¿Por qué la normalidad diplomática puede favorecer una democratización
de Cuba?
RAFAEL ROJAS | Ciudad de México | 28 Jul 2015 - 9:12 am.
Llevamos dos décadas leyendo a teóricos de las transiciones democráticas
que insisten en que para que un régimen autoritario o totalitario cambie
son necesarias varias condiciones: relativa autonomía de la sociedad
civil, cultura jurídica favorable al Estado de derecho, sectores
económicos independientes del Gobierno, redes opositoras o disidentes
relacionadas, al menos, con un sector considerable de la ciudadanía,
franjas reformistas en la burocracia gubernamental… Ninguna de esas
condiciones se cumple plenamente en Cuba, aunque en los últimos años se
ha delineado una tendencia que apunta en esa dirección.
Aclaremos de entrada que hablamos aquí de una transición pacífica a la
democracia, como la teorizada desde los 80 por Guillermo O'Donnell,
Philippe Schmitter, Juan Linz, Alfred Stepan y otros autores, a partir
de los casos de Europa del Este y América Latina, España o Portugal, y
no de cualquier otro tipo de cambio de régimen, como podría ser un golpe
de Estado o una revolución, que no necesariamente tienen que conducir al
establecimiento de un nuevo orden democrático. Desde luego que una
revuelta popular o el derrocamiento de un gobierno pueden derivar en un
tránsito democrático, pero descarto ambos escenarios por lo poco
probables que parecen en la Cuba de la normalización diplomática.
De manera que si no existen las condiciones para una transición
democrática en Cuba y la sociedad de la Isla no parece proclive a la
desobediencia civil o el levantamiento popular, la pregunta que se
impone es cuál sería la manera más eficaz y rápida de contribuir a la
creación de esas condiciones para el tránsito democrático. Según buena
parte de las opiniones de líderes de la oposición y el exilio, el
restablecimiento de relaciones entre EEUU y Cuba y el proceso de
normalización diplomática que se desprende del mismo no favorecen en
modo alguno la democratización de la Isla, ya que se dirigen,
exclusivamente, a reforzar el poder económico, político y militar de la
elite gobernante.
Sin negar que, en efecto, la normalidad diplomática refuerza ese poder,
mi argumento se mueve en sentido contrario por medio del previsible
impacto que tendría la nueva coyuntura sobre cuatro fenómenos
fundamentales para la creación de las premisas de la democracia cubana:
1) legitimación de los actores e instituciones pro-democráticos a nivel
doméstico e internacional; 2) desarrollo de una cultura política
popular, resistente a la ideología oficial nacionalista revolucionaria y
marxista-leninista; 3) autonomización de la sociedad civil; y 4)
desplazamiento de la lógica reformista de la economía a la política, en
medio de la inevitable renovación generacional de las élites.
La credibilidad de la democracia
Uno de los efectos esperables de la normalización diplomática y de la
enorme popularidad que goza el Gobierno de Barack Obama en la Isla —la
encuesta de Bendixen y Amandi, el pasado abril, con todos sus
problemas, daba más de un 80% de popularidad a Obama, seguido de cerca
por el Papa Francisco—, será que actores tradicionalmente
prodemocráticos de la comunidad internacional como EEUU, la Unión
Europea, el Vaticano y los organismos internacionales de derechos
humanos comienzan a ser percibidos con mayor confianza y credibilidad
desde la ciudadanía de la Isla.
A partir de ahora, cualquier crítica a la represión de opositores o a la
violación de derechos humanos en la Isla por parte de Washington o la
comunidad internacional provendrá de un mundo que ha dejado de ser
hostil. El opositor Manuel Cuesta Morúa lo señalaba hace unos días a
propósito del efecto favorable que irremediablemente tendrá la erosión
del "excepcionalismo" y el síndrome de "plaza sitiada" en la mentalidad
popular. Rechazar la falta de democracia y demandar derechos civiles y
políticos se convertirán en gestos más legítimos tras la normalización
diplomática.
Esa nueva percepción de los actores internacionales prodemocráticos
entrará en contradicción —ya lo está haciendo— con el relato hegemónico
de los medios de comunicación, que ha asociado, tradicionalmente, la
democracia avanzada con la decadencia de la sociedad occidental y sus
potencias globales. El cambio de percepción también podría favorecer a
la oposición interna si es que esta no se presenta como enemiga de la
normalización diplomática, apoyada, por lo visto, por la mayoría de la
población insular. De acuerdo con la misma problemática encuesta de
Bendixen y Amandi, cerca de un 97% de la ciudadanía de la Isla
respaldaría el restablecimiento de relaciones entre EEUU y Cuba.
Cultura popular vs. ideología oficial
Una de las más sintomáticas preocupaciones de la nomenklatura cubana en
los meses posteriores al 17 de diciembre de 2014 ha sido la insistencia
en la preservación de los valores nacionalistas y socialistas de la
cultura, en contra de la avalancha de la cultura mediática que proviene,
fundamentalmente, de EEUU. Sobre todo entre ideólogos y burócratas de la
política cultural, esa defensa adquiere un tono conservador, que rechaza
el radical igualitarismo y la estetización del mercado que se reproducen
en Cuba como consecuencia del creciente contacto con la cultura del
entretenimiento en EEUU.
Lo que se ha vivido en Cuba en los últimos años no parece ser la erosión
sino el agotamiento de una ideología oficial, anclada en los mitos y
estereotipos del nacionalismo y el socialismo. La naturalización del
consumo de la cultura norteamericana podría acentuar esa crisis y
generar una reconstitución de la cultura política de la Isla, favorable
a la democracia. También en la cultura mediática norteamericana, con
independencia de sus variados registros, se trasmiten mensajes
favorables a los derechos civiles y políticos, a la tolerancia de ideas
y creencias, a la separación de poderes, al gobierno representativo y a
la importancia del "rule of law".
Desde luego que el nacionalismo y el socialismo pueden desgastarse como
valores ideológicos sin que se democratice el país. China y Viet Nam,
como antes la dictadura chilena o Arabia Saudita, son buenos ejemplos de
experimentos capitalistas sin democracia. Pero en el caso cubano nunca
habría que subestimar que la proximidad física y la conexión migratoria
con EEUU, a la vez que una larga tradición de contacto cultural, pueden
elevar el prestigio del gran vecino en la mentalidad popular, sin
excluir de esa recepción las virtudes del sistema republicano y
democrático de gobierno.
Una sociedad civil más autónoma
En los últimos años, la tendencia a una mayor autonomización de la
sociedad civil en Cuba se ha manifestado, al menos, en tres niveles: 1)
el surgimiento de nuevas asociaciones civiles, que negocian una
semi-independencia con el Estado, y que vincula a comunidades
culturales, religiosas, raciales, sexuales o gremiales; 2) la emergencia
de un sector económico más solvente, en el mercado interno, diferenciado
del circuito de las firmas y empresas mixtas controladas por la casta
militar-empresarial; y 3) la entrada en escena de una oposición más
joven y más conectada a las nuevas redes sociales, que presiona a favor
de mayores derechos de asociación, manifestación y expresión.
El restablecimiento de relaciones con una nación emblemáticamente
multicultural, como EEUU, y con amplias posibilidades de transferir
recursos tecnológicos y financieros a esos sectores emergentes de la
nueva sociedad civil cubana, también puede favorecer una transición a la
democracia. El acceso a las fuentes de financiamiento será más competido
con el Gobierno, pero, a la vez, abrirá mayores posibilidades de
diversificación y de interlocución con actores interesados en el cambio,
en EEUU y el mundo. Esa diversidad de fuentes y esa conexión con nuevos
sectores externos, incluyendo desde luego al empresariado
cubano-americano, podrían otorgar mayor autonomía a la oposición y a la
sociedad civil insulares.
Es innegable que con un flujo mayor de créditos e inversiones a la
economía cubana, la elite gobernante afianza su poder. Pero no es menos
cierto que los viajes de norteamericanos y, especialmente, de
cubanoamericanos, el aumento en el tope de las remesas, la eventual
inversión directa de capitales del exilio en la pequeña y mediana
empresa insular y las mayores facilidades para viajar desde la Isla y
residir temporalmente en el exterior favorecen también a sectores
sociales intermedios, no pertenecientes a las elites gobernantes, entre
los que podría desarrollarse una mayor disposición al cambio democrático.
Hacia la reforma política
El restablecimiento de relaciones entre EEUU y Cuba y la normalización
diplomática, en el escenario del próximo relevo generacional en la
cúpula, previsto para febrero de 2018, lejos de inhibir podría
intensificar las demandas de reforma política en la Isla. En medios
reformistas cubanos se han producido en los últimos años aproximaciones
a una posible flexibilización del sistema político en tres áreas: una
nueva ley de asociaciones, una nueva ley electoral y una nueva ley de
información, que ampliaría el acceso a internet. Las tres áreas serían
del mayor interés para avanzar en la articulación de una oposición
legítima dentro de la Isla, con mayores posibilidades para establecer
contacto con la ciudadanía.
Por supuesto que esas reformas no harán transitar automáticamente un
régimen de partido único a una democracia pluripartidista pero sí
podrían mejorar considerablemente las condiciones en que la oposición
actual realiza su trabajo, además de generar mecanismos de negociación
para poner fin a la represión y liberar a todos los presos políticos. Si
el camino elegido por la oposición y el exilio es el de una transición
democrática, y no el de una revuelta popular o un colapso del régimen,
nada más natural que involucrarse en un proceso de negociación, que
incluya a toda la sociedad civil de la Isla y a la comunidad exiliada,
destinado a persuadir y, eventualmente, presionar al Gobierno para que
proceda a la reforma política antes de 2018.
Más que esperar a que aparezcan claros indicios de esa reforma, para
rechazarla por su limitación o timidez, la oposición y el exilio podrían
exponer a la ciudadanía sus propios proyectos de cambio democrático,
partiendo de las leyes, instituciones y actores políticos actuales. La
población de la Isla y del exilio y la comunidad internacional,
incluyendo al actual y, probablemente, al próximo gobierno de EEUU,
estarían más abiertos a asimilar o respaldar un proyecto alternativo de
reforma, que a persistir en la búsqueda de una confrontación
diplomática, que tampoco ha cumplido el objetivo de debilitar al régimen
a juzgar por la represión y la falta de libertades públicas.
Source: ¿Por qué la normalidad diplomática puede favorecer una
democratización de Cuba? | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1438006243_15965.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario