Jineteras y otros oficios similares
marzo 24, 2014
Ernesto Pérez Chang
HAVANA TIMES — Nadie las llama "jineteras", ni siquiera "prostitutas".
Para los clientes y quienes las repudian, para todos los que sabemos de
su oficio, incluso para los policías, esas mujeres desarrapadas que uno
se ve en busca de clientes al borde de una autopista son simplemente
"chupachupas". Así les dicen para diferenciarlas de las jineteras que,
en Cuba, para algunos son una especie superior.
Tacones, ropas ajustadas al cuerpo, prendas y perfumes de marcas o de
imitación, las jineteras hallan sus clientes en los lugares frecuentados
por turistas y gente con dinero. Los centros de las ciudades y las
avenidas principales son sus emplazamientos preferidos.
Sus modos de vestir, el supuesto glamour de algunas, la extravagancia de
la mayoría, son imitados incluso por menores de quince años para nada
vinculadas al oficio. Solo son muchachas deslumbradas que imitan la
apariencia de esas mujeres a las que el sexo les ha dado cierto estatus
económico, muy por encima del de un médico o un ingeniero. Cuando a
algunas niñas se les pregunta qué sueñan ser cuando crezcan, no es
infrecuente escuchar que desearían casarse con un extranjero.
Para algunos, tal vez pensando que la calidad del cliente las define,
las jineteras nada tienen que ver con las llamadas estrictamente
"prostitutas". Estas son de un rango intermedio y no visten nada bien,
no tienen con qué hacerlo, y se les paga en moneda nacional y se duerme
con ellas solo en cuchitriles. A veces por un poco de ron barato y una
caja de cigarros "matan la jugada" con tipos que ellas saben no pueden
ofrecer más.
Cuando uno viaja por la Autopista Nacional o por las Ocho Vías, sobre
todo por las mañanas y las tardes, uno puede ver a las chupachupas. Cada
vez son más pero nadie parece verlas, nadie habla de ellas, nadie se
interesa por saber cómo viven.
A ambos lados del camino, junto a los bosques de maleza, a veces
solitarias, a veces en duetos como una forma de protección y
complicidad, hay mujeres que todos saben diferenciar de las
autoestopistas, es decir, de las otras que solo piden "botella", como
decimos en Cuba al acto de solicitar un adelanto mínimo en un tramo de
vía suburbano donde escasea el transporte público.
Nadie que no busque lo que ofertan las chupachupas se detiene a
recogerlas. La gente las mira y escupe. Les gritan cosas y ellas
devuelven los insultos con gestos obscenos. Visten muy mal, huelen peor
y sus cuerpos, ya no tan jóvenes, lucen las marcas de una vida
horripilante. Dicen algunos que todas han llegado de pueblos recónditos
de la zona oriental de Cuba, o que son ex presidiarias, indeseables, que
viven y duermen donde pueden.
Sus clientes principales son los camioneros que llevan cargas de un
extremo al otro de la isla o los obreros que pasan largas jornadas fuera
de casa, en los campamentos que se alzan a los lados de la carretera.
Las chupachupas piden muy poco, a veces solo echarse en el camarote de
una rastra o en las literas incómodas de un albergue apartado,
compartiendo sus cuerpos magros y sucios con una decena de hombres solos
a los que la falta de sexo y la impiedad les han matado los escrúpulos.
En el centro de la ciudad, las jineteras bajan y suben de los autos de
alquiler. Pasean bajo la mirada de la gente que celebra sus triunfos en
las vestiduras que exhiben, en los billetes con que pagan su virtud.
Disfrutan de los hoteles y centros comerciales a donde pocos podemos
entrar. Bañan sus cuerpos con perfumes y disimulan las marcas de los
excesos de una noche con maquillaje de Maybelline o de Helena
Rubinstein. Ese es el día a día de sus cuerpos en venta y suelen soñar
con hacer sus vidas en Miami, París o Madrid.
Mientras tanto, en los suburbios de La Habana, las especies inferiores
bajan y suben de los camiones. Caminan bajo el sol ardiente, les hacen
señas desesperadas a los autos, se adentran peligrosamente en los
matorrales, lavan sus cuerpos con el agua de los pomos que guardan en
las mochilas.
Esa es la rutina del oficio. También los golpes, los abusos de todo
tipo, el abandono sempiterno, el hambre y la sangre y el polvo mezclados
sobre la piel hasta que una noche les llega la muerte en un paraje
solitario. En sus vidas no hay sueños, solo una carretera que atraviesa
el país, tan dolorosa como una espada, y donde a veces la suerte es
alguien que se detiene.
Source: Jineteras y otros oficios similares - Havana Times en español -
http://www.havanatimes.org/sp/?p=94605
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