El regreso a la escuela
VICENTE ECHERRI
No importa el tiempo transcurrido desde que dejáramos atrás la niñez, el 
inicio de un nuevo curso escolar nos devuelve a uno de los momentos más 
gratos de la infancia, especialmente para los que siempre encontramos en 
el aprendizaje y sus herramientas fuente de regocijo.
El olor de los libros y los cuadernos nuevos eran ya un anticipo de la 
novedad, la que nos deparaba, y le sigue deparando a los niños, el 
estreno de aula y de maestro, de compañeros que no tardarán en ser 
nuestros amigos, de conocimientos dispuestos a instalarse en nuestra 
memoria para siempre.
Cuando veo a los padres ir de compras en estos días acompañados de sus 
hijos para la tradicional adquisición de útiles escolares, vuelvo a ser 
parte de una suerte de ceremonia que dejé atrás hace bastante más de 
medio siglo, deslumbrado por aquellos objetos —lápices, plumas, 
compases, cuadernos de mapas…— que eran los instrumentos que habrían de 
servirme para acercarme al conocimiento, para entender el mundo, un 
entendimiento al que sólo uno podría tener acceso a través de la escuela.
Aún puedo revivir la atmósfera de las aulas, severas y algo umbrosas, 
del caserón colonial —que el gobierno americano convirtiera en colegio 
durante la primera intervención— donde cursé mis primeros estudios en mi 
natal Trinidad de Cuba. Los pupitres de tapa y sólida caoba ya eran 
viejos (mi abuela paterna se había sentado en ellos cuando pasó por esa 
escuela cincuenta años antes) pero conservaban intacta su funcionalidad. 
Todavía había tinteros y plumas de punto para las clases de caligrafía, 
todavía escuchábamos la lección del maestro con religiosa atención, 
todavía nos poníamos de pie, de manera automática, cuando alguna persona 
mayor se presentaba de improviso en la clase. Las mochilas no se 
contaban en el repertorio de cosas a adquirir: a la escuela acudíamos 
entonces con maletines.
Para los que nos gustaba la escuela, cada día representaba una aventura 
maravillosa, un paso más en la comprensión de la vida, de los rudimentos 
de su complejidad: la estructura de la lengua en que nos comunicábamos, 
el estudio del espacio en que habitábamos, de los sucesos ocurridos en 
ese espacio a lo largo del tiempo, de las magnitudes con que nos 
relacionábamos con el mundo… Aunque hayan cambiado notablemente los 
parámetros de la enseñanza, estoy seguro de que son muchos los niños que 
siguen experimentando la misma fascinación, sobre todo después de que el 
hiato, más o menos largo, de las vacaciones del verano (en mi niñez 
cubana era de tres meses) da paso a un nuevo curso con sus inevitables 
expectativas y sus obligatorios estrenos.
Si es verdad que los logros de la persona adulta no son más que las 
realizaciones de los sueños del niño, todo el saber acumulado a lo largo 
de nuestra vida es entonces prolongación, perfeccionamiento y matización 
de esas primeras lecciones que echan las bases de todos los 
conocimientos que han de venir después; por eso es de esperar, y de 
exigir, que esos elementos fundacionales sean sólidos, presididos por un 
prurito de ordenación, auténtico episteme que haga prevalecer la 
comprensión racional frente al caos de las fragmentarias opiniones. Que 
el entusiasmo que uno advierte en estos días en los niños que acuden por 
primera vez, o regresan, a clases —y en sus padres, que les proporcionan 
las herramientas materiales para esa empresa— se traduzca en formación 
robusta y en enseñanza lúcida, punto de partida de una genuina 
cosmovisión; y tanto así que, de aquí a muchos años, estos niños de hoy 
puedan mirar hacia atrás con la misma conmovida gratitud y nostalgia con 
que yo me acuerdo ahora de mi primera escuela.
Escritor cubano, autor de poesía, ensayos y relatos.
©Echerri 2016
Source: La aventura del regreso a la escuela | El Nuevo Herald - 
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/vicente-echerri/article99036992.html
 
 
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