Una lata de leche condensada por "Tres tristes tigres"
Eso era antes. Ahora la gente quiere libros de autoayuda, santería y
revistas del corazón. Comer o leer: "That is the question"
lunes, marzo 24, 2014 | Víctor Manuel Domínguez
LA HABANA, Cuba.- Miguel Acosta vende cada martes un pedazo de su vida
de lector. El mes pasado, para comprar unas papas, se deshizo de El
retrato de un artista adolescente, de James Joyce, del que le costó Dios
y hambruna despegarse.
-Yo también fui Leopold Bloom-, señaló con más hambre que razón.
De pie, junto a su carretilla de libros viejos, el jubilado con
doscientos pesos, diabetes crónica, tensión alta, baja visión, esposa
también enferma, y dos hijos medio turulatos, aguarda para dejar en la
librería, como explica: "retazos de su ira y girones de su piel".
Antes no era así. En lugar de vender, compraba en cualquier librería, a
precios módicos, los cinco tomos de Los miserables, de Víctor Hugo, de
la colección Huracán; Amor, de Tibor Deri, de Cocuyo, y Los espejuelos
oscuros, de Jhon Dickson Carr, de colección Dragón, y –dijo- le quedaba
para el viaje y merendar.
-Es más –expresó-, cuando la revolución comenzó a ponerse fea y llegaron
las prohibiciones de autores "desafectos" , podía darme el lujo de
cambiar, de forma clandestina, una lata de leche condensada por Tres
Tristes Tigres , de Cabrera Infante, o una de carne rusa por Doctor
Zhivago, de Boris Pasternak.
-Eso hoy no existe –señaló-. Ahora, por la desesperación, en Cuba nadie
lee otra cosa que libros de autoayuda como Los siete hábitos de la gente
altamente efectiva, del estadounidense Stephen R. Covey; Piense y hágase
rico, de su coterráneo Napoleón Hill, o El alquimista, del brasileño
Paulo Coelho.
Según el criterio de Miguel Acosta, también tienen demanda las revistas
del corazón, los folletos de santería, y cuanto libro aliente o indique
cualquier fórmula para sobrevivir.
-Se jodieron Cervantes y Oscar Wilde, Tomas Mann y Virginia Woolf,
Borges y Carpentier. De Marx y Lenin, ni hablar- dice.
-Las obras de los dos últimos no dan ni para comer. Ni la Glibenclamida
-contra la diabetes, comenta- pude comprar con lo que me dieron por El
Capital. Me pagaron cinco pesos, que me alcanzaron para una libra de
boniato y un limón. El folleto de Lenin, ¿Qué hacer? sólo me sirvió para
que me subiera la tensión. Dijeron que si el mismo Lenin no sabía, esa
mierda no tendría utilidad.
Asiduo visitante de las librerías Cervantes, en Obispo y Bernaza; La
Avellaneda, en Reina y Campanario; y la José Antonio Echevarría, en 25 y
O, Miguel aún piensa que un día las cosas cambiarán y los libros y la
lectura volverán a interesarle a los cubanos.
-Por ahora no –precisó- Todo es comercial. Después de tanta propaganda
del gobierno por el hábito de leer, la censura, los malos textos, la
baja calidad de los libros cubanos, sus altos precios y la conversión de
las Ferias del Libro en un evento gastronómico para diletantes y gente
en busca de comida, nada se puede hacer.
Mientras tanto, y para no variar, asegura que con la venta de hoy –el
día que hablamos- podrá comprar un pan de 10 pesos, gracias a Desde los
blancos manicomios, de Margarita Mateo; una libra de arroz, 5 pesos,
cortesía de Fidel y la religión, de Fray Beto, y una libra de frijoles,
16 pesos, con la ayuda de Miau y Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez
Galdós.
Miguel no pierde las esperanzas de comprarse un par de zapatos si logra
vender un paquete que prepara con Tom Clancy, Stephen King, Isabel
Allende, Roberto Bolaños, Liz Jensen, Mo Yan, y Vargas Llosa.
Vicmadomingues55@gmail.com
Source: Una lata de leche condensada por "Tres tristes tigres" | Cubanet
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