Volviendo al país
Eliécer Ávila | Puerto Padre | 30 Mayo 2013 - 5:58 pm.
Después de una estancia en el extranjero que lo llevó a una docena de 
países, el autor narra su regreso al país, el paso por la aduana y el 
reencuentro con los suyos.
Un abrazo fuerte a todos los amigos que se han mantenido preocupados por 
mi llegada. Hoy por primera vez pongo mis manos en un teclado. Desde que 
abordé el avión en el PCG (París-Charles de Gaulle) de París, después de 
5 minutos de wifi gratis, no he sabido nada más de cómo anda el mundo.
Durante el viaje tuve tiempo de pensar en muchas cosas. Los recuerdos de 
los momentos vividos en un viaje que me llevó a doce países pasaron por 
mi mente con especial dramatismo. Sentía que había conocido la 
civilización contemporánea, la Era Moderna, el desarrollo hasta donde la 
humanidad conoce y entiende, y estaba a bordo de un vuelo que me sacaba 
de esa realidad recién descubierta para llevarme de regreso años atrás. 
Pero estaba absolutamente seguro de qué era lo que quería; los lazos 
sentimentales que dejé en Cuba y un sentido de responsabilidad con el 
futuro eran razones demasiado poderosas.
Incluso no me sentía triste, estaba feliz de regresar.
Mi aterrizaje fue tranquilo, pero ya desde el aire algo no estaba bien. 
La imagen que vi a través de la ventanilla cuando la nave descendía me 
causó un raro escalofrío. Ya me habían advertido sobre eso algunos 
amigos con experiencia de salir y entrar. Me habían contado del choque 
que sentiría cuando, involuntariamente, mi cerebro empezara a comparar 
detalles, formas, colores, luz, vida. Y así fue, no se equivocaron ni en 
una palabra.
Una vez en el aeropuerto, sabiendo que mi padre y mi novia estaban al 
otro lado de la tela de araña, solo tenía en mi mente hacer las cosas de 
la mejor forma para salir rápido. Llegué de los primeros a la espera del 
equipaje y, como no ví moros en la costa, quise creerme que las cosas 
podrían salir de forma natural y, a pesar del inmenso cansancio físico y 
mental, la idea de encontrar rápido el abrazo del viejo y los besos de 
Raquel me hizo recuperar algo de fuerza.
Las maletas se demoraron un buen rato. No había tenido la precaución de 
sellarlas o, al menos, poner un candadito en ellas. Temía que alguien 
metiera las manos, cualquier cosa que sacaran lo sentiría profundamente. 
Cada regalo, desde una memoria flash hasta alguna ropa de uso, tenía un 
destino y resolvería o aliviaría un problema.
Finalmente mis cosas llegaron y emprendí, esperanzado, mis pasos hacia 
un cartel que decía "Exit", por donde observaba estaban saliendo todos 
los que arribaron en mi vuelo. No caminé mucho, enseguida una joven 
oficial de aduanas me sacó de la fila y explicándome que me dirigiera a 
un espacio abierto, en un costado del pasillo que contaba con unas mesas 
grandes, la señorita me dijo que se trataba de un "chequeo de rutina".
Yo solo atiné a responder: "Haga lo que quiera, pero por favor hágalo 
rápido, estoy realmente cansado".
Otro joven oficial, pero con más rango visible, le dijo algo a la que me 
atendía y esta me indicó que la siguiera, que debíamos ir a otro lugar. 
Entonces empecé a caer en cuenta de que las cosas no serían normales; en 
mi caso, desgraciadamente, sería anormal.
Llegamos a otro salón donde solo había cubanos. Allí pude comprobar la 
veracidad de todas las historias increíbles que me habían contado sobre 
los aeropuertos cubanos para los cubanos. Adonde quiera que miraba veía 
gente discutiendo, enojados, cansancio, indolencia, desesperación y 
envidia. En este salón, y a la vista de todos, mis equipajes fueron 
desmenuzados uno por uno, pieza por pieza, detalle por detalle, con 
minuciosidad de cirujanos.
Todo cuanto les resultaba interesante se lo llevaban por un buen rato a 
analizarlo a otro lugar, luego lo trajeron y lo fotografiaron. 
Específicamente teléfonos, memorias o cualquier tipo de tecnología o cables.
El tema más conflictivo resultó la literatura. Según el oficial que se 
llevaba las cosas, "los temas parecen inapropiados, los analistas se 
quedarán con esos libros y, si quieres, puedes reclamarlos después y si 
la reclamación da a lugar, puede venir a buscarlos".
Le dije que no iría desde Puerto Padre hasta La Habana para reclamarlos 
por gusto.
Y, ¿cuáles eran los temas de esos libros? ¿Se trataba en algún caso de 
un manual para armar una bomba? No, solo libros sobre cultura crítica, 
democracia, derechos humanos… Pero bueno, parece que aquí esto es lo 
mismo que una bomba.
En todas estas gestiones pasaron cuatro largas horas, ya incluso habían 
salido las personas de otros vuelos posteriores. Para ese entonces aún 
me faltaba hacer la inmensa cola para pesar los equipajes y pagar los 
impuestos. En ese proceso se me acercó una señora a decirme: "Tu padre 
está allá fuera, bien cabrón ya". Supe que, efectivamente, las cosas se 
podrían poner feas si no salía pronto, pues mi padre, que me enseñó a no 
soportar la humillación, entraría de cualquier forma a buscarme.
Yo tampoco aguantaba un minuto más, ya no me interesaba nada, tenía 
relativamente cerca a unos de los "agentes desclasificados" que trabajan 
en la aduana y a ese mismo le iba a descargar todo lo que tenía deseos 
de decir. Pero al parecer ellos saben dónde está el punto crítico y, en 
ese momento, apareció un jefe que, después de pagar, me dejó salir.
Dios, qué emoción, estaba medio desmayado pero volví a sacar el extra 
para apretar con fuerza a los míos. También a ese gran amigo que es 
Reinaldo Escobar, Agustín y otro muchacho que tomó algunas fotos.
Camino a la casa donde haría estancia esa noche no dejaba de mirar a los 
costados, las casas, las calles, la gente. Ahí comenzó en mi cerebro 
otro ejercicio fuerte que todavía me tiene mareado y que les contaré 
después, cuando haya descansado un poco. Pronto llegará la inmensa 
Yoani, todos mis sentidos están puestos en ella.
http://www.diariodecuba.com/cuba/1369929493_3505.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario