Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión
LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - El ritual del desfile de los
trabajadores se cumplió otra vez. La Avenida Paseo sirvió para que la
jerarquía cubana se retroalimentara y posara ante las cámaras de los
medios de comunicación nacionales e internacionales.
Recuerdo los desfiles de los años sesenta, cuando participaban
trabajadores pertenecientes a los diferentes sectores productivos y
administrativos del país. Todos eran iguales de humildes que el resto de
la población. Ninguno aparecía con cámaras sofisticadas, como turistas
en un país extranjero.
Nuevamente, los carteles de todo tipo repitieron las consignas dictadas
por la propaganda oficial para beneficio de la claque que, en las
tribunas, aplaudía ante el paso de amanuenses, halalevas, lamebotas e
hipócritas de otras denominaciones. Su lealtad se debe a que saben que
si no participan en el carnaval político, no cobran el mísero salario en
moneda convertible, que les permite sentirse superiores a la mayoría
trabajadora.
Por la Plaza desfilaron los trabajadores de las empresas y sociedades
mixtas y de las corporaciones estatales pertenecientes al escalón
laboral superior, los que tienen que defender el privilegio de viajar a
veces al extranjero en misiones de gobierno, y adquirir algunas cosas lo
que les permitan mejorar sus condiciones de vida y su estatus social.
En la Avenida Paseo estuvieron los que manejan los últimos carros
importados de China. También, los pocos que sueñan todavía con el
espejismo de la revolución, y creen que viven en el país más democrático
del mundo, aunque no puedan viajar al extranjero sin permiso de las
autoridades, ni escoger la casa donde viven sin enfrentarse a los
atormentantes requisitos del Instituto de la Vivienda. Estuvieron los
que roban desde una resma de papel hasta gasolina, para revender y
sobrevivir, mientras claman por la libertad de los cinco espías presos
en Estados Unidos.
Desfilaron los que, debido a su juventud, no saben distinguir entre la
mentira y la verdad, pues no han conocido algo que las diferencie y
porque, de tanto repetir las mentiras, terminaron por confundirlo todo.
Pobres jóvenes, impregnados de la jerga política impuesta por la
maquinaria propagandística, que desconocen por completo la verdadera
historia de nuestra República.
El discurso es el mismo, vacío de significado, incluso para aquellos que
pregonan su fidelidad al régimen en su afán por escalar alguna posición
que les permita sacar algún partido de la corrupción general.
Desfilaron, en fin, muchos de los privilegiados de nuestra Involución.
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