Un premio a la sinceridad
VERÓNICA VEGA | La Habana | 18 Feb 2014 - 7:57 am.
Reina María Rodríguez recibe el Premio Nacional de Literatura y reclama
por todas las voces silenciadas de la literatura cubana.
Ver a Reina María Rodríguez recibiendo en la tarde de anteayer el Premio
Nacional de Literatura 2013 me confirmó que el único camino posible no
es el de las pisadas fuertes, los silencios cómplices, y las sonrisas
falsas.
Hay otro, sinuoso y extremadamente incómodo, por el que transitan las
almas que cargan con un peso casi involuntario: la necesidad de
escudriñar, en la inconsistencia de lo tangible para mostrar agujeros
que nos causan horror y pueden hacernos cerrar un libro de golpe,
abandonar su lectura para siempre. En el esfuerzo de dar una dudosa
apariencia de oficio a la confesión del desarme y del desarraigo. En el
encuentro inevitable con los otros órdenes que creen poder determinar el
destino de una obra de arte: la burocracia y la política.
Durante la sobria ceremonia que tuvo lugar en la sala Nicolás Guillén,
anclada en La Cabaña (esa zona maldita de la memoria), y a pesar de la
opinión de escépticos-suspicaces-aferrados al rencor, ayer vi que los
lugares pueden regenerarse, exactamente igual que los cuerpos.
En su largo texto de agradecimientos, Reina apuró lo que no podía
faltar: desde las figuras de su madre, padre, hermano, hasta sus gatos o
los amores que la guían desde la sombra, la poetisa Anna Ajmátova, la
judía mística Simone Weil. La promesa (aún por cumplir) al poeta Lorenzo
García Vega y la urgencia de que salgan ya todas las voces silenciadas,
exiliadas del "país del lenguaje", para que ese premio se complete.
Reina obedece a un impulso de sinceridad que ella misma niega pueda ser
en una obra, un "valor literario", pero es el valor más alto de una vida.
Es una escritora, y no "escribidora", como ella insiste, que ha
publicado en territorios prohibidos, más que difíciles, como la
desaparecida revista Encuentro de la Cultura Cubana, y que ha denunciado
la fallida "muerte por silenciador" del autor y, sobre todo amigo suyo,
Antonio José Ponte.
Reina ofreció para la presentación del controvertido filme Memorias del
desarrollo su Torre de Letras, aún cuando ya había sido saboteada en lo
único accesible a la censura: el espacio físico, y el público abarrotó
el cuchitril que le asignaron en la nueva sede del Instituto Cubano del
Libro, se alineó a lo largo de los pasillos y demostró cuán relativos
son los límites.
Este espacio imprescindible se mantuvo abierto también para OMNI Zona
Franca cuando sus integrantes ya habían sido expulsados por la policía
de su sede en Alamar y eran proscriptos a priori en todas las
instituciones de cultura, y para el igualmente satanizado exconsejero
cultural de la embajada de España, Alberto Virella.
A Reina la conocí gracias a un poema sobre su calle Ánimas. Una amiga y
yo saltamos del texto a la calle real, buscamos su edificio y llamamos a
su puerta con la vergüenza de no tener un pretexto más racional para esa
visita que un libro suyo: Otras cartas a Milena.
Confieso que me empujó a seguirle el rastro su confesión de que una gata
pudiera amarla "más, mucho más, que cualquier persona"… Antes de Reina
no creía posible dotar de cuerpo literario lo ínfimo, trivial,
inconfesable. Miedos que vi siempre pasar por el filtro de la
sublimación se abrían de tajo, sin más protección que su humanidad.
Vulgaridades, herrumbres. Desplomes de algo mucho menos poético que la
femineidad.
Me asombra su aptitud de golpear, en una sacudida imprevista como solo
lo conseguía Ángel Escobar, de expresar el espanto ante las bocas
desdentadas de unos viejos indigentes en su paseo por La Habana,
metástasis de una ciudad, un país, un sistema.
De admitir incluso: "…porque a esta cacharrería de palabras que se llamó
literatura quise darle objeto de existencia y ella también me engaña".
Pero sí tengo con Reina una contradicción insalvable: "que la literatura
no cambia nada", como expresó en un taller de narrativa del escritor
peruano Ezio Neyra. Y justo porque la evocación de palabras suyas (que
no me han salvado de la agonía) le han dado al horror un nombre, un
sentido, y sí: incluso una esperanza.
El ejemplo de este premio también la desmiente, confirmando que el
maltratado camino de la verdad, con mucho más derecho que los otros (los
fáciles, permitidos), está condenado al triunfo.
Source: Un premio a la sinceridad | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cultura/1392673774_7193.html
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