Viernes, Febrero 24, 2012 | Por Leonardo Calvo Cardenas
LA HABANA, Cuba, febrero, www.cubanet.org -Hay fechas que marcan
significación y coincidencias trascendentes para la historia personal,
nacional o universal. Cuando el apóstol José Martí y su amigo el
periodista y patriota Juan Gualberto Gómez —organizadores en el
extranjero y Cuba respectivamente— se pusieron de acuerdo mediante
mensaje cifrado para que el 24 de febrero de 1895 se iniciara la última
guerra de independencia contra el colonialismo español, estuvieron lejos
de imaginar cuanta repercusión e importancia en el tiempo iba a tener
aquel día en que el ansia de libertad de los cubanos se convirtió en la
guerra necesaria.
Una vez más se unieron en la manigua redentora y en las lejanas celdas
coloniales del norte de África los grandes héroes de la primera Guerra
de Independencia (1868-1878) y los jóvenes patriotas que habían crecido
inspirados en las pasadas epopeyas mambisas. Nuevamente los combatientes
negros jugaron un papel determinante en la contienda, pero esta vez
todos como hombres libres, junto a ellos la incipiente clase obrera de
la Isla y la emigración demostró sensibilidad y desprendimiento para
hacer un aporte capital a la campaña libertaria.
De la cruenta batalla por la emancipación salió una nación materialmente
desolada, una independencia, de momento, limitada por las apetencias y
el tutelaje del vecino del norte, un pueblo dispuesto a enfrentar el
reto de impulsar su desarrollo y fortalecer aquella recién nacida
democracia.
Ochenta y un años después de que en el poblado oriental de Baire y otros
tantos lugares de la Isla los cubanos se lanzaron a su última contienda
emancipatoria, la fecha del 24 de febrero volvió a adquirir connotación
fundacional. Luego de tres lustros de un andar revolucionario colmado de
la entrega y el sacrificio de un pueblo convencido y del ilimitado poder
de un gobierno henchido de voluntarismo improvisatorio, Cuba, con el
entusiasmo casi intacto y su cuerpo económico bastante agotado, enfrentó
la necesidad histórica y practica de institucionalizar el sistema, para
terminar de insertarse definitivamente en la orbita soviética.
El 24 de febrero de 1976, con una mayoría que solo pueden exhibir los
poderes totales, se aprobó la nueva Carta Magna en la cual, antes de
definir el Estado que refrendaba, se declaraba la fidelidad a la Unión
Soviética. La Constitución, todavía vigente con algunas modificaciones,
daba carácter de Ley Suprema al paternalismo incontestable y coactivo
que ha regido nuestra nación por tantos años. Finalmente la Constitución
del 76 quedó como letra muerta, en tanto nunca se instaló en la
percepción de los gobernados y en la convicción de los gobernantes como
el patrón de las relaciones sociopolíticas que, por principio, debía ser.
El 24 de febrero de 1996 en medio de una profunda crisis de fe,
credibilidad y de proyecto, que estremecían el sistema hasta los mismos
cimientos, los cubanos que habían demostrado capacidad y determinación
para expresar pública y organizadamente su discenso político se
disponían a confrontar sus criterios y propuestas en el marco del más
grande y reconocido intento de integración de la corta historia de la
oposición pacifica. Con Concilio Cubano los cubanos de a pie comenzaron
a percibir que nuevas opciones de vida y desarrollo se anunciaban desde
la Cuba alternativa y el centro de atención de los observadores
internacionales comenzó a trasladarse del diferendo Cuba-Estados Unidos
hacia los complejos entresijos de las correlaciones políticas internas.
Ese día en lugar del resultado de una reunión de cubanos que reclamaban
su derecho a pensar y equivocarse por si mismos, el mundo recibió la
inesperada noticia de la pulverización en el aire de frágiles avionetas
de las que utilizaba una organización de exiliados para localizar y
salvar a compatriotas escapados de la Isla por mar y que en aquella
fecha se ocupaban de innecesarias tareas de propaganda
antigubernamental. El crimen —con el tiempo se demostró que había sido
fríamente planificado— fue humanamente inadmisible, técnicamente
innecesario, aunque políticamente muy útil para reafirmar los
tradicionales ambientes de confrontación que garantizaban al alto
liderazgo histórico seguir gobernando, como plaza sitiada, una nación
cerrada, pero por muchos años más.
El 24 de febrero de 2008, con la investidura oficial de Raúl Castro, se
confirmó el reciclaje nominal de la más alta magistratura de la nación.
Ese día el fin de medio siglo de liderazgo absoluto, personalista y
carismático comportó para los gobernantes recién electos un reto moral
y un compromiso histórico que se identificaba con las, hasta ahora
pospuestas, esperanzas del pueblo cubano.
Pocos años han bastado para confirmar que aquel día no comenzó el
esperado reordenamiento estructural y conceptual prometido por el nuevo
ungido de la dinastía castrista.
El 24 de febrero del año 2010 el mundo amaneció estremecido, pocas horas
antes lo increíble e inadmisible había acontecido en Cuba. Orlando
Zapata Tamayo, obrero, negro, humilde, nacido dentro de la revolución,
luchador por los derechos humanos, y condenado a injusta prisión por sus
ideas, moría después de una prolongada huelga de hambre en demanda de
sus derechos más elementales.
El gobierno cubano pasó, sin transición, del crimen a la bajeza de
calumniar al mártir, poniendo, de paso, una vez más al descubierto su
naturaleza inhumana y racista. La inmolación de Zapata Tamayo sirvió
para demostrar de manera concluyente cual es el verdadero rostro del
totalitarismo decadente que destruye a cada paso el cuerpo material y
espiritual de una nación que parece castigada por el destino
A pesar de la indolencia intolerante y antinacional de las autoridades
cubanas, el legado y el ejemplo de quienes han entregado sus vidas en
la manigua redentora o en las mazmorras castristas renuevan la esperanza
de ver a Cuba, más temprano que tarde, iniciar un camino más o menos
largo, seguramente azaroso, pero necesariamente irreversible, dispuesta
a conservar la independencia y soberanía alcanzadas en total armonía con
la madurez institucional que no se concretó en 1976 y el respeto al
pluralismo inmisericordemente bombardeado en 1996, única manera de
lograr la patria unida, sin imposición ni excluidos, que los valientes
de aquel primer 24 de febrero soñaron junto a Martí "Con todos y para el
bien de todos".
http://www.cubanet.org/articulos/24-de-febrero-las-trascendencias-de-una-fecha/
No hay comentarios:
Publicar un comentario