Monday, August 1, 2011 | Por Orlando Freire Santana
LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) – Una semana después de haber
concluido el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, el
periódico Granma anunció el nombramiento de Luis Pavón Tamayo como
presidente del Consejo Nacional de Cultura (CNC). Con independencia del
matiz personal que el funcionario incorporara a esa labor, su tarea
consistía en llevar a la práctica los acuerdos de dicho congreso sobre
la represión a los homosexuales. Acuerdos que, como sabemos, fueron
diseñados por la máxima instancia del poder en la isla.
Treinta y cinco años después, a fines de 2006, cuando ya los
homosexuales habían sido incorporados a la cultura oficialista, y nadie
se acordaba de Pavón, el antiguo funcionario apareció en la televisión.
De inmediato, un torrente de correos electrónicos inundó el
ciberespacio. Los escritores y artistas homosexuales, alarmados,
alertaban acerca de que esa aparición pública de Pavón podría ser una
señal de que el pasado volvía.
A pesar de que el oficialismo se apresuró a declarar que la política
cultural de la revolución permanecía inalterable, se inició una polémica
que iba a estremecer los cimientos de la vida cultural. ¿Fue la
represión a los homosexuales una obra exclusiva de Pavón Tamayo, o una
acción concebida por el gobierno revolucionario?
Los mensajes provenientes del exterior, y también algunos escritos en la
isla, insistían en que a los verdaderos culpables había que buscarlos en
el aparato de poder, y en especial, en Fidel Castro. Del lado opuesto
emergió la figura del ensayista Desiderio Navarro. Hasta ese momento,
Navarro simbolizaba la rebeldía dentro de los marcos del sistema, un
hombre que había protestado contra la copia del modelo soviético en los
años setenta, y que pretendió que su revista, Criterios, fuese la
sucesora de la desaparecida Pensamiento Crítico.
Sin embargo, en un giro de ciento ochenta grados, Navarro se transformó
en un defensor del gobierno. Apuntó que Pavón Tamayo no había sido un
mero ejecutor de orientaciones provenientes de arriba, y que muchas de
las decisiones tomadas por el gobierno se sustentaron en las
informaciones e injustas valoraciones del entonces presidente del CNC.
Algunas voces independientes opinaron que Navarro se convirtió en un
"palanganero" que le permitió al poder lavarse las manos con el asunto,
a lo Poncio Pilatos. Después de todo, no era la primera vez que el
castrismo buscaba a figuras subalternas para responsabilizarlas con las
derrotas o la vergüenza de las malas actuaciones.
El coronel Tortoló fue el culpable de la debacle en Granada al
tergiversar las órdenes del Comandante en Jefe; al economista Humberto
Pérez le correspondió la inviabilidad del Sistema de Dirección y
Planificación de la Economía, en momentos en que la dirección de la
revolución analizaba la deuda externa de América Latina; y el general
Arnaldo Ochoa, de manera irresponsable, vinculó a Cuba con el
narcotráfico internacional, sin informar de ello a sus jefes. En aquel
momento, simplemente, le tocaba el turno a Luis Pavón Tamayo.
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