mayoría
de cubanos pobres, constituye un recordatorio de que en el supuesto
paraíso comunista existe cualquier cosa menos igualdad.

Dweck se conectó en Cuba con círculos frecuentados por artistas como el
pintor Roberto Fabelo y el actor Jorge Perugorría, y en ellos conoció
también a herederos de la élite gobernante como Camilo, el hijo del Che
Guevara, y Alex, uno de los cinco hijos de Fidel Castro.

Luego publicó en Estados Unidos un libro de fotografías con título en
castellano: Habana Libre, pues según ha escrito el artista neoyorquino
en The Huffington Post, estos cubanos "son glamorosos, obstensiblemente
acomodados y, sobre todo, libres".

¿En qué sentido? Lo sugiere más adelante el propio Dweck: "Sus miembros
actúan como embajadores de un país que necesita embajadores; viajan
libremente, gastan con prodigalidad y viven una vida de relativo lujo".
(Lujo, para los estándares cubanos. Relativo, comparado con las vidas de
los multimillonarios americanos).

El reportaje de The Atlantic capta una escena en la que Alex Castro
hojea por primera vez el libro de Dweck en una de las ocho visitas de
éste a La Habana. El marco es un restaurante privado exclusivo en un
suburbio de la ciudad. Mientras Alex asegura que su padre es también un
artista –de las palabras—les traen atún ahumado; luego, sushi; después,
ceviche; todo, entre botellas de vino blanco frío.

La redactora Lois Farrow Parshley señala que las fotos en blanco y negro
del libro retratan una vida de esplendor en uno de los países más pobres
del mundo: se ven modelos sonrientes con copas de Martini, en el asiento
trasero de un descapotable; mujeres que juegan mini-golf en el mismo
club náutico de donde Hemingway solía salir de pesquería; y a los
delfines de Castro fumando carísimos habanos.

Agrega la autora que, como él mismo reconoce, Dweck tuvo "la suerte de
tener suerte", pues en Cuba, tomar fotos de la familia gobernante o
reportar sobre sus vidas personales está prohibido; en el Índice
mundial de Libertad de Prensa, la isla ocupa el lugar 167 de un total de
178 países; pero es un lugar donde el capital social puede ser una
moneda más fuerte que el peso, y uno tiene que conocer a la gente
indicada para poder ver ese lado de su sociedad.

Farrow Parshley dice que ella pudo ver el otro lado cuando fue a Cuba en
enero de 2010 y se hospedó en una casa parecida a una barraca, donde el
hijo de 14 años acababa de abandonar su cuarto para que sus padres
pudieran alquilarlo; el padre, que hizo un posgrado en ingeniería en
Rusia, ganaba 20 dólares al mes, y estaba ahorrando con la esperanza de
algún día enviar a su hijo al extranjero.

Un funcionario del gobierno cubano que habló con ella a condición de que
no revelara su nombre le aseguró que con el salario del cubano medio,
menos de 20 dólares al mes, es casi imposible sobrevivir. La periodista
recuerda que entonces no tenía ni idea de que, a pocos kilómetros de
distancia, otros cubanos tenían colgados en las paredes de sus
dormitorios originales de Matisse.

Un mutilado que vendía CDs a los turistas, en una calle cercana a la
fototeca donde se acababa de inaugurar una exposición con las imágenes
habaneras de Dweck, le confesó que no creía que Cuba, o la suerte de los
ricos en la isla, fuera a cambiar nunca. "Para ellos –le dijo el
vendedor, refiriéndose a la clase gobernante-- si nosotros comemos,
bien; y si no comemos, también".

http://www.martinoticias.com/content/article/14377.html

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