Sobre la necesidad de la censura en Cuba
ORLANDO LUIS PARDO LAZO | Pittsburgh | 16 Feb 2014 - 10:16 am.
'En más de un sentido, la censura no existe de manera tangible en Cuba.
Es ubicua, pero inubicable. No deja espacios a nadie ni a nada, pero a
la vez no cesa de desplazarse.'
Dentro de Cuba, contrario a lo que pudiera pensarse desde afuera, uno
llega a extrañar la presencia de la censura. Y no es ironía, sino
estrategia de liberación. En más de un sentido, la censura no existe de
manera tangible en Cuba. Es ubicua, pero inubicable. No deja espacios a
nadie ni a nada, pero a la vez no cesa de desplazarse. La censura en el
post-totalitarismo cubano del siglo XXI ha aprendido a metamorfosearse,
muta y se resiste a reconocerse como tal. Acaso por eso mismo hay que
saber nombrarla y darle forma primero que todo. De ser posible,
institucionalizarla, sacarla de ese closet donde la ha ido escondiendo
el castrismo sin Castros que hoy ya se anuncia como capitalismo de Estado.
En un país secuestrado por el despotismo de un partido único —el
comunista—, donde desde el inicio de la Revolución la prensa es
propiedad privada de una élite militar, en un contexto así ya no queda
mucho que hacer desde la lógica, y un primer paso de absurdo bien podría
sorprender a las autoridades. Se trata de exigir, en este caso, una
censura pública en Cuba, preferiblemente de rango constitucional.
Intentar hacer visible al menos a la censura, en medio del secretismo
asesino de nuestra sociedad: devolver a la censura su candor colonial,
su rigor republicano, su frescura franquista, su stamina estalinista, su
macartismo casi más por maña que por malicia, reinstaurando así de paso
el prestigio perdido del funcionario de la patria que cobra un sueldo
para ejercer profesionalmente a tiempo completo como censor.
Tal vez sea la falta de censores lo que actualmente mantiene a nuestra
sociedad civil en su estado estéril de indigencia intelectual.
Mi experiencia de escritor censurado en Cuba, por ejemplo, ya es
fantasmagórica. No dejó huellas ni será creíble para la próxima
generación. Mis hijos tendrán más evidencias para llamarme "cobarde" o
"castrista" que para creer en mis tres arrestos ilegales o en la censura
de Boring Home, mi libro de cuentos sacado de la imprenta por la
editorial Letras Cubanas en 2009.
Y nuestros descendientes tendrán razón en ese futuro inminente, pues
jamás se me identificó ninguno de mis verdugos. Como tampoco ningún
editor me enfrentó para censurarme una línea, ni me dio explicación ni
constancia escrita de por qué se me expulsaba del campo literario
cubano. Nadie firmó las órdenes de retirar mis libros de todo catálogo
editorial y de ni siquiera permitirme presentar los libros de mis
colegas en cualquier institución cultural. Lo más probable, de hecho, es
que nadie diera tales órdenes. En el orden absoluto ya no hay órdenes ni
intenciones, apenas inercia y disciplina.
En la práctica, mis denuncias al respecto son ya las de un autista más
que las de un artista. La carencia de censura cortó de cuajo mi carrera
de escritor cubano de Cuba y, sin embargo, en el exilio —ese preview del
futuro—, no hay una beca de escritor perseguido que encaje con lo
ridículo de mi currículo civil. De ahí la urgencia moral de restaurar el
rol de la censura concreta en el castrismo, al menos mientras no nos
atrevamos a derrocar mediante otras violencias no verbales todo su
aparato represor.
En la Isla no existe un solo Departamento de Censura. La prensa oficial
—la única legal— aún no publica críticas sistémicas a la Revolución,
pero tampoco hay a quién reclamarle semejante silencio intelectual. Es
posible que a sus redacciones no lleguen tales críticas y que se viva en
esas oficinas un ambiente más bien adánico.
Ni siquiera hay normas burocráticas que definan qué se puede o no
publicar sobre cada tema —de la política a la pornografía—, para poder
dar entonces en tanto autores la batalla interpretativa legal. Si bien
es cierto que en el comunismo no es seguro que exista el autor, mucho
antes de Barthes y Foucault. Pero es precisamente esta condición amorfa
la que permite la máxima impunidad, pues ahora todo autor es en
principio el censor del resto —fidelismo fractal—, incluida la
auto-censura con que cada cual se humilla a sí mismo para evitar verse
humillado por el colectivo.
No hay salida racional de estos laberintos sin límite, donde la
represión se mimetiza a ratos con un crimen político de repercusión
mundial y a ratos con un premio literario local. La esperanza se reduce
entonces al absurdo, a la sinrazón pura. Así, para atraer poco a poco a
la libertad de expresión al territorio del totalitarismo, tal vez haya
que empezar por introducir los mecanismos censores propios de la
democracia. Crear listas negras en Cuba como medida de contención contra
el poder despótico. Publicar nuestro primer Index Liborium Prohibitorum,
en cuya selección de nombres y tópicos las jerarquías católicas y
castristas podrían encontrar otra trinchera común.
Después, la lucha sería mucho más sencilla para los cubanos libres:
reducir cívicamente al mínimo esos espacios concedidos a la censura —de
la pornografía a la política— y enriquecer poco a poco la atmósfera que
hoy hace que en la Isla hasta respirar constituya un chantaje.
Source: Sobre la necesidad de la censura en Cuba | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cultura/1390434820_6578.html
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