Miércoles, Noviembre 30, 2011 | Por Gladys Linares
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) – Yolanda es una
camagüeyana que estudió Ingeniería Civil en el Instituto Superior
Politécnico José Antonio Echevarría, en La Habana. Allí conoció a Julio,
con quien se casó, y vivieron varios años con los padres del marido.
Cuando la madre de Yolanda enfermó de la rodilla, Yolanda la trajo al
hospital ortopédico Frank País, en La Habana. Allí la operaron, pero
regresó a Camagüey sin poder volver a caminar, por lo que Yolanda y
Julio se mudaron con los padres de ella, para cuidarlos.
En el hospital Manuel Ascunce, de Camagüey, el ortopedista que examinó a
la madre de Yolanda le dijo que necesitaba revisar la historia clínica
antes de ponerle tratamiento. Para buscarla, Yolanda regresó a La Habana.
Cuando llamó a su cuñada para anunciarle su visita, la mujer se alegró,
pero le dijo: "Trae comida, que esto está que arde".
Yolanda empezó a acopiar para el viaje. Su hermano, que es pescador, le
consiguió dos buenos pescados. Con esto y algunos víveres más que
consiguió se apuntó en la lista de espera de la terminal de ómnibus a
las seis de la mañana. Pero a las ocho de la noche, seguía allí.
Ya se disponía a ir hasta la casa a bañarse y comer algo, cuando se le
acercó un furtivo vendedor de pasajes, que "discretamente" le propuso un
pasaje para La Habana por ciento cincuenta pesos, y le señaló una
guagüita que esperaba frente a la terminal. Yolanda aceptó y echó a
correr para no quedarse sin asiento.
Mientras la guagua avanzaba, Yolanda pensó que estaría temprano en La
Habana, y con un poco de suerte, ese mismo día podría conseguir la
historia clínica.
En Sibanicú, el chofer se detuvo en un establecimiento de la cadena de
mercados estatales Doña Yuya. Allí estaban vendiendo queso blanco y
Yolanda compró tres porciones de cinco libras cada una para regalarle a
la familia.
Ya estaba aclarando cuando pararon en el restaurante El Conejito, de
Matanzas, donde no había ni café mezclado. Desayunaron gracias a los
cuentapropistas: algunos vendían pan con lechón o jamón, otros, con
guayaba, otros, refrescos de botella, o café con leche, o café solo.
Entrando en La Habana, por Guanabacoa, varios policías detuvieron la
guagua para registrar los equipajes. Al llegar al de Yolanda, el olor a
pescado les llamó la atención, así como la cantidad de queso que
llevaba. Ella les explicó dónde había comprado el queso, pero como no le
habían dado comprobante, no la creyeron; la llevaron a la estación de
policía junto con otras dos mujeres que llevaban langostas. Por más que
Yolanda defendió sus pescados y su queso, así como las otras mujeres su
paquete de langostas, la policía les confiscó todo y, además, les impuso
multas.
Llegó ya por la tarde y con las manos vacías a casa de su cuñada. Al
contarle lo sucedido, la cuñada sólo pudo decir: "¡Hasta cuando seguirán
los abusos!"
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