La ciudad que se derrumba
El Estado cubano, en su proceso de abdicación de sus responsabilidades
sociales, solo les ha dejado a quienes viven en la Isla la opción de los
créditos baratos para reparaciones de viviendas
Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 30/01/2012
El reciente derrumbe de un edificio en Centro Habana es una triste
noticia que nos habla de muertos, heridos y damnificados. Trágicos
perdedores de la actualización.
Pero la noticia no es una sorpresa.
La sorpresa es que no pase con mayor frecuencia.
En realidad si esto no ocurre todos los días en la capital cubana es
porque nuestros arquitectos e ingenieros nos legaron un parque
inmobiliario sólido, a prueba de los años y las muchedumbres. Y porque
nuestros compatriotas, en sus muchas prácticas de sobrevivencia que
algún día habrá que historiar, han ingeniado las mil y una maneras de
apuntalar esos edificios agrietados, y seguirlos habitando hasta que la
gravedad pasa la cuenta a sus obstinados retadores.
No voy a detenerme en un balance de logros y derrotas de la ciudad en
esta larga era postrevolucionaria. Solo digo que, aun considerando los
consabidos beneficios sociales, la ciudad perdió mucho más de lo que
debió perder para lograr un desarrollo territorial más equilibrado a
nivel nacional. Y perdió mucho porque perdió al segmento de clase media
e intelectual más dinámico. Porque perdió su excelente infraestructura
al calor del descuido y la desidia. Y porque, finalmente, perdió su
particular toque metropolitano al calor del mediocre estoicismo plebeyo
de la clase política postrevolucionaria. Una nueva capa dirigencial que
tuvo especial cuidado de repartirse previamente las mejores viviendas en
los mejores lugares, y de reservarse algunos sitios excepcionales de
placeres lúdicos para compensar sus desvelos revolucionarios.
La Habana fue sacrificada por una élite postrevolucionaria que entendía
el cambio como una obstinación antiurbana y al hombre nuevo —cito a Emma
Álvarez Tabío— como un buen salvaje en permanente asedio a la ciudad.
Aún recordamos la Habana invadida de campesinos, las ferias ganaderas en
los jardines del Capitolio, la "caturrización" frustrada del Cordón de
la Habana y aquel desatino ridículo de Fidel Castro cuando proponía
mudar la capital a Guáimaro. Y también la conversión de verdaderas joyas
arquitectónicas en cuarterías u oficinas públicas a las que se adicionó
cocheras improvisadas, casetas en jardines y azoteas, habitaciones donde
había portales y balcones, y las famosas barbacoas que han llevado estos
edificios a límites extremos de resistencia constructiva.
Si los primeros años revolucionarios pueden mostrar —junto con sus
logros en beneficio de las mayorías urbanas— un legado arquitectónico
respetable —la Habana del Este, las ciudades-jardín de Pastorita, la
escuela de arte de Cubanacán— lo que vino después fue patético: varias
manchas formalizadas de arrabalización cuya expresión más conocida es
Alamar y uno de los edificios más originalmente feos de todo el planeta:
la embajada soviética. Debido a que los controles policiacos impedían
los asentamientos precarios en las periferias urbanas —como sucede en
las urbes tercermundistas— la ciudad terminó tragándose su marginalidad,
manifestada en un hacinamiento sin precedentes que da vida a cerca de 10
mil cuarterías con condiciones infrahumanas de habitación.
Me temo que estamos comenzando a vivir otra fase de la historia de esta
ciudad. La ciudad "socialista" —mediocre y aburrida— está cediendo el
paso a otra ciudad cuya "marca" es precisamente la historia
metropolitana negada por cinco décadas, con su glamour, sus misterios y
sus noches de lentejuelas y sexo. Justamente la Habana que Eusebio Leal
restaura a la medida tanto de sus propias inclinaciones hispanófilas y
cortesanas como del gusto de los consumidores, reales y potenciales. La
Habana que se diseña a lo largo del litoral, y que se extiende por
campos de golf y marinas reservadas. Una Habana que muy poco tiene que
ver con la pobre gente que perdió viviendas y familiares en Infanta y Salud.
La Habana que inicia un proceso de gentrificación al calor de la
apertura —aún tibia pero inexorable— del mercado inmobiliario. La Habana
elegante que vuelve a perfilarse donde ahora vive la vieja élite
política y crecientemente la nueva élite emergente, íntimamente
vinculadas, en ese proceso metamórfico que nos regala el
General/Presidente desde su actualización.
La Habana del futuro capitalismo cubano.
Una Habana A que pasa por encima de gente que, como los damnificados de
Infanta y Salud, esperan cada noche una catástrofe. Para estos, como
para los miles de damnificados que sobreviven en albergues, para los
cientos de miles que esperan una nueva vivienda o una reparación capital
de la existente, lo que va a quedar va a ser una Habana B, una Habana de
pobres y empobrecida, la ciudad de los peores servicios y las peores
condiciones ambientales.
Ya ni siquiera les queda la ilusión del apartamento en Alamar en el
fondo del túnel. El Estado cubano, en su proceso de abdicación de sus
responsabilidades sociales, solo les ha dejado la opción de los créditos
baratos para reparaciones de viviendas. Cuando sea posible acceder a
ellos en medio de ese régimen de miseria repartida y poder monopolizado
que la degradada élite cubana insiste en presentar como una opción de
futuro.
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/la-ciudad-que-se-derrumba-273414
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