Miguel Iturria Savón
LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) – Casi cincuenta y dos años
nos separan de la revolución, tan alejada de los cubanos, que ya es
pieza de museo; con museo propio y protagonistas museables divorciados
de la realidad. De ese dilatado proceso social quedan la propaganda, el
cansancio, la desesperanza y un sistema burocrático que controla a cada
sector de la sociedad, incluido los sindicatos, cuyo color no es
amarillo ni rojo, sino verde olivo, como el uniforme de aquellos
guerrilleros que bajaron de las montañas y se apropiaron del poder en
enero de 1959.
La supeditación de los sindicatos al gobierno sólo varió en el método.
Al apropiarse del poder en marzo de 1952, el General Fulgencio Batista
le ofreció un cargo a Eusebio Mujal, Secretario General de la CTC, quien
optó por la alianza con la dictadura en detrimento de la independencia
de los combativos obreros cubanos. En enero de 1959 Fidel Castro
sustituyó a la CTC por la CTC-R y meses después designó como Secretario
General al leal David Salvador, que aseguró que "el proyecto de los
trabajadores dependería de lo que diga el Comandante".
A mediados de los sesenta se consolida la obediencia del sindicalismo.
La CTC, en manos del Estado, es convertida en un apéndice del Partido
Comunista, lo cual fue refrendado en la Constitución Socialista de 1976.
Los "derechos concedidos" entonces a los obreros realmente ignoran las
conquistas obtenidas por éstos a partir de 1925.
¿Cuáles son esos derechos perdidos durante una revolución que les roba
la autonomía a los obreros y los reduce a ejecutores de órdenes estatales?
La autonomía económica de los sindicatos, el derecho a huelgas, la libre
filiación, la jornada laboral de 8 horas y 44 a la semana, la
estabilidad del empleo, el salario mínimo y las vacaciones y licencias
por enfermedad y maternidad integran los derechos adquiridos y
refrendados en las constituciones de 1901 y 1940.
Hasta la atmósfera de contradicciones políticas y el forcejeo de los
partidos por conquistar a los afiliados de uno u otro sector obrero,
desapareció bajo el empuje normativo del grupo revolucionario que se
adueñó de los destinos del país a mediados de la década del sesenta del
siglo XX.
Casi nadie recuerda como fue aquel proceso de despidos de dirigentes e
intervenciones de sindicatos a favor del gobierno del Comandante Castro.
La mayoría no tenemos memoria de las huelgas ni de los debates, pero
comienza a inquietarnos la complicidad de los "líderes sindicales" con
el despido de medio millón de obreros ordenado por el General Castro,
que quiere subsistir sin cambiar y realiza "reformas que actualizan el
modelo socialista", para lo cual acabará con las "plantillas infladas" y
las empresas estatales ineficaces, sin tener en cuenta a los asalariados.
Ante un hecho tan extremo veremos qué pasa con el desnaturalizado
movimiento obrero cubano, cuya paleta de colores oscila entre el sepia y
el rojo descolorido sin borrar los matices del verde olivo.
Si el socialismo estuviera en condiciones de reciclarse y los obreros de
recuperar su marcha independiente, pudiéramos hablar de alternativas y
cambios sin conmociones sociales. La historia de Europa del Este
demuestra otra cosa. Valdría la pena mirar al pasado y reconstruir los
tejidos sindicales como condición previa a la actualización del país, no
de un modelo que toca fondo y hunde hasta la esperanza.
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