Miguel Iturria Savón.
La semana pasada el Dalai Lama (Tenzin Gyatso), pidió al Parlamento
tibetano el inicio de una reforma democrática que le permita desligarse
del poder político y garantizar a su muerte las instituciones en el exilio.
Al conmemorar el 52 aniversario de la insurrección contra China, el
líder espiritual y político del Tíbet expresó que "el gobierno de una
sola persona es anacrónico e indeseable", lo cual acredita su vocación
democrática pese a encabezar un sistema aún teocrático con sede en
Dharamsala, India, desde 1959.
Evoco la declaración del patriarca budista no sólo por su prestigio
internacional y sus esfuerzos para solucionar pacíficamente la situación
de su país, si no porque su enfoque difiere de gobernantes que en nombre
de la libertad le niegan a su pueblo los derechos propios de los
sistemas democráticos. Pienso en el coronel libio Muamar el Gadafi, en
el trono desde 1969, y en el comandante Fidel Castro, auto titulado
máximo líder de Cuba desde enero de 1959.
Los nombres de Gadafi y de Castro resuenan en la prensa internacional.
El primero por enfrentar con tanques, aviones y mercenarios a los libios
sublevados contra sus desmanes. El segundo porque apoya al primero, a
pesar de estar semi retirado desde mediados del 2006, cuando traspasó
sus cargos al hermano menor, quien lo consulta como al dios tutelar de
la tiranía cubana.
Desde la sombra Fidel Castro actúa como una figura mediática que se
inmiscuye en casi todo a través de las "reflexiones" que le escriben sus
amanuenses. A diferencia del Dalai Lama, distinguido con el premio Nobel
de la Paz en 1989, Castro habla de la guerra, profetiza catástrofes
mundiales, aconseja a sus aliados militares y, cuando se acuerda de
Cuba, propone parches para taponar los descosidos del régimen edificado
a su imagen y semejanza.
Las "reflexiones" de nuestro caudillo difieren en extremo de los
postulados del líder del Tíbet. En sus entregas a la prensa oficial F.C
reitera la mística del disparate y glosa la metafísica de la
destrucción. Es capaz de defender a ultranza a los déspotas que pierden
legitimidad al reprimir a su pueblo; a veces denigra al presidente de
los Estados Unidos o al Parlamento Europeo, mientras apuesta por Hugo
Chávez, los mandarines chinos, los ayatola de Irán o los terroristas de
Hamas y Hezbolá.
El Dalai Lama platica sobre la paz y el respeto a la diversidad étnica,
política y religiosa. En su libro El universo en un solo átomo vuelca su
sabiduría e inquietudes científicas, mientras reflexiona acerca de la
conveniencia de abrir la mente y el corazón de las personas a las
conexiones entre ciencia y fe, más unidas de lo que imaginamos, a pesar
de las distorsiones políticas y filosóficas.
Al contraponer la declaración del guía tibetano a la insensatez del
dictador cubano debo anotar, finalmente, cómo la dialéctica de la
opresión les juega una mala pasada a los jefecillos revolucionarios que
se aferran al poder. Enmascaran su diatriba populista con consignas
obsesivas sobre el progreso, pero terminan como los antiguos tribunos de
la plebe en Roma –con más riquezas que los patricios-, o como los
comunes del parlamento inglés que maldecían a los lores.
Nada, que los Castro, como los Gadafi y otras vedetes revolucionarias
son más reaccionarios que los reyes medievales y los zares,
"ajusticiados" por los bolcheviques que diseñaron el paraíso socialista,
vulnerado a la vez por sus propios constructores.
http://www.gacetadecuba.com/2011/03/27/miguel-iturria-savon-el-sensato-guia-el-tirano-somete/
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