Orlando Freire Santana
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) – El pasado 10 de
noviembre se cumplieron treinta y cinco años del inicio de la
intervención de tropas regulares cubanas en Angola. Ese día de 1975,
actuando de manera unilateral y en franco desdén por las otras dos
agrupaciones guerrilleras que combatieron al colonialismo portugués
(UNITA y Frente Nacional de Liberación de Angola), el Movimiento Popular
para la Liberación de Angola (MPLA), dirigido por Agostinho Neto,
proclamó la independencia del país y ocupó la ciudad de Luanda con la
ayuda de las tropas cubanas.
Comenzaba así nuestra participación en un conflicto que, según los
analistas, costó la vida a 10 mil cubanos. La contienda finalizó en
1991, en momentos en que también llegaba a su término la mayoría de los
conflictos regionales que florecieron en la época de la guerra fría. Por
esa razón no faltan voces que opinan que los cubanos sólo fueron una
pieza empleada por el Kremlin en dicha pugna. Además, la presencia de
Cuba en la guerra de Angola marcó uno de los instantes de más bajo nivel
en las relaciones de la isla con su hoy estrecho aliado chino, pues en
aquella época los maoístas apoyaban UNITA y FNLA.
No obstante, las autoridades cubanas exhiben la gesta de Angola como la
vertiente positiva y heroica de la presencia de sus tropas en tierras
africanas. Argumentan que los combatientes no fueron allí a intervenir
en el conflicto interno angolano, sino a defender a esa nación del
avance del ejército sudafricano que pretendía imponer el apartheid.
Insisten en que la intervención tenía sus raíces diez años atrás, cuando
el Ernesto Guevara hizo contacto con Neto cuando estuvo en Congo.
Después de eso los cubanos marcharon a Angola para cumplir un deber
histórico con nuestros ancestros africanos, erradicar el apartheid en
Sudáfrica y garantizar la independencia de Namibia.
Sin embargo, en un segundo plano queda la actuación cubana en el
denominado Cuerno de África. En esa región se enfrentaban, hacia la
segunda mitad de los años setenta, Somalia y Etiopía, dos naciones
tercermundistas, no alineadas y amigas por igual de Cuba hasta el
momento de iniciarse las hostilidades. Incluso las universidades cubanas
albergaban a becarios de los dos países. ¿Qué acontecimiento posibilitó
que los gobernantes cubanos se alinearan junto a Etiopía, al extremo de
enviar centenares de soldados a combatir contra los somalíes?
Ni más ni menos que el ascenso al poder en ese país de Mengistu Haile
Mariam, un militar que arribó al gobierno con las manos manchadas con la
sangre de sus adversarios políticos, y de repente juró su adhesión al
marxismo-leninismo.
De inmediato los soviéticos comprendieron que Mengistu era su hombre en
la región, y encomendaron a sus aliados cubanos la tarea de apuntalar
militarmente a su régimen. El saldo de la intervención para Cuba no pudo
ser más funesto: además de la pérdida de vidas de nuestros jóvenes
soldados, destaca el hecho de haber apoyado a un tirano que asesinó a
200 mil personas y provocó el desplazamiento de 750 mil de sus compatriotas.
Por otra parte, y comoquiera que el gobierno etíope combatía también a
las guerrillas eritreas que luchaban por la liberación de su patria, era
la primera vez que los cubanos se veían en la necesidad de oponerse a
las aspiraciones de un movimiento guerrillero de liberación nacional.
Ellos, que en América Latina y otras regiones del mundo habían sido
siempre los máximos inspiradores de la lucha guerrillera.
Abundan las razones para que los dirigentes cubanos prefieran hablar de
Angola y callar acerca de Etiopía.
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