Libertad como ayer
Vicente Echerri
La imagen de cuatro mujeres que portan un pequeño cartel y vocean su
protesta contra un régimen opresor desde las gradas del Capitolio de La
Habana es tan patética (en su acepción más recta) y tan simbólica que no
puedo quitármela de la mente. Allí están ellas solas, expuestas a la
indiferencia, al escarnio y a la agresión –típicas reacciones de un
pueblo envilecido– reclamando en alta voz la libertad –el mayor bien que
ennoblece a una nación y que en Cuba ha faltado por más de medio siglo.
Tal vez sienten miedo, uno de los instintos que ayuda a la
supervivencia, pero el valor que las anima es superior; tal vez creen
que hacen el ridículo, pero las voces de apoyo de alguna gente, que de
pronto se ha detenido a contemplar lo insólito, las alienta; acaso el
escenario les da vértigo (como me dio a mí, que me mareo a la menor
altura, al subir de muchacho esas gradas para ver de cerca las estatuas
que custodian la puerta del antiguo palacio del Congreso), pero se
mantienen en él a sabiendas de que están haciendo un gesto
trascendental, algo para la historia.
Me parece notorio no sólo el desafío planteado por estas mujeres del
pueblo, que serían arrestadas un rato después, sino el marco donde ese
desafío tiene lugar: el edificio que representa como ningún otro la
república que el castrismo suplantó y denigró, la sede del poder
legislativo, una de las instituciones capitales de la breve y débil
democracia cubana.
La revolución triunfante odió ese edificio y lo que significaba desde el
primer día. No en balde intentó desjerarquizarlo casi enseguida cuando,
en la primavera de 1959, llenó sus jardines de tractores para la recién
estrenada reforma agraria: una manera oblicua, si se quiere, de
despojarlo de su tradicional majestad que había sido orgullo de los
cubanos desde que se construyera a finales de los años veinte. Lo habían
edificado a escala monumental y con los materiales más nobles. Pocas
legislaturas en el mundo competían en elegancia con los hemiciclos de
ambas cámaras, con las oficinas de los legisladores, con el magno salón
de los Pasos Perdidos donde, al pie de la gigantesca estatua de la
república, solían celebrar los poderes del Estado las grandes
conmemoraciones. El Capitolio era el centro de la vida política de un
país que parecía destinado a la felicidad y al desarrollo.
Después sobrevino la parálisis, el temor y el oscurantismo que siempre
acompañan a una tiranía y el Capitolio se vio reducido a la sede de una
fantasmal academia de ciencias, no ajeno al abandono y al expolio que ha
caracterizado la gestión del castrismo; un elefante blanco del que ya no
irradiaba la vitalidad, el poder y el glamour de otra época. Sin
embargo, para cualquiera que quisiera poner un poco de atención o que se
sintiera motivado por alguna curiosidad, la existencia misma del
edificio era un silencioso reproche a los actuales amos de Cuba: el
permanente recordatorio de que existió otro orden, más hermoso y
benigno, que alguna vez amparó la pluralidad de opiniones y de partidos
políticos, la ley emanada de los representantes del pueblo, una prensa
pujante que a diario daba cuenta de lo que ocurría en el recinto donde
palpitaba la vida nacional…
Por eso resulta extraordinariamente significativo que estas cuatro
mujeres –que de seguro no habían nacido cuando el Congreso dejó de
sesionar en el Capitolio– hayan ido precisamente a sus puertas a exigir
la libertad que les falta a todos los cubanos. Su reclamo –que encontró
eco y solidaridad entre los transeúntes– es una reivindicación y un acto
de desagravio hacia la antigua república, al tiempo que un anhelo
genuino de restauración.
Hace años, una amiga me contaba que, de visita en el Capitolio (que
funciona también como una suerte de museo), una de las guías le dijo:
"somos muchos los que esperamos que este edificio pueda servir de nuevo
para lo que fue hecho". El acto que estas valientes mujeres
escenificaron en sus gradas en días pasados es un respaldo simbólico de
ese deseo, así como una aproximación de ese destino.
©Echerri 2011
http://www.elnuevoherald.com/2011/08/31/1015400/vicente-echerri-libertad-como.html
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