2 de abril de 2014

Quiero un país sin despedidas

"Quiero un país sin despedidas"
Las aspiraciones de la juventud cubana siguen insatisfechas pese a la
tímida apertura del régimen castrista
JUAN JESÚS AZNAREZ La Habana 2 ABR 2014 - 01:33 CET52

Hace pocos días, sin pretenderlo, tuve la fortuna de escuchar
clandestinamente el debate de tres treintañeros universitarios sobre las
venturas y desventuras de la revolución, y sobre la agonía del soltero
del grupo tratando de consolidar una relación de pareja con un salario
en pesos cubanos, prácticamente inservibles en los establecimientos más
apetecidos por la juventud. A media tarde, sentado en la terraza de un
restaurante privado de La Habana, este periodista leía trabajosamente un
informe sobre la nueva ley de inversión extranjera.

Invisible, oculto por una mampara, ajeno la cháchara del trío, me
aprestaba a subrayar una novedad del borrador legislativo cuando un
lamento en voz alta captó mi atención: "¡Que no chico! ¡Que al tercer
día de salir con la jebita [chica] con diez pesos, me manda p'al
carajo!", se lamentaba el soltero. "Una mujer adulta entendería mi
situación, pero yo no quiero una viejita, yo quiero una jeba de 25
[años]". Aparqué inmediatamente el proyecto de ley y pegué la oreja
disimuladamente: tenía la oportunidad de escuchar una conversación
franca, entre amigos, carburada por la ingesta de cervezas. Si me
hubiera identificado probablemente habrían enmudecido porque los tres
eran funcionarios del Ministerio del Interior, según colegí de la
conversación.

"Yo soy revolucionario como tú y sé que estamos en un momento histórico,
pero con seiscientos pesos al mes [unos 30 euros] no me llega. Y si me
quiero comprar un pantalón tengo que guardarme el sueldo entero. Y no me
queda para tomarme un refresco", insistió el soltero, que llevaba la voz
cantante e ignoraba los argumentos de sus amigos sobre las bondades de
la revolución. "Aquí te duele un callo y te atienden en el hospital.
Vete a El Salvador y verás". "¿Es que vamos a dejar de ser
revolucionarios ahora?", terció la mujer que completaba el trío.

La discusión se adentró en derroteros sociopolíticos. "Yo no os digo
nada de eso", respondía el amargado célibe. "Yo os digo que aquí hay una
realidad que hay que arreglar. Compadre, yo leo, escucho y miro, ¿eh? Y
ahora dime tú: ¿realmente quieres irte de misión a Venezuela con lo malo
que está eso, o te vas sólo por el CUC [divisas]? A mí no me interesa el
internacionalismo. Yo quiero vivir en Cuba. Y no voy a tener hijos
mientras no pueda comprarles cosas. Y estas doce cervezas sólo puedes
pagarlas porque estás de misión. Yo no puedo. Y si me meto en un
negocio, voy preso".

El abierto debate, que se prolongó durante más una hora sobre diversos
temas y terminó con el compromiso de comerse un puerco asado en
Santiago, ponía de manifiesto el desafío afrontado por el Gobierno para
satisfacer una de las apetencias de los jóvenes, revolucionarios,
contrarrevolucionarios o pasotas: aumentar la capacidad adquisitiva y
los espacios de consumo y esparcimiento.

Pero el régimen no sólo afronta el reto de resolver la dualidad
monetaria, la distorsionante y enrevesada convivencia de peso cubano
(CUP) y el CUC, equivalente al dólar, que ha prometido solucionar
progresivamente. El hegemónico Partido Comunista de Cuba (PCC) afronta
además el descontento de amplios sectores de una juventud diversa y
alfabetizada, pero mayoritariamente ajena a la retórica política y
justificaciones macroeconómicas, que reclama más ámbitos de
participación y expresión. Esos chavales quieren vivir el presente. La
épica revolucionaria les queda lejos. Ambicionan estrenos
cinematográficos y literarios, jeans y zapatillas deportivas, móviles,
viajes, el contoneo de la canción "Quimba para que suene", las novedades
tecnológicas, el acceso domiciliario a Internet, y liberalizaciones en
sintonía con las tendencias internacionales.

El debate de los treintañeros tras la mampara es extrapolable pero muy
diferente al variopinto de los botellones juveniles de ron y sandunga
del malecón capitalino, al de las tribus urbanas y el reggaeton de la
calle 23, al escuchado en los tranquilos arrabales de La Víbora, Santos
Suárez y 10 de Octubre, o entre los niños pijos de ropa de marca e
iPhone 5, del night club privado Sangri-La, de Miramar.

Sospecho que las canas de este enviado y la cicatriz ocular de un
accidente de moto llevaron a los hirientes comentarios de dos
veinteañeras de Centro Habana, que se acercaron a la ventanilla de mi
coche de turista. "Aquí no hay futuro. Yo me iría aunque sea con un
viejo en silla de ruedas", se ofreció Claudia, estudiante de enfermería
y proclive al puterío. "Y yo con un tuerto", agregó, más precisa y
sugerente, su amiga.

De todas formas no cabe hablar de una juventud cubana uniforme sino de
varias, con muchos matices y frecuentes invocaciones nacionalistas
frente a Estados Unidos a la hora de argumentar a favor o en contra de
las reformas en curso y abordar una eventual apertura política. Las
diferentes percepciones dependen mucho del género, raza, extracción
social, niveles educativos y recursos, según la socióloga María Isabel
Rodríguez.

El joven Harold Cárdenas no ignora las consecuencias de una nación
cerrada, emigrante. "Quiero vivir en un país al que mis amigos quieran
regresar, donde las despedidas no sean definitivas, donde los asientos
del aula no sean suficientes", escribió en su blog La Nueva Cuba. La
patria ambicionada por Cárdenas deberá acelerar los cambios para que el
soltero de la amargura pueda invitar a la jebita de sus amores, y para
que Claudia abandone la idea de huir empujando una silla de inválidos.

Source: "Quiero un país sin despedidas" | Internacional | EL PAÍS -
http://internacional.elpais.com/internacional/2014/04/02/actualidad/1396395211_725730.html

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